En el Primer Grado o Getsemaní, el Sendero se estrecha y se hace tan
inclinado como el tejado de un campanario, sin nada a la vista salvo la cruz que lo
corona. Toda la pureza, todo el amor y toda la fe que se han ido incorporando al alma
durante la preparación para recibir los Misterios Crísticos, deben ser puestos
entonces en juego, junto con la fortaleza y firmeza de propósito que han crecido en
su interior durante la presente época de Cuaresma.
El propósito de los Misterios Navideños consiste en guiar al hombre a lo largo
del Sendero que conduce a la conciencia crística y a la dedicación de la vida al
servicio del prójimo. El propósito de los Misterios Pascuales consiste en iniciar al
hombre en el estado de inmortalidad consciente y hacerle capaz de conseguir la
liberación del cuerpo físico, no solamente durante las horas de sueño ni entre vidas
terrenas, sino en cualquier momento que desee, para convertirse así en un Auxiliar
Invisible consciente, cuantas veces sea requerido, tanto en este plano como en los del
espíritu. El alcanzar esta meta entraña una preparación ardua y difícil. El Rito de
Getsemaní exige una vida de pureza e inegoísmo. El ceremonial del Miércoles de
Ceniza, que marca el comienzo de la Cuaresma, incluye la colocación de las cenizas
de la contrición sobre la cabeza del penitente arrodillado. El acto simboliza la
dedicación e inegoísmo supremos, necesarios para que el candidato pueda pasar al
Grado conocido como Getsemaní.
El Rito de la Agonía en el Huerto podría denominarse, con propiedad, el Rito
de la Transmutación. La agonía de Cristo la produjo Su esfuerzo por reducir, a las
condiciones limitadoras de la Tierra, Su elevada tasa vibratoria, con el fin de
convertirse en el Espíritu Planetario Interno de la misma. Cuando se abrió a Sí
mismo al ritmo terreno, todas las poderosas, siniestras y abundantes corrientes del
mal, existentes en nuestro mundo, se precipitaron hacia Él. Y Él, no sólo sintió su
peso abrumador, sino que vio, en caleidoscópica visión, su origen y su propósito. Las
debilidades, caídas y caprichos de la Humanidad le abrasaron como llamas, al tiempo
que la voracidad, el egoísmo y el odio gravitaron sobre Él como cargas plúmbeas. El
dolor, la angustia y el sufrimiento causados por las malas acciones de los hombres Le
hirieron hasta lo más profundo de Su dulce y compasivo corazón.
El límite de la agonía, incluso para un arcángel, se precipitó sobre Él cuando
pasaron ante Su visión las imágenes del futuro, y vio cuán pocos, de entre las
inmensas multitudes que constituyen la Humanidad, reconocerían el verdadero
significado de Su venida y el objetivo real al que apuntaba. Contempló con profundo
dolor cómo el oscuro velo del materialismo cegaría al mundo moderno, y los
consiguientes falta de discernimiento, intranquilidad y temor. La ceguera y la
ignorancia de las masas en cuanto a Su misión, la cristalización y la cada vez más
estrecha comprensión por parte de los que, inicialmente, habían sido concebidos
como canales dedicados a Su servicio, hicieron culminar Su Rito de la Agonía con
esta súplica: "Padre, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no se haga mi
voluntad, sino la tuya".
Getsemaní no tuvo lugar en el Huerto de los Olivos por casualidad. Se dio allí
porque ese Huerto es una de las áreas de la Tierra más elevadamente cargadas de
vibraciones (positivas). Lo que Cristo hizo en aquel Huerto, altamente magnetizado,
lo hizo bajo el aleteo de los ángeles. Fue un momento en el que el programa todo de
la evolución recibió un impulso nuevo y poderoso.
En el Grado del Juicio, las pruebas que el candidato ha de superar están de
acuerdo con su status espiritual. Cuanto más avanza uno en el Sendero, tanto más
sutiles y penetrantes son las pruebas. Ninguna podría compararse en severidad con
las sufridas por Cristo Jesús, ya que nadie posee Su fortaleza y Su poder espirituales.
Una vez más, en el Grado del Juicio, el candidato comprueba la inmensa
importancia de su largo entrenamiento en el inegoísmo. Si no se ha realizado
apropiadamente el trabajo preparatorio, no se tendrá éxito al pretender pasar este
importante Grado. Pocos han sido capaces de caminar a lo largo de su largo y
estrecho sendero. En un inspirado manual se dice, al referirse a este elevado trabajo:
"Antes de que los oídos puedan oír, han de haber perdido su sensibilidad. Antes de
que la lengua pueda hablar en presencia del Maestro, ha de haber perdido su poder
de herir; antes de que los pies puedan permanecer en presencia del Maestro, han de
haber sido lavados con la sangre del corazón".
El último o Tercer Grado que conduce a la liberación, es el de la Crucifixión.
En este Grado, el candidato se encuentra frente a uno de los más sagrados Misterios,
y que ha de permanecer por siempre sellado para el profano. Su significado secreto
puede sólo ser aludido brevemente aquí; su propósito interno y verdadero sólo puede
ser revelado a aquéllos que buscan y encuentran la luz en su propio interior, esa
llama del gran amor blanco que excede a toda comprensión.
Ha habido algunos que han alcanzado este punto avanzado del Sendero y se
han vuelto atrás, no teniendo suficiente fortaleza para seguir adelante, con Cristo,
camino del Gólgota. Otros, han llegado a ser "clavados" en la cruz, y han fallado,
porque no han podido soportar que la cruz se irguiera. Estrecho es el Sendero y
sutiles son las pruebas hasta el mismo final.
Los estigmas en las manos, pies y cabeza están en la misma posición relativa
que los extremos de la estrella de cinco puntas. Los cinco clavos son los cinco
sentidos, que atan al espíritu a la cruz del cuerpo físico. Platón dice: "Cada placer y
cada dolor son una especie de clavo que une el alma al cuerpo". El espíritu está muy
íntimamente ligado a la forma por los cinco sentidos y, en esos punto, el poder del
fuego espiritual ha de ser muy potente. La "extracción de los clavos" de esos puntos,
produce las cinco llagas sagradas.
El padecimiento lo produce el ascenso del fuego creador a lo largo del triple
cordón espinal. Cuando ha ascendido durante cierto tiempo, Neptuno enciende el
fuego espinal espiritual. Este fuego hace vibrar las glándulas pineal y pituitaria en la
cabeza y, cuando la onda vibratoria golpea el seno frontal, despierta a la vida los
nervios craneales o Corona de Espinas. Más tarde, la Corona de Espinas se convierte
en un halo luminoso, y la túnica escarlata se transforma en otra de púrpura real.
Cuando el espíritu de Cristo quedó liberado del cuerpo de Jesús y pasó al
centro de la Tierra, Su alma inmensa empapó el globo entero de una incomparable
brillantez, tan intensa que la luz del sol a su lado pareció oscura.
Cada sacrificio comporta su compensación espiritual. Todo hombre que muere
en el campo de batalla, por cualquier causa que considera más importante que él
mismo, renace en un nivel superior de conciencia. El status evolutivo del ego avanza
cuando la sangre, que es su vehículo directo, se limpia de impurezas fluyendo del
cuerpo en el momento de morir. Todo ego, durante sus amplísimos ciclos de
peregrinaje terrenal, vive, por lo menos, una vida en la que el espíritu abandona el
cuerpo mientras la sangre fluye. Cristo, mediante Su sacrificio en la cruz, fue elevado
a las Grandes Iniciaciones que pertenecen al Reino del Padre.
El candidato victorioso, que sigue a Cristo hasta el final del camino, llega a la
Gloria de la Gran Liberación. Entonces es ya libre de pasar, a voluntad, del plano
físico a los reinos espirituales. La Corona de Espinas se convierte en un halo de luz,
ya que ha conquistado el más grande de los dones de la vida: La inmortalidad
consciente. Pasando triunfalmente a los planos internos, se une a las blancas
multitudes que rodean a Cristo y que elevan sus voces entonando el eco de las
palabras pronunciadas por el Maestro en el momento de Su Gran Liberación: "¡Dios
mío, Dios mío, cómo me has glorificado!".
El victorioso, pues, conoce entonces toda la gloria de la alborada de su propia
Resurrección.