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LA TARDE DE PASCUA
En el Evangelio de Lucas se recuerda el memorable paseo hacia Emaús.
Cleofás, padre de Santiago (el Menor) y Judas (Tadeo), junto con otro de los
discípulos, caminaban hacia el pequeño caserío, en las afueras de Jerusalén, cuando,
repentinamente, se les apareció el Maestro y les acompañó a su casa, en la que
bendijo su cena. Pero, hasta que partió el pan para ellos, no reconocieron Su
verdadera identidad. En el ceremonial de la Última Cena, lo habían visto derramar Su
radiante fuerza vital sobre el pan, hasta convertirlo en un luminoso foco de poder
curativo. Esta segunda vez, partió el pan de la misma manera y por eso reconocieron
que quien estaba entre ellos no era otro que el propio Cristo resucitado. Aunque no
habían alcanzado el desarrollo suficiente para reconocerlo, al encontrarse con Él en
el camino, sí se habían hecho acreedores, sin duda alguna, a caminar en Su presencia
y compañía, y a reconocerlo en el nivel en que entonces funcionó. Inmediatamente,
Cristo desapareció de su vista, y ellos se dirigieron, apresuradamente, a Jerusalén, a
proclamar la gozosa noticia de Su aparición.
La Noche de Pascua, los discípulos más íntimamente asociados al Maestro se
reunieron en la Sala Superior, que aún vibraba con la fuerza en ella liberada durante
la Santa Cena. Y, mientras recibían a los dos de Emaús y escuchaban, ansiosos, su
gozoso relato, se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz sea con vosotros.
Mirad mis manos y mis pies" - y añadió - "Soy yo mismo".
Todo esto no es sino una descripción críptica de lo que ocurrió. El Maestro
estaba entonces enseñando a Sus discípulos cómo "soltar los clavos", por decirlo así,
del cuerpo físico. Existen otros puntos en los que ambos cuerpos están ligados, pero
los de las manos y los pies son los más difíciles de soltar. De ahí el dolor y las
"sagradas heridas" o "Estigmas", en el lenguaje de la iglesia. Y, como el trabajo de
separar el cuerpo etérico del físico pertenece al Tercer Grado, de Iluminación, está
claro que los reunidos, a los que Cristo se apareció, estaban siendo preparados para
este Grado de los Misterios Cristianos.
Tomás no estaba entre ellos. Aún no había alcanzado el Segundo Grado, de
Clarividencia. Pero, el sábado siguiente, en la misma Sala Superior, a Tomás el
incrédulo le ordenó Cristo, aparecido de nuevo, que metiese sus manos en las
"huellas de los clavos". Hecho esto, creyó, o sea, tuvo conocimiento, de primera
mano, que le abrió las puertas de la Iniciación del Segundo Grado.
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