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LA RELIGIÓN Y EL RELIGIONISTA
El cristianismo primitivo estaba enteramente libre de toda vinculación civil, compromiso social y alianza económica. Sólo el cristianismo institucionalizado posterior se volvió parte orgánica de la estructura política y social de la civilización occidental.
El reino de los cielos no es un orden social ni económico; es una fraternidad exclusivamente espiritual de los individuos que conocen a Dios. Es verdad que tal hermandad es en sí misma un nuevo y sorprendente fenómeno social que produce asombrosas repercusiones políticas y económicas.
El religionista no es insensible al sufrimiento social, ni está inconsciente de la injusticia civil, ni está aislado del pensamiento económico, ni tampoco es insensible a la tiranía política. La religión influye directamente sobre la reconstrucción social porque espiritualiza e idealiza al ciudadano individual. Indirectamente, la civilización cultural está influida por la actitud de estos religiosos individuales a medida que ellos se vuelven miembros activos e influyentes de los varios grupos sociales, morales, económicos y políticos.
El logro de una alta civilización cultural exige, en primer término, el tipo ideal de ciudadano y, luego, mecanismos sociales ideales y adecuados mediante los cuales esta ciudadanía pueda controlar las instituciones económicas y políticas de una sociedad humana tan avanzada.
La iglesia, debido a un exceso de falso sentimiento, viene ministrando desde hace mucho tiempo a los menesterosos y los desafortunados, y todo eso ha estado bien, pero este mismo sentimiento ha llevado a la perpetuación imprudente de cepas racialmente degeneradas que han retardado tremendamente el progreso de la civilización.
Muchos reconstructores sociales individuales, aunque repudian vehementemente a la religión institucionalizada, son después de todo, altamente religiosos en la propagación de sus reformas sociales. Así la motivación religiosa, personal y más o menos no reconocida, juega un papel importante en el programa actual de reconstrucción social.
La gran debilidad de todo este tipo de actividad religiosa no reconocida e inconsciente yace en que es incapaz de aprovecharse de la crítica religiosa abierta y por lo tanto de obtener niveles beneficiosos de autocorrección. Es un hecho que la religión no crece a menos que se vea disciplinada por la crítica constructiva, ampliada por la filosofía, purificada por la ciencia, y alimentada por el compañerismo leal.
Siempre existe el gran peligro de que la religión se distorsione y se pervierta en pos de objetivos falsos, como por ejemplo, en tiempos de guerra, toda nación contendiente prostituye su religión en la propaganda militar. El fervor sin amor es siempre perjudicial para la religión, mientras que la persecución desvía las actividades de la religión hacia el logro de alguna exigencia sociológica o teológica.
La religión puede mantenerse libre de las alianzas seculares profanas sólo mediante:
1. Una filosofía críticamente correctiva.
2. Libertad de toda alianza social, económica y política.
3. Compañerismo creador, consolador y que engrandece al amor.
4. Enaltecimiento progresivo de la visión espiritual y de la apreciación de los valores cósmicos.
5. Prevención del fanatismo mediante las compensaciones ofrecidas por una actitud mental científica.
Los religionistas como grupo nunca deben ocuparse de nada que no sea la religión, aunque cada religionista en particular, como ciudadano individual, puede tornarse en líder destacado de algún movimiento social, económico o político de reconstrucción.
Es ámbito de la religión crear, sostener e inspirar tal lealtad cósmica en el ciudadano individual que le guíe al logro del éxito en el ascenso de todos estos servicios sociales difíciles pero deseables.