Es un gran honor ser embajador. Esa persona es elegida y enviada por el gobierno de su país para representarlo ante otras naciones. Todo cristiano es “embajador” de Dios.
Jesús lo elige y lo envía para que lo represente ante todos los hombres. Jesús nos regala a todos el “honor” (y la responsabilidad) de ser sus embajadores: anunciar, con nuestra palabra y nuestras obras, el amor y el perdón de Dios, su paz, su consuelo, su preferencia por los hijos más necesitados.
Hay mucho trabajo –dice Jesús– pero los trabajadores son pocos. ¿Qué le contestamos? No hay honor más grande que ser “embajador de Dios”. No hay alegría mayor que trabajar junto a Jesús. No hay felicidad comparable a saber que nuestros nombres estén escritos en el cielo.
¿Estamos escuchando el llamado que Jesús nos hace a ser uno de sus embajadores?