En las relaciones interpersonales, conforme se va tejiendo una red de confianza lo suficientemente firme para ser transparentes, los seres humanos vamos aprendiendo a compartir nuestras penas y alegrías y a acoger las de nuestros amigos.
El amigo que toma la iniciativa y hace el primer movimiento de apertura y donación se juega un riesgo. Con el tiempo descubrirá si haber vaciado el corazón valió o no la pena.
En cierta medida eso mismo ocurre en las relaciones con Dios, los grandes orantes, los autores de los salmos y los grandes místicos tienen una enorme confianza y cercanía en Dios.
Se dirigen a Él cuando su alma esta exultante o abatida, algunos lo tutean sin rubor alguno. Saben que del otro lado, está el amor palpitante que ama sin reservas.
De esta experiencia profunda es oportuno partir cuando se trata de comprender el diálogo confiado, insistente y amoroso con Dios, que atiende con benevolencia nuestras súplicas, cada vez que le demandamos los bienes necesarios.