Trabajando IV
Esto es, al fin y al cabo, la lucha contra el mal en nosotros, pero
tampoco hay que interpretar
ese mal como normalmente se hace. No se puede obtener una victoria si
no hay algo sobre
lo que obtenerla, no puede haber desarrollo si no hay lucha, y por
tanto, no habría desarrollo
si no fuera gracias al mal en nosotros. Todo lo existente está en Dios
y por tanto no puede
existir el mal que comúnmente se dice. Es más para comprender el bien
hay que conocer el
mal, aunque es cierto que cuando podemos hacer el bien y hacemos mal
las leyes divinas
nos traen lo que nos merecemos; así es que, el mal es necesario para
la evolución y es un bien
en formación porque, como solemos decir: “no hay mal que por bien no
venga”. Gracias al
mal percibimos y experimentamos el bien; renacemos para experimentar;
sufrimos de diferentes
formas para que busquemos una salida positiva del problema que nos
hemos creado; nos lleva
a desarrollar la voluntad y el discernimiento; es el medio por el cual
desarrollamos la espiritualidad;
y es gracias a él que las leyes de Dios nos llevan a Él. Así es que
dentro de que el mal es
necesario, llega a un momento en su evolución en que todo ser humano
comienza a hacer
el bien de todas las formas posibles y a darse a sí mismo con
amor.
Pero, a veces, ese mal vence toda
aspiración aprovechado determinados problemas y
circunstancias llevando así a la persona a un estado en el cual
parece que se olvida
de todo el desarrollo alcanzado en el pasado y todas las perspectivas
y esperanzas de
futuro. Estos momentos de obscuridad espiritual hacen que, incluso
siendo un probacionista,
se sienta solo, perdido y sin ningún impulso interno que le ayude a
trabajar por los demás y
a poner en práctica el conocimiento y los principios espirituales.
Estas pruebas y tentaciones
llevan al trabajador de Dios a vivir en la batalla en vez de en la
paz que hasta ahora vivía,
a encontrar desgracias y tristeza en vez de dicha y optimismo, y a
verse tan dominado otra
vez por lo que le rodea que no quiere saber nada de lo que era y hacía
no hace mucho
tiempo. No sabemos lo que nos tiene guardado el destino como no
sabíamos cuando
éramos pequeños que en esta vida se nos daría la oportunidad de
hacernos trabajadores
de Dios gracias al conocimiento y a la comprensión de lo que es una
vida superior, sin
embargo eso es suficiente motivo para volver a comenzar con un
espíritu de superioridad
sobre todas esas circunstancias que nos traen obscuridad. El recuerdo
de lo que fuimos y
vivimos en un pasado tiene que hacer crecer de nuevo el deseo de
servir, de amar y de dar
a cambio de nada si queremos salir de la obscuridad y vivir en la luz de
nuestro Patrón,
Dios.
Estos hechos y
circunstancias que ponen a prueba al trabajador de Dios son los que en
muchos casos le abaten y le angustian, sus pequeños contratiempos se
convierten en
obstáculos y el aspirante mismo se acusa y se martiriza por haberse
metido en ese estado
de conciencia de tristeza y de soledad. Está claro que lo mismo que se
hizo un colaborador
de Dios gracias al conocimiento y práctica de las leyes espirituales
y gracias a una fuerte
voluntad deseosa de hacer algo por los demás, esos mismos aspectos
tienen que sacar
de la obscuridad a cualquiera que se encuentre en ella. Cuando el
aspirante a la vida superior
o discípulo toma consciencia de las enseñanzas ocultas sabe que
cuanto más se aproxima
al Maestro más se tiene que liberar de sus deudas del pasado, por
tanto, hay casos en
que es necesario liberarse de ese karma cuanto antes, (sufrimiento) lo
que nos lleva de nuevo
a considerar el mal del pasado. Un mal que tiene que ver mucho con el
cuerpo de deseos
o emocional y con toda una serie de aspectos negativos de la mente.
Sin embargo, el
karma del pasado puede ser el causante de épocas de obscuridad y
sufrimiento pero
eso tampoco impide que el trabajador de Dios lleve a la práctica el
conocimiento y las leyes
divinas conocidas para comenzar de nuevo a expresar palabras, deseos,
sentimientos y
pensamientos amorosos y fraternales hacia los
demás.
Esta vuelta al trabajo de Dios
como se hizo en el pasado comienza a purificar los diferentes
vehículos que forman la personalidad; el placer de servir a los demás
y de ser un obrero
de Dios en la tierra fortalecen la voluntad y elevan la conciencia; la
nueva fuerza interna le
trae una paz que irá disipando esa obscuridad que le impedía ver la
luz de la Verdad;
resultando, pues, que la obscuridad habrá hecho renacer la luz a la
vez que ha elevado
al trabajador de Dios un peldaño más. Esta oscuridad le será muy útil
en el fututo
porque sus experiencias se habrán grabado con fuego, comprendiendo así
que la
desintegración de lo inútil es tan importante como la integración. Al
igual que la muerte
es un aspecto del nacimiento, también lo que retrasa fortalece. Hay
fuerzas invisibles
constructoras e iluminadoras pero también las hay destructoras y
tenebrosas que limitan
y obstruyen al que desea hacerse obrero de Dios. Los aspirantes,
probacionistas y
discípulos debemos valernos del conocimiento y de todo lo demás para
salir de esos
momentos de obscuridad si de verdad queremos elevarnos a los reinos de
lo divino.
Nosotros no debemos
considerarnos solamente obreros y trabajadores de Dios en el
cumplimiento de sus leyes, sino que debemos ser luchadores contra el
mal en nosotros.
Nada nos puede retener clavados a la cruz del cuerpo y del mundo
físico excepto el mal
que tengamos y que engendremos en nosotros mismos, pero es ese mal el
que debe
fortalecer los poderes internos y hacer de la voluntad la herramienta
más poderosa
que nos libere de la exclavitud del cuerpo de deseo y de la mente
personal que tanto
se complacen en este mundo. Nosotros no somos de este mundo y por eso
debemos
combatir lo que nos retiene y nos engaña con tal de que disfrutemos
de los placeres a
la vez que nos olvidamos de los mundos espirituales. El fin es que el
Yo superior
(el Cristo interno) nazca y crezca a la vez que abandonamos los hábitos
y formas de expresión que nos lleva a hacer el
mal.
El ser humano tarda
mucho en darse cuenta de que el cumplimiento del deber respecto a
las leyes que gobiernan desde los mundos superiores es de suma
importancia porque
es lo que mantiene la armonía en la naturaleza. Nosotros podemos ser
un elemento de
luz y armonía cuando colaboramos con Dios pero también podemos ser lo
contrario
por el simple hecho de ponernos a nosotros mismos antes que a todo lo
demás o de
no controlar la mente o la lengua entre otras muchas cosas. Es
necesario el control
de la mente y el discernimiento para valorar las tendencias buenas o
malas en nosotros
y el propio mal que nos domina si queremos superarnos a nosotros
mismos. El dominio
de la naturaleza inferior (personalidad) es la clave para el
desarrollo de la conciencia
y para que ésta se convierta en maestro y guía ante la posibilidad de
caer en cosas tan
bajas y tan sutiles como la crítica o la maledicencia. Pero también
las personas que nos
rodean pueden jugar un papel en este sentido porque sirven de espejo
donde nosotros
nos podemos ver reflejados. Cuando vemos un defecto en los demás y
éste produce
una fuerte reacción en nosotros es porque ese defecto también lo
tenemos que corregir
en nuestra vida. Por otro lado, cuando las buenas obras y la vida
superior que otros
practican estimulan nuestros corazones están indicando el nivel
espiritual en el que
nos encontramos. Practicar el mal que aún no hemos erradicado es como
remover un
enjambre de abejas que nos causa dolor incluso cuando vemos que otros lo
practican.