Cuando se viven crisis sociales tan profundas como la que ahora sufrimos, la gente descubre con pena que sus ingresos disminuyen, sus rutinas y costumbres se alteran porque el temor a ser agredido provoca que todo mundo tome precauciones para no ser víctima de algún delito.
Más allá de las pérdidas humanas irreparables y de los desfalcos económicos, hay otra merma menos visible, pero igualmente decisiva. La gente pierde la esperanza, el ánimo para emprender proyectos o simplemente realizar un viaje de descanso. Las crisis sociales traen unidas crisis de fe y de confianza.
En estas circunstancias adquiere su pleno sentido el exhorto del Señor Jesús sobre la fe: cuando se dispone del don inapreciable de la fe se sobrepone uno a la adversidad y el fracaso.
Testigos vivientes que no se han dejado arrebatar la esperanza y que luchan para exigir condiciones de justicia y bienestar para todos, son de todos conocidos. Por su medio el Señor nos sigue mostrando que la fe sigue activando procesos de cambio personal y de renovación social