8. LA ORACIÓN COMO EXPERIENCIA PERSONAL
Existe un aspecto verdaderamente espontáneo de la oración, ya que el hombre primitivo se encontró orando mucho antes de tener un concepto claro de un Dios. El hombre primitivo solía orar en dos situaciones distintas: cuando sufría grandes penurias, experimentaba el impulso de buscar ayuda; cuando se regocijaba, se dejaba llevar por la expresión impulsiva del regocijo.
La oración no es una evolución de la magia; la una y la otra surgieron independientemente. La magia era un intento de adaptar la Deidad a las condiciones; la oración es el esfuerzo de adaptar la personalidad a la voluntad de la Deidad. La verdadera oración es tanto moral como religiosa; la magia no es ni lo uno ni lo otro.
La oración puede volverse una costumbre establecida; muchos oran porque otros lo hacen. Aun otros oran porque temen que les sucederá algo terrible si no ofrecen sus súplicas regulares.
Para algunos individuos la oración es la expresión calma de la gratitud; para otros, una expresión de grupo de la alabanza, las devociones sociales; a veces es la imitación de la religión de otro, mientras que en la verdadera oración es la comunicación sincera y confiada de la naturaleza espiritual de la criatura con la presencia ubicua del espíritu del Creador.
La oración puede ser una expresión espontánea de la conciencia de Dios o una recitación sin sentido de las fórmulas teológicas. Puede ser la alabanza extática del alma conocedora de Dios o la obediencia esclava de un mortal dominado por el miedo. Es a veces la expresión patética del deseo espiritual y a veces el grito flagrante de frases pías. La oración puede ser alabanza regocijada o humilde ruego de perdón.
La oración puede ser el ruego infantil de lo imposible o la súplica madura de crecimiento moral y poder espiritual. La solicitud puede ser por el pan de cada día o el resultado de un anhelo sincero de hallar a Dios y hacer su voluntad. Puede ser un pedido totalmente egoísta o un gesto verdadero y magnífico hacia la realización de la fraternidad altruista.
La oración puede ser un grito airado de venganza o una intervención misericordiosa para con los enemigos de uno. Puede ser la expresión de la esperanza de cambiar a Dios o la poderosa técnica de cambiarse a sí mismo. Puede ser el ruego servil de un pecador perdido ante un Juez supuestamente severo o la expresión regocijada de un hijo liberado del Padre celestial viviente y misericordioso.
El hombre moderno vacila ante la idea de hablarse con Dios en una forma puramente personal. Muchos han abandonado la oración regular; tan sólo rezan cuando se encuentran bajo presión extraordinaria —en casos de urgencia. El hombre no debe temer hablar con Dios, pero sólo un individuo con espíritu infantil puede pensar en intentar persuadir, o presumir de cambiar, a Dios.
Pero la verdadera oración logra la realidad. Aunque las corrientes de aire sean ascendentes, el pájaro no podrá ascender a menos que extienda las alas. La oración eleva al hombre porque es una técnica de progresar mediante la utilización de las corrientes espirituales ascendentes del universo.
La oración genuina aumenta el crecimiento espiritual, modifica las actitudes y produce esa satisfacción que proviene de la comunión con la divinidad. Es la explosión espontánea de la conciencia de Dios.
Dios responde a la oración del hombre dándole una mayor revelación de la verdad, una enaltecida apreciación de la belleza, y un concepto aumentado de la bondad. La oración es un gesto subjetivo, pero pone en contacto con realidades objetivas poderosas en los niveles espirituales de la experiencia humana; es un gesto significativo por parte de lo humano por alcanzar los valores sobrehumanos. Es el más poderoso estímulo para el crecimiento espiritual.
Las palabras no tienen importancia en la oración; tan sólo forman el lecho intelectual en el cual fluye al azar el río de la súplica espiritual. El valor de las palabras de una oración es puramente autosugestivo en las devociones privadas y sociosugestivo en las devociones de grupo. Dios responde a la actitud del alma, no a las palabras.
La oración no es una técnica de escape de los conflictos sino más bien un estímulo para crecer al enfrentarse al conflicto mismo. Ora tan sólo por valores, no por cosas; por crecimiento, no por gratificación.