3. EL AÑO VEINTINUEVE (AÑO 23 d. de J.C.)
Todo el vigésimo noveno año de su vida lo pasó Jesús completando su gira por el mundo mediterráneo. Los principales acontecimientos, dentro de lo que se nos ha permitido divulgar de estas experiencias, constituyen el objeto de las narraciones que siguen inmediatamente a este documento.
A través de esta gira por el mundo romano, por muchas razones a Jesús se le conoció como el escriba de Damasco. En Corinto y en otras escalas del viaje de regreso se le conoció, sin embargo, como el tutor judío.
Fue éste un período extraordinario en la vida de Jesús. Durante este viaje se puso en contacto con muchos de sus semejantes, sin embargo esta experiencia es la una fase de su vida que él nunca reveló ni a su familia ni a ninguno de los apóstoles. Jesús vivió su vida en la carne y partió de este mundo sin que nadie (salvo Zebedeo de Betsaida) supiera que él había hecho este extenso viaje. Algunos de sus amigos pensaron que había regresado a Damasco; otros pensaron que se había ido a la India. Su propia familia se inclinaba a creer que estaba en Alejandría, ya que sabían que una vez había sido invitado a ir allí con el objeto de convertirse en asistente de un chazán.
Cuando Jesús regresó a Palestina, nada hizo para cambiar la opinión de su familia de que había ido de Jerusalén a Alejandría; les dejó creer que todo el tiempo que había estado ausente de Palestina lo había pasado en esa ciudad de erudición y de cultura. Sólo Zebedeo, el fabricante de botes de Betsaida, conocía lo que era el hecho acerca de estos asuntos, y Zebedeo nunca dijo nada a nadie.
En todos vuestros esfuerzos para descifrar el propósito de la vida de Jesús en Urantia, debéis recordar la motivación del autootorgamiento de Micael. Si queréis comprender el significado de muchas de sus acciones aparentemente extrañas, debéis discernir el propósito de su estadía en vuestro mundo. En todo momento cuidó de que su carrera personal no resultara desproporcionadamente atrayente, de que no monopolizara la atención de los seres humanos. No quería atraer a sus semejantes en una forma excepcional o sobrecogedora. Estaba dedicado a la obra de revelar el Padre celestial a sus semejantes mortales y al mismo tiempo consagrado a la sublime tarea de vivir su vida terrena mortal, siempre sujeta a la voluntad del mismo Padre del Paraíso.
También será siempre provechoso comprender la vida de Jesús en la tierra, si los estudiantes mortales de este divino autootorgamiento recuerdan que, aunque vivió esta vida de encarnación en Urantia, la vivió para todo su universo. En la vida que vivió en la carne de naturaleza mortal había algo especial e inspirador para cada una de las esferas habitadas de todo el universo de Nebadon. Lo mismo también se aplica a todos aquellos mundos que han llegado a ser habitables después de la era memorable de su estadía en Urantia. Y esto es igualmente cierto de todos los mundos que puedan llegar a ser habitados por criaturas volitivas en toda la historia futura de este universo local.
El Hijo del Hombre, durante la época y mediante las experiencias adquiridas en su viaje por el mundo romano, completó prácticamente su preparación por educación y contacto con los pueblos diversificados del mundo de su día y de su generación. Al tiempo de su regreso a Nazaret, gracias a lo que había aprendido viajando, prácticamente ya sabía cómo vive el hombre y cómo forja su existencia en Urantia.
El verdadero propósito de este viaje alrededor de la cuenca del Mediterráneo fue conocer a los hombres. El llegó a estar muy cerca de centenares de seres humanos en este viaje. Conoció y amó a toda clase de hombres, ricos y pobres, de todas las clases sociales, negros y blancos, eruditos y menos eruditos, cultos e incultos, animalisticos y espirituales, religiosos e irreligiosos, rectos e inmorales.
En este viaje por el Mediterráneo hizo Jesús grandes progresos en su tarea humana de dominar la mente material y mortal, y su Ajustador residente hizo grandes progresos en la ascensión y conquista espiritual de este mismo intelecto humano. Al finalizar este viaje Jesús virtualmente conocía —con toda humana certeza— que él era un Hijo de Dios, un Hijo Creador del Padre Universal. El Ajustador pudo cada vez más evocar en la mente del Hijo del Hombre nebulosas memorias de su experiencia en el Paraíso en asociación con su Padre divino, antes de que él viniera a organizar y administrar este universo local de Nebadon. Así pues el Ajustador, poco a poco, trajo a la conciencia humana de Jesús esos recuerdos necesarios de su existencia anterior y divina en las diferentes épocas de su pasado casi eterno. El último episodio de su experiencia prehumana que el Ajustador le evocó fue su diálogo de despedida con Emanuel de Salvington poco antes de hacer entrega de su personalidad consciente para embarcarse en la encarnación urantiana. Y esta última imagen de recuerdo de su existencia prehumana se hizo claro en la conciencia de Jesús el mismo día de su bautismo por Juan en el río Jordán.