Los proyectos por terminar en el trabajo, los planes para las celebraciones y los compromisos familiares pueden hacerme sentir fatigado y aturdido. A medida que se acercan las festividades, quizás me sienta obligado a hacer cada vez más, arriesgando perder mi paz interna.
Si me siento abrumado por las exigencias, encuentro alivio al orar y meditar. Me preparo para estar presente y gozoso durante cada actividad de los días de fiesta al recordar ir a mi espacio interno de tranquilidad.
La paz ya mora en mí. Al retirarme a un lugar callado, descanso mi cuerpo y sereno mi mente. Dejo ir cualquier apego a cómo deben ser las cosas. Disfruto del verdadero significado de la estación: recibir y expresar la paz de Dios.
Estad quietos y conoced que yo soy Dios.—Salmo 46:10
La luz de Dios ilumina mi camino, en todo momento y en cada experiencia. Dicha luz me brinda inspiración. Si experimento un torbellino interno, sé adónde dirigirme. La luz de Dios en mí no puede ser extinguida bajo ninguna circunstancia.
Aun en los momentos más duros de la vida puedo sentir cuán bueno es Dios. Me doy cuenta de que no estoy solo, y soy testigo de mi propia transformación. En el Espíritu no hay oscuridad, sólo luz. La ventana de mi alma se abre a nuevos despertares. A medida que el resplandor de Dios brilla por medio de mí y de mi experiencia, inspiro a otros. Acudo a lo Divino en mí para que ilumine el camino a medida que avanzo y supero cualquier reto.
Nadie enciende una lámpara y la pone en un lugar escondido, ni bajo un cajón, sino en alto, para que los que entran tengan luz.—Lucas 11:33