Cristo dijo: "Dejad que brille vuestra Luz". A la visión espiritual, cada ser humano aparece como un
haz de luz, de variado colorido, según el temperamento, y de mayor o menor resplandor en proporción a la
pureza de carácter. La ciencia ha descubierto que toda la materia está en un estado de fluidez, que las
partículas de que está compuesto nuestro cuerpo, decaen continuamente y son eliminadas del sistema para
ser reemplazadas por otras que permanecen un corto espacio de tiempo hasta que también se descomponen.
Igualmente ocurre con nuestro humor o talante, nuestras emociones y deseos, que cambian a cada momento,
dejando su lugar las antiguas a las nuevas en interminable sucesión.
Por lo tanto, también tienen que estar compuestos de materia y sujetos a leyes iguales a las que rigen
las substancias físicas visibles.
Incluso podemos, y así lo hacemos constantemente, cambiar nuestras mentes; podemos cultivarla
hacia una u otra dirección, a nuestro libre albedrío, del mismo modo que podemos desarrollar los músculos
de los brazos o de las piernas, o podemos dejar que se atrofien los miembros. Por cuyo motivo también la
mente tiene que estar compuesta de una substancia maleable. Pero el ego, el pensador, nunca pierde la
identidad del "Yo". En los dos casos, lo mismo en la infancia que, en la vejez, este "Yo" permanece igual,
indiferente a los, cambios de pensamientos, sensaciones, emociones y deseos. Aunque, el cuerpo que
usamos como vestido, cambie a medida que pasan los años, "nosotros" somos eternamente los mismos.