Dios es el Ser infinitamente rico, y nosotros, los hombres, somos extremadamente pobres. Por eso cuando nos acercamos a Dios para pedirle algo, debemos hacerlo como el mendigo se acerca a los pies de un señor generoso y bueno.
Ya lo ha cantado la Virgen en su cántico, el Magníficat, que Dios colmó de bienes a los hambrientos, y despidió a los ricos con las manos vacías.
Por eso tenemos que ir a Dios con la actitud del que es pobre y le falta todo, porque esa es la pura verdad, ya que todo lo que tenemos es don de Dios, y lo que podemos tener en el futuro también será don suyo.
Si vamos a Dios repletos de cosas y bienes, entonces no tendremos lugar en nuestro equipaje para guardar todos los dones y gracias que Dios nos quiere otorgar. En cambio si somos pobres y vamos a Dios con los bolsos vacíos, es decir, con pobreza de espíritu, entonces sí que el Señor hará maravillas, y nos regalará tantos dones y gracias, que no podremos contenerlas y las transmitiremos a los demás hermanos, y seremos como acueductos por donde pasarán las gracias desde Dios hacia los hermanos.
No nos cansemos de pedir. Así como el mendigo no se cansa de pedir, tampoco nosotros, mendigos de Dios, no nos cansemos de pedir a Quien nos puede y nos quiere socorrer abundantemente. Y esto lo hacemos en la oración.