Los creyentes maduros no necesitan ser motivados por amenazas o promesas proféticas. Isaías y Juan Bautista despertaron la conciencia adormecida de sus contemporáneos por medio de visiones esperanzadoras o de advertencias severas.
De alguna manera uno y otro recurrían a una estrategia similar: el argumento del premio y el castigo. Los cristianos que releemos dichos textos proféticos podemos acogerlos como un referente que nos recuerda que la congruencia y la fidelidad a las propias convicciones creyentes, es la manera más adecuada de mirarse uno al espejo.
Quien sepa practicar la autocontención de sus pulsiones egoístas y aprenda a vivir una existencia sensible a las legítimas necesidades de sus hermanos, podrá darse cuenta que está rindiendo el fruto esperado.
Si se reconoce frágil y demanda el baño regenerador del Espíritu podrá consolidar mejor su existencia como cristiano.