Formar comunidades vivas, dinámicas que respondan a algún desafío y un propósito permanente es algo complejo.
Los compromisos laborales, la cultura individualista, y algunos otros pretextos, nos mantienen encerrados en la zona de "confort".
La dispersión, y no la cohesión, nos retrata. En la comunidad eclesial pasa lo mismo, participamos en celebraciones religiosas masivas, sin preocuparnos de estrechar lazos de comunión y solidaridad con los demás, que trasciendan el ámbito sagrado. Se nos complica crear iniciativas de servicio a la comunidad en general
Dispensarios, manualidades, servicios de ayuda psicológica, clubes de lectura, bazares, mutualidades, cooperativas, mercados de economía solidaria y otros más, podrían ser caminos para convertirnos en una comunidad alternativa, en luz de las naciones.
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