Triste suerte la de quien sólo trabaja para vivir, pero no sabe para qué vive.
Triste suerte la de aquel que ha hecho del "tener y retener" el objetivo de su vida.
Dichoso, en cambio, el que, mientras gana su pan o acrecienta su fortuna, sabe hacer del trabajo una ocasión de servicio al prójimo y de cooperación con el proyecto de Dios.