El Hijo del Hombre experimentó la entera gama de las emociones humanas que van desde la alegría más espléndida hasta la pena más profunda. Fue un niño alegre y un ser de raro buen humor; asímismo fue un «varón de dolores, experimentado en quebranto». En un sentido espiritual, vivió su vida mortal de abajo hacia arriba, del principio al fin. Desde un punto de vista material, podría parecer que escapó de vivir en los dos extremos sociales de la existencia humana, pero intelectualmente llegó a estar completamente familiarizado con toda la experiencia completa de la humanidad.
Jesús conoce los pensamientos y los sentimientos, los deseos y los impulsos, de los mortales evolucionarios y ascendentes de los reinos, desde su nacimiento hasta su muerte. Ha vivido la vida humana desde los comienzos del yo físico, intelectual y espiritual, pasando por la infancia, la adolescencia, la juventud y la edad adulta, llegando hasta la experiencia humana de la muerte. No sólo pasó a través de estos períodos humanos comunes y conocidos de avance intelectual y espiritual, sino que también experimentó plenamente esas fases más elevadas y avanzadas que consisten en la reconciliación del humano con el Ajustador, que tan pocos mortales de Urantia consiguen alcanzar. Así pues experimentó la plena vida del hombre mortal, no sólo como la se vive en vuestro mundo, sino también como se la vive en todos los otros mundos evolucionarios del tiempo y del espacio, incluso en los más elevados y avanzados de todos los mundos ya establecidos en luz y vida.
Aunque esta vida perfecta que vivió en semejanza de la carne mortal puede no haber recibido la aprobación no cualificada y universal de sus semejantes mortales que tuvieron la oportunidad de ser sus contemporáneos en la tierra, sin embargo, la vida que Jesús de Nazaret vivió en la carne y en Urantia recibió la plena y no cualificada aprobación del Padre Universal: constituía al mismo tiempo, y en la misma vida de la personalidad, la plenitud de la revelación del Dios eterno, al hombre mortal y la presentación de una personalidad humana perfeccionada a la satisfacción del Creador Infinito.