Nunca renuncies al derecho que tienes de equivocarte, porque, si no, perderás la capacidad de aprender cosas nuevas y de avanzar en tu vida.
De hecho, tenemos que aprender a reconocer que nos equivocamos todos los días, y no tomarlo como un peso que agobie sino como un aprendizaje que poco a poco nos llevará a ser mejores, aunque sea en el final de nuestras vidas en este mundo.
Recuerda que el miedo siempre se oculta bajo las ansias de perfección.
Encarar tus miedos y permitirte a ti mismo el derecho de ser humano puede, paradójicamente, hacerte una persona muchísimo más fecunda y feliz. Y eso redundará en beneficio tuyo y de los que te rodean.
Pídele a Jesús la fortaleza necesaria para trabajar cada día en pos de ser mejor persona.