Cuando Jesús se levantó para partir, uno de los abogados sentados a la mesa, dirigiéndose a él, dijo: «Pero, Maestro, en algunas de tus declaraciones también nos reprochas a nosotros. ¿Es que no hay nada bueno entre los escribas, los fariseos, los abogados?» Jesús, de pie, replicó al abogado: «Vosotros, como los fariseos, os deleitáis en los mejores lugares en los festines y en lucir largos hábitos mientras ponéis cargas pesadas, difíciles de llevar, sobre los hombros de la gente. Cuando las almas de los hombres se tambalean bajo esas pesadas cargas, no levantáis ni siquiera un dedo. ¡Ay de aquellos cuyo mayor regocijo es el de construir tumbas para los profetas que vuestros padres mataron! Y vuestro beneplácito para con lo que hicieron vuestros padres se manifiesta en el hecho de que ahora pensáis en matar a los que vienen en este día para hacer lo que hicieron los profetas en su día: proclamar la justicia de Dios y revelar la misericordia del Padre celestial. Pero de todas las generaciones pasadas, a esta generación perversa e hipócrita se le cobrará la sangre de los profetas y de los apóstoles. ¡Ay de todos vosotros los abogados que habéis quitado la llave del conocimiento a la gente común! Vosotros mismos os negáis a entrar en el camino de la verdad, y al mismo tiempo queréis impedir la entrada a los que la buscan. Pero no podéis cerrar así las puertas del reino del cielo; pues las hemos abierto a todos los que tienen la fe para entrar; y estos portales de misericordia no se cerrarán por el prejuicio y la arrogancia de los instructores mentirosos y de los falsos pastores que son como sepulcros blanqueados que, aunque por fuera aparecen hermosos, por dentro están llenos de los huesos de los muertos y de todo tipo de suciedad espiritual».
Cuando Jesús hubo terminado de hablar en la mesa de Natanael, salió de la casa sin haber compartido la comida. Y de los fariseos que escucharon estas palabras, algunos se hicieron creyentes de sus enseñanzas y entraron al reino, pero la mayoría persistió en el camino de las tinieblas y cada vez estaban más resueltos a acecharlo hasta el momento en que pudieran usar algunas de sus propias palabras como anzuelo para enjuiciarlo y condenarlo ante el sanedrín de Jerusalén.
Sólo había tres cosas a las que los fariseos prestaban particular atención:
1. La práctica estricta del diezmo.
2. La práctica escrupulosa de las leyes de purificación.
3. El evitar la asociación con todos los que no fueran fariseos.
En este momento, Jesús trataba de desenmascarar la aridez espiritual de las primeras dos prácticas, mientras que reservaba sus comentarios concebidos para reprochar a los fariseos su rechazo de todo tipo de relación social con los que no fueran fariseos para otra ocasión subsiguiente en la que nuevamente estuviera él cenando con muchos de estos mismos fariseos.