Los judíos habían enseñado desde hacía mucho tiempo que el Mesías sería «un brote de la vid» de los antepasados de David, y en conmemoración de esta antigua enseñanza un gran emblema de la uva y de su vid decoraba la entrada del templo de Herodes. Todos los apóstoles recordaron estas cosas mientras el Maestro les hablaba esta noche en el aposento superior.
Pero gran congoja acompañó más adelante la interpretación errónea de las inferencias del Maestro sobre la oración. Habría habido muy poca dificultad en estas enseñanzas si sus palabras exactas se hubiesen recordado y posteriormente se las hubiera registrado fielmente. Pero así como se hicieron los registros, los creyentes llegaron a considerar la oración en nombre de Jesús como una especie de magia suprema, pensando que recibirían del Padre todo lo que pidieran. Durante siglos muchas almas honestas han destruido su fe al tropezar con esta interpretación errónea. ¿Cuánto le llevará al mundo de los creyentes comprender que la oración no es un proceso para conseguir lo que uno quiere, sino más bien un programa para aceptar el camino de Dios, una experiencia de aprendizaje para reconocer y cumplir la voluntad del Padre? Es enteramente verdad que, cuando tu voluntad esté verdaderamente aliada con su voluntad podrás pedir todo lo que sea concebido por esa unión de las voluntades, y te será otorgado. Tal unión de las voluntades se efectúa por Jesús y a través de él, así como la vida de la vid fluye por las ramas vivas y a través de éstas.
Cuando existe esta conexión viva entre divinidad y humanidad, si la humanidad impensadamente y en forma ignorante ora para obtener comodidades egoístas y alcances vanagloriosos, tan sólo puede haber una respuesta divina: mayor rendimiento de los frutos del espíritu en las ramas vivas. Cuando la rama de la vid está viva, tan sólo puede haber una respuesta a todas sus peticiones: más y más uvas. En efecto, la rama existe para rendir frutos, y no puede hacer sino rendir uvas. Así, el verdadero creyente existe tan sólo para el propósito de rendir los frutos del espíritu: amar a los hombres como él mismo ha sido amado por Dios —que nos amemos los unos a los otros, así como Jesús nos ha amado a nosotros.
Y cuando la mano de la disciplina del Padre se apoya sobre la vid, lo hace con amor para que las ramas puedan rendir mucho fruto. El viñatero sabio tan sólo poda las ramas muertas y las que no rinden frutos.
Jesús tuvo gran dificultad en inculcar aun en sus apóstoles que reconocieran que la oración es una función de los creyentes nacidos del espíritu en el reino dominado por el espíritu.