¿Sentimos la partida de un ser querido?, SÍ, ¿Honramos
su memoria? SÍ, ¿debemos cargar siempre con ese dolor? NO. Y decimos no porque
de otra manera nuestra vida se convierte en un permanente sufrimiento. Igual sucede
con cualquier otro suceso por el que estemos pasando. Cada ciclo de nuestra
existencia tiene un comienzo y tiene necesariamente una terminación, pero cada
vez que termina un ciclo, inmediatamente comienza otro. Si vivimos apegado a lo
“que pudo haber sido y no fue”, no avanzamos, nos quedamos estancados. El
semáforo se cansa de darnos luz verde para que sigamos y solo vemos cuando nos
pone la luz roja y si acaso vemos la amarilla.
Lo primero que tenemos que hacer es reconocer
nuestras emociones. ¿hasta qué punto esa “emocionalidad” juega con nosotros,
hasta qué punto permitimos que los demás nos hagan eso que en Venezuela
llamamos “dar casquillo” y hasta qué punto nosotros “agarramos” ese casquillo.
¿Hasta qué punto permitimos que lo que digan los demás nos haga sufrir o nos
haga llorar?
Cada emoción nuestra se origina en un
pensamiento. Generalmente mente y emociones están como en una espesa selva, se
mezclan uno con otro y nos conduce a la perturbación. La paz, la tranquilidad,
el sosiego, se alejan cada vez más de nosotros porque no pueden permanecer en
un lugar tan congestionado.