El hombre primitivo no diferenciaba entre el nivel energético y el nivel espiritual. Fueron la raza violeta y sus sucesores anditas quienes en primer término intentaron divorciar lo matemático de lo volicional. Cada vez más el hombre civilizado ha seguido los pasos de los primeros griegos y sumerios, quienes distinguieron entre lo inanimado y lo animado. A medida que la civilización progresa, la filosofía tendrá que arrojar puentes sobre los abismos cada vez más grandes entre el concepto del espíritu y el concepto de la energía. Pero en el tiempo del espacio estas divergencias son una en el Supremo.
La ciencia siempre debe basarse en la razón, aunque la imaginación y la conjetura son útiles en la extensión de sus límites. La religión depende para siempre de la fe, aunque la razón sea una influencia estabilizadora y una asistenta útil. Siempre ha habido, y siempre habrá, interpretaciones confusas de los fenómenos tanto del mundo natural como del mundo espiritual, ciencias y religiones falsamente llamadas así.
Basado en su comprensión incompleta de la ciencia, su leve captación de la religión, y sus intentos abortivos en cuanto a la metafísica, el hombre ha intentado construir sus formulaciones de filosofía. El hombre moderno verdaderamente construiría una filosofía valiosa y atractiva de sí mismo y de su universo si no fuese por la ruptura de su conexión metafísica importantísima e indispensable entre los mundos de la materia y del espíritu, el fracaso de la metafísica para tender un puente sobre el abismo morontial entre lo físico y lo espiritual. El hombre mortal no tiene el concepto de mente y materia morontiales, y la revelación es la única técnica para restaurar esta deficiencia en los datos conceptuales que el hombre tan urgentemente necesita para poder construir una filosofía lógica del universo y llegar a una comprensión satisfactoria de su lugar seguro y establecido en ese universo.
La revelación es la única esperanza del hombre evolucionario por tender un puente sobre el abismo morontial. La fe y la razón, sin ayuda de mota, no pueden concebir ni construir un universo lógico. Sin la visión de mota, el hombre mortal no puede discernir la bondad, el amor y la verdad en los fenómenos del mundo material.
Cuando la filosofía del hombre se inclina intensamente hacia el mundo de la materia, se vuelve racionalista o naturalista. Cuando la filosofía se inclina particularmente hacia el nivel espiritual, se vuelve idealista o aun mística. Cuando la filosofía es tan desafortunada como para inclinarse hacia la metafísica, infaliblemente se vuelve escéptica, confusa. En eras pasadas, la mayor parte del conocimiento del hombre y de sus evaluaciones intelectuales ha caído en una de estas tres distorsiones de percepción. La filosofía no se atreve a proyectar sus interpretaciones de la realidad en la forma lineal de la lógica; no debe fallar nunca en tomar en cuenta la simetría elíptica de la realidad y la curvatura esencial de todos los conceptos de relación.
La filosofía más elevada obtenible por el hombre mortal debe estar basada lógicamente en la razón de la ciencia, la fe de la religión, y el discernimiento de la verdad ofrecido por la revelación. Mediante esta unión el hombre puede compensar de algún modo su fracaso en desarrollar una metafísica adecuada y por su incapacidad para comprender la mota de morontia.