Los enemigos abiertos, como son el egoísmo, el orgullo, la envidia y la avaricia., también son enemigos temibles, pero al atacar en campo abierto se ven enseguida y se combaten directo. Los enemigos ocultos son más peligrosos, porque se acercan sin ser vistos y atacan en la oscuridad. Se infiltran en nuestras defensas y llegan sin sentir a lo más escondido del cuartel general donde se fraguan los actos humanos.
El acto de decidirse es el más noble y profundo de todos los actos del hombre, la definición misma de la persona y la expresión última de su dignidad. Y precisamente porque es noble y profundo y define a la persona y constituye su dignidad, es difícil y penosa y lleva a la lucha y al peligro.
Por eso nuestra primera reacción instintiva al enfrentarnos con una decisión es tratar de evitarla, disimularla, posponerla. Más decisiones se toman en este mundo por no tomarlas (que ya es una decisión) que por tomarlas, por inacción que por acción, por dejar que las cosas sigan su curso que por intervenir directamente para cambiarlo; y esas decisiones en vacío son, de ordinario, las que menos conducen al fin deseado. La no-decisión es la peor de las decisiones. La inercia volitiva es enfermedad mortal.