Si
hablamos de cambios, no podemos dejar de mencionar los que está ocasionando el
Niño, que viene a sumarse al calentamiento global de la tierra, el cual desde
hace algunas décadas viene preocupando al mundo, el efecto invernadero, fue
citado por primera vez en 1896 por el químico sueco Svante Arrhenius.
Pero
los seres humanos somos demasiados lentos en reaccionar, tal vez porque la
tierra nunca ha estado libre de cataclismos de toda especie, porque ellos forman
parte de su evolución, por eso siempre hay que ser cauteloso cuando se dice que
las condiciones metereológicas actuales son extremas, porque sin un contexto
histórico se pierde el control y se apresura uno a declarar que cada fenómeno es
algo sin precedentes. Como muestra un botón en 1913 en California hicieron 56.7
grados de calor.
La pregunta
que ante estos fenómenos de la naturaleza muchos se hacen es ¿Por qué permite
Dios los terremotos, tornados, huracanes, tsunamis, tifones, avalanchas de lodo,
o tremendas sequías? ¿Dónde está Dios cuando ellos ocurren?
Ciertamente
que no podemos culpar a nuestro Creador, porque "seguir atribuyendo a causas
sobrenaturales lo que resulta difícil de comprender, no es más que una manera
perezosa y conveniente de evitar toda forma de trabajo duro e intelectual.” 951
para reconocer nuestra gran parte de culpa en todo lo que ocurre.
Lo curioso
es que ante los desastres naturales, culpamos a Dios de su falta de previsión o
de cuidado hacia este mundo que le pertenece por derecho propio, pero ¿por qué
no reconocemos esa misma soberanía divina, cuando la primavera llena los prados
de flores y cuando el verano nos regala los ricos frutos de una buena
cosecha?
El clima
malo se lo achacan a Dios, pero los muchos meses de buen tiempo son pura buena
suerte…cuando en verdad es que "la suerte es sólo un término creado para amparar
lo inexplicable en cualquier era de la existencia humana, define aquellos
fenómenos que el hombre es incapaz de penetrar o no desea descubrir. Azar es una
palabra que significa que el hombre es demasiado ignorante o demasiado indolente
para determinar las causas.”951
Ante
cualquier embate de la naturaleza, los que tenemos conciencia de que somos hijos
de Dios, debemos permanecer en calma, aprendiendo a encauzar nuestras emociones,
para que ni el miedo ni el descontento, sean capaces de hacernos perder nuestra
fe y confianza en el amor de nuestro Padre.
No dejemos
que ni el calor ni el frío influyan en nuestro estado anímico, aprendamos a ser
alquimistas y transformemos las situaciones desagradables en experiencias con
significado de sobrevivencia eterna.
yolanda
silva solano
yosis282@gmail.com