En la Biblia se dice que "Dios es Luz", y nada nos puede revelar la naturaleza de
Dios en el mismo grado que aquel símbolo. Si un clarividente volviese la vista
hacia atrás, hasta los tiempos primordiales, y mirase a este planeta cuando se
hallaba en formación, vería en primer término algo así como una nube negra, sin
forma, saliendo del caos. Después vería cómo esta nube de sustancia virginal se
convertía por el Fiat Creador en luz, su primera manifestación visible, una neblina
luminosa de fuego. Entonces vendría un momento en que aquella neblina de
fuego quedaría envuelta en una atmósfera de humedad, y después de esto
llegaría lo que conocemos con el nombre de Período Lunar. Más tarde aún se
presentaría el estado más obscuro y más denso llamado Período de la Tierra.
En la Época Lemuriana la primera incrustación de la Tierra empezó cuando el
agua hirviente se evaporó. Sabemos que cuando hacemos hervir una y otra vez
agua, en la caldera se forma una incrustación; del mismo modo el hervir de la
humedad en la superficie del ígneo globo terráqueo produjo la corteza dura que
hoy constituye la superficie de la Tierra.
La Biblia dice respecto de la última época que no llovía en la Tierra, sino que una
niebla se levantaba de ella. Esta niebla que surgía de la Tierra húmeda la envolvía
por completo. Entonces no podíamos ver la luz del Sol como ahora; el Sol tenía el
aspecto de un arco de luz eléctrica de ahora en una noche oscura; tenía un aura a
su alrededor. En aquella atmósfera nebulosa vivíamos en el primer período
Atlántico. Más tarde vino una época en la cual la atmósfera iba refrescándose
poco a poco y se condensó el agua, expulsando finalmente a los atlantes de su
tierra por una inundación formidable, un diluvio, tal como lo recuerdan las distintas
religiones.
Cuando aquella atmósfera nebulosa envolvía la Tierra, el arco iris era una cosa
imposible. Este fenómeno ocurre generalmente cuando hay una atmósfera clara
en algunos sitios y una nube en otros. Hubo un tiempo luego, cuando la
humanidad vio el arco iris por primera vez. Cuando yo observé aquella escena en
la Memoria de la Naturaleza, me pareció una verdadera maravilla. Hubo
refugiados que fueron expulsados de la Atlántida, que está actualmente en parte
bajo el océano Atlántico, pero también incluía partes de la actual Europa y
América. Estos refugiados fueron empujados hacia el Este, hasta que llegaron
finalmente a un sitio donde la Tierra era elevada, donde la atmósfera estaba
bastante más clara y donde vieron el cielo limpio por encima de sus cabezas. De
repente surgió una nube y de esta nube salió un relámpago. Ellos oyeron el
retumbo del trueno, y habiendo escapado del peligro de la inundación y huido bajo
la dirección de un guía al que reverenciaban como a Dios, le preguntaron
ansiosos: "¿Qué pasará ahora con nosotros?" "¿Es que por fin vamos a ser
destrozados?" Aquel guía les indicó con el dedo el arco iris en la nube diciendo:
"No, mientras este arco se dibuje en las nubes, las estaciones seguirán una a otra
sin interrupción"; y aquellos hombres miraron con gran admiración y consuelo
aquel arco de esperanza.
Cuando consideramos al arco iris, como una de las manifestaciones de la
Divinidad, podemos aprender magníficas lecciones de devoción, porque, a la vez
que miramos los relámpagos con pavor y oímos los truenos con miedo, el arco iris
en el cielo tiene que provocar siempre en el corazón humano una admiración por
la belleza por su séptuple faja de color. No hay nada que se pueda comparar con
aquel arco magnífico y yo deseo llamar la atención sobre algunos hechos físicos
en relación con él.
En primer lugar el arco iris nunca aparece al mediodía, sino siempre después de
que el Sol ha pasado hacia abajo y atravesando más de la mitad de la distancia
entre el meridiano y el horizonte; y se presenta tanto más hermoso, grande y claro,
cuanto más cerca está el Sol del horizonte. Nunca se muestra en un cielo limpio.
Generalmente tiene por fondo una nube oscura y pavorosa, y lo vemos siempre
cuando apartamos la vista del Sol. No podemos estar mirando hacia el Sol y ver el
arco iris al mismo tiempo. Cuando le miramos desde abajo, el arco se nos aparece
como la mitad de una esfera encima de la Tierra y de nosotros. Pero cuanto más
subimos, tanto más parte de la esfera vemos, y en las montañas, alcanzando una
suficiente altitud por encima del arco, le vemos como una séptuple esfera -
séptuple como la Divinidad, de la cual es una manifestación.
Ahora, a la vista de estos hechos físicos vamos a considerar el lado místico del
asunto. En la vida ordinaria, cuando estamos en el punto culminante de nuestra
actividad física, cuando la prosperidad máxima está en nuestras manos, cuando
todo nos es fácil y nos sonríe, entonces no necesitamos de la manifestación de la
luz y vida divinas. No necesitamos de aquella alianza, por decirlo así, que Dios
hizo con el hombre a su entrada en la Época Aria. No nos interesa la vida superior;
nuestra nave se desliza suavemente en mares tranquilos y no queremos otra
cosa; todo es tan bueno para nosotros aquí que aparentemente no hay razón
alguna para que miremos más allá.
Pero de repente se presenta la tormenta, una época en la vida de todos en que las
penas y dificultades nos asedian. La tempestad del desastre nos priva de todo
bienestar físico, y estamos, quizás, solos en un mundo de tristezas. Entonces,
cuando nos apartamos del Sol de la prosperidad física, cuando dirigimos la vista
hacia la vida superior, siempre veremos sobre la negra nube del desastre el arco
de la alianza entre Dios y el hombre, demostrando que estamos siempre
capacitados para el contacto con la vida superior. Quizá entonces no sea el
momento más propicio para establecerlo, porque todos necesitamos cierta
evolución material, la cual se realiza del mejor modo cuando no estamos en
contacto demasiado íntimo con la vida superior. Pero para evolucionar y progresar
y buscar gradualmente un estado cada vez más elevado de espiritualidad, es
preciso que en un momento dado se nos presenten dificultades y pruebas que nos
pongan en contacto con la vida superior. Cuando podamos considerar las pruebas
y las tribulaciones como un medio para aquella finalidad, entonces las penas se
convertirán en las mayores bendiciones que podríamos recibir. Cuando no
tenemos hambre, ¿por qué preocuparnos por el alimento? Pero cuando notamos
las angustias de la inanición y estamos sentados delante de una comida, por
rústica que sea, daremos gracias a Dios por deparárnosla.
Si dormimos bien todas las noches, no apreciamos todo el bien que esto significa,
pero si noche tras noche no hemos podido conciliar el sueño, nos damos cuenta
de su gran valor en cuanto se nos presenta otra vez el sueño normal. Cuando
gozamos de buena salud y no sentimos dolor de ninguna clase en nuestros
cuerpos, estamos propensos a olvidar hasta la existencia del dolor físico. Pero
inmediatamente después de una enfermedad o de grandes sufrimientos, nos
damos cuenta de todo el bien que significa la salud.
Así, pues, por el contraste entre los rayos del Sol y la oscuridad de la nube, vemos
en esta última el arco que nos llama hacia una vida superior; y si dirigimos nuestra
mirada hacia este símbolo, nos será mucho más provechoso que continuar
andando por los caminos de la vida inferior.
Muchos de nosotros estamos inclinados a atormentarnos por nimiedades. Esto me
recuerda una historia publicada recientemente en una de nuestras revistas, de un
niño que había subido por una escalera. Él había estado mirando hacia arriba
mientras estaba subiendo, y había llegado tan alto que una caída le hubiera sido
mortal. Entonces se paró y miró abajo, e instantáneamente fue presa del vértigo.
Cuando desde una altura miramos hacia abajo, se nos va la cabeza y tenemos
miedo. Pero alguien desde arriba le llamó diciendo: "Mira hacia arriba, chiquillo;
súbete hasta aquí y yo te ayudaré." Él miró arriba, y en el acto el vértigo y el miedo
desaparecieron; entonces subió más hasta que le cogieron por una ventana.
Debemos mirar siempre hacia arriba y olvidar las pequeñas molestias de la vida,
porque el arco de la Esperanza está siempre en la nube. A medida que tratamos
de vivir la vida superior y de subir hasta las sublimes alturas de Dios, veremos
como el arco de la paz se convierte en una esfera y que hay tanta paz aquí abajo
como allí arriba. Es nuestro deber el llevar a cabo la obra que nos corresponde en
este mundo, y no debemos nunca substraernos a esta obligación. Todavía
tenemos otro deber que cumplir para con la vida superior, y en interés de esta
última, nos reunimos la noche del domingo y acumulando nuestras aspiraciones
progresaremos hacia las alturas espirituales.
Debemos recordar también que llevamos dentro de nosotros un poder espiritual
latente, que es más grande que cualquier otro poder del mundo, y a medida que
se desarrolla somos responsables del modo de usarlo. Con el fin de aumentar este
poder debemos tratar de dedicar una parte de nuestro tiempo libre al cultivo de la
vida superior, de modo que, cuando la nube del desastre desciende sobre
nosotros, estemos capacitados con la ayuda de aquel poder, para encontrar el
arco dentro de la nube. Así como el arco iris aparece al final de la tormenta, así,
cuando hayamos obtenido el poder de ver el arco brillante de nuestra nube de
desastre, el final del desastre ha llegado y el lado luminoso empieza a aparecer.
Cuando mayor sea el desastre, tanto mayor era la lección que necesitábamos.
Cuando estamos en el sendero del mal, más tarde o más temprano, recibimos un
amistoso pero fuerte latigazo, para volver otra vez a las realidades de la vida y
reconocer a la fuerza que el sendero de la verdad va hacia arriba y no hacia abajo,
y que Dios gobierna al mundo.