Es verdad. Estoy a la puerta de tu corazón, de día y de noche. Aun cuando no estás escuchando, aun cuando dudes que pudiera ser yo, ahí estoy: esperando la más pequeña señal de respuesta, hasta la más pequeña sugerencia de invitación que me permita entrar.
Y quiero que sepas que cada vez que me invitas, Yo vengo siempre, sin falta. Vengo en silencio e invisible, pero con un poder y un amor infinitos, trayendo los muchos dones de mi Espíritu. Vengo con mi misericordia, con mi deseo de perdonarte y de sanarte, con un amor hacia ti que va más allá de tu comprensión. Un amor en el que cada latido del corazón es el que he recibido de mi Padre. Como el Padre me ha amado, así yo también os amo. Vengo con el deseo de consolarte, de darte fuerza, de levantarte y unirme a ti, en todas mis heridas. Te traigo mi luz, para disipar las tinieblas y las dudas de tu corazón. Vengo con mi poder, que me da la capacidad de cargar contigo y con tus problemas. Vengo con mi gracia para tocar tu corazón y transformar tu vida. Vengo con mi paz, para tranquilizar y serenar tu alma.
Conozco todo de ti. Hasta los cabellos de tu cabeza he contado. No hay nada en tu vida que no tenga importancia a mis ojos. Conozco cada uno de tus problemas, de tus necesidades, de tus preocupaciones. Y sí, conozco todos tus pecados. Pero te repito de nuevo: te amo, no por lo que has hecho o por lo que hayas dejado de hacer. Te amo por ti, por la belleza y la dignidad que mi Padre te dio al crearte a Su imagen y semejanza. Es una dignidad que a lo mejor has olvidado muchas veces, una belleza que has empañado por el pecado. Pero te amo como eres.
Madre Teresa