|
~~CATECISMO~~: 1. HISTORIA BREVE DE LA IGLESIA
Elegir otro panel de mensajes |
|
De: Atlantida (Mensaje original) |
Enviado: 15/12/2017 03:21 |
I. Historia breve de la Iglesia Eclesiología
Desde su origen divino hasta las consecuencias político religiosas de la Segunda Guerra Mundial
Por: Concepción Carnevale | Fuente: Catholic.net
1. El origen divino de la Iglesia
La Resurrección de Jesucristo es el dogma central del Cristianismo y
constituye la prueba decisiva de la verdad de su doctrina. «Si Cristo no
resucitó - escribió San Pablo -, vana es nuestra predicación y vana es
vuestra fe» (I Cor XV, 14). Desde entonces los Apóstoles se presentarían
a sí mismos como «testigos» de Jesucristo resucitado (cfr. Act II, 22;
III, 15), lo anunciarían por el mundo entero y sellarían su testimonio
con la propia sangre. Los discípulos de Jesucristo reconocieron su
divinidad, creyeron en la eficacia redentora de su Muerte y recibieron
la plenitud de la Revelación, transmitida por el Maestro y recogida por
la Escritura y la Tradición.
Pero Jesucristo no sólo fundó una religión "el Cristianismo", sino
también una Iglesia. La Iglesia "el nuevo Pueblo de Dios" fue
constituida bajo la forma de una comunidad visible de salvación, a la
que se incorporan los hombres por el bautismo. La constitución de la
Iglesia se consumó el día de Pentecostés, el día en que el Espíritu
Santo desciende sobre los discípulos, y a partir de entonces comienza
propiamente su historia.
|
|
|
|
II. Una Iglesia Católica Universal Historia breve de la Iglesia. Eclesiología
En Antioquía, el universalismo de la Iglesia se hizo realidad...
Por: Concepción Carnevale | Fuente: Catholic.net
El universalismo cristiano se puso pronto de manifiesto, en contraste
con el carácter nacional de la religión judía. A Antioquía de Siria, una
de las grandes metrópolis de Oriente, llegaron discípulos de Jesús
fugitivos de Jerusalén. En Antioquía, el universalismo de la Iglesia se
hizo realidad y allí fue, precisamente, donde los seguidores de Cristo
comenzaron a ser llamados cristianos.
La admisión de los gentiles en la Iglesia había sido una novedad
difícil de comprender para muchos judeo-cristianos, aferrados a sus
viejas tradiciones. En el año 29 se reunió el denominado concilio de
Jerusalén para tratar de estos problemas tan fundamentales. El Apóstol
Pedro, una vez más, habló con autoridad en defensa de la libertad de los
cristianos, en relación con las observancias legales de los judíos. El
«concilio», a propuesta de Santiago, obispo de Jerusalén, acordó no
imponer leyes puramente rituales de la religión judía a los conversos
gentiles. Así quedó resuelto de modo definitivo el problema de las
relaciones entre Cristianismo y Ley mosaica.
|
|
|
|
III. La hora de los apóstoles Historia breve de la Iglesia. Eclesiología
Los grandes propulsores de la expansión del Cristianismo fueron los Apóstoles.
Por: Concepción Carnevale | Fuente: Catholic.net
Los grandes propulsores de la expansión del Cristianismo fueron los
Apóstoles, obedientes al mandato de Cristo de anunciar el Evangelio a
todas las naciones. Nos consta que el Apóstol Pedro, al marchar de
Palestina, se estableció en Antioquía, donde existía una importante
comunidad cristiana. Es posible que luego residiera algún tiempo en
Corinto, pero su destino definitivo sería Roma, capital del Imperio, de
cuya Iglesia fue primer obispo. En Roma, Pedro sufrió martirio en la
persecución desencadenada por el emperador Nerón (a. 64). El Apóstol
Juan, tras una larga permanencia en Palestina, se trasladó a Efeso,
donde vivió muchos años más. Viejas tradiciones hablan de las
actividades apostólicas de Santiago el Mayor en España, del Apóstol
Tomás en la India, del Evangelista Marcos en Alejandría. San Pablo fue
el gran apóstol de los pueblos recorriendo Asia, Grecia y posiblemente
España.
|
|
|
|
IV. El cristianismo y el mundo antiguo Historia breve de la Iglesia. Eclesiología
El nacimiento y desarrollo del Cristianismo tuvo lugar dentro de la cultura y política del Imperio Romano.
Por: Concepción Carnevale | Fuente: Caholic.net
El nacimiento y primer desarrollo del Cristianismo tuvo lugar dentro
del marco cultural y político del Imperio romano. La unidad del mundo
grecolatino conseguida por Roma había creado un amplísimo espacio
geográfico, dominado por una autoridad suprema, donde reinaba la paz y
el orden. La facilidad de comunicaciones entre las diversas tierras del
Imperio favorecían la circulación de las ideas.
Pero la adhesión a la fe cristiana implicaba también dificultades. Los
cristianos procedentes del Judaísmo debían romper con la comunidad de
origen, que en adelante les podría mirar como traidores. No eran menores
los obstáculos que necesitaban superar los conversos venidos de la
gentilidad (no judíos), sobre todo los pertenecientes a las clases
sociales elevadas. La fe cristiana les obligaba a apartarse de una serie
de prácticas tradicionales de culto a Roma y al emperador, que tenían
un sentido religioso-pagano. De ahí la acusación de «ateísmo» lanzada
tantas veces contra los cristianos.
|
|
|
|
V. Las persecuciones Historia breve de la Iglesia. Eclesiología
La primera persecución comienza con la acusación del incendio de Roma.
Por: Concepción Carnevale | Fuente: Catholic.net
La primera persecución comienza con la acusación oficial hecha a los
cristianos de ser los autores de un crimen horrendo: el incendio de
Roma, que contribuyó de modo decisivo a la creación de un estado
generalizado de hostilidad hacia ellos.
En el siglo III, las persecuciones tomaron un nuevo cariz. En los
intentos de renovación del Imperio que siguieron a la «anarquía militar»
un período de peligrosa desintegración política, uno de los capítulos
principales fue la restauración del culto a los dioses y al emperador,
en cuanto expresión de la fidelidad de los súbditos hacia Roma y su
soberano. Esta fue la razón de una nueva oleada de persecuciones,
promovidas ahora por la propia autoridad imperial y que tuvieron un
alcance mucho más amplio que las precedentes.
La primera de estas grandes persecuciones siguió a un edicto dado por
Decio (a. 250), ordenando a todos los habitantes del Imperio que
participaran personalmente en un sacrificio general, en honor de los
dioses patrios. El resultado fue que, aun cuando los mártires fueron
numerosos, hubo también muchos cristianos claudicantes que sacrificaron
públicamente o al menos recibieron el «libelo» de haber sacrificado. La
experiencia sufrida sirvió en todo caso para que los cristianos se
fortalecieran y cuando, pocos años después, el emperador Valeriano
(253-260) promovió una nueva persecución, la resistencia cristiana fue
mucho más firme.
La mayor persecución fue sin duda la última, que tuvo lugar a comienzos
del siglo IV. Cuatro edictos contra los cristianos fueron promulgados
entre febrero del año 303 y marzo del 304, con el designio de terminar
de una vez para siempre con el Cristianismo y la Iglesia. La persecución
fue muy violenta e hizo muchos mártires en la mayoría de las provincias
del Imperio.
La libertad le llegó al Cristianismo y a la Iglesia cuando apenas se
habían extinguido los ecos de la última gran persecución. Fue justamente
Galerio, principal instigador de aquella última persecución formal, el
primero en sacar consecuencias prácticas de su rotundo fracaso. El
edicto de Galerio, ya emperador, dado en el año 311, no concedía a los
cristianos plena libertad religiosa, sino tan sólo una cautelosa
tolerancia. El Cristianismo dejaba de ser una «superstición ilícita» y
adquiría carta de ciudadanía.
El tránsito de la tolerancia a la libertad religiosa se produjo con
suma rapidez y su autor principal fue el emperador Constantino. A
principios del año 313, los emperadores Constantino y Licinio otorgaron
el llamado «Edicto de Milán». La legislación discriminatoria en contra
de los cristianos quedaba abolida, y la Iglesia, reconocida por el poder
civil, recuperaba los lugares de culto y propiedades de que hubiera
sido despojada. El emperador Constantino se convertía así en el
instaurador de la libertad religiosa en el mundo antiguo.
La orientación pro-cristiana de Constantino se hizo cada vez más
patente. Fueron desautorizadas las prácticas paganas cruentas o
inmorales y se prohibió a los magistrados participar en los
tradicionales sacrificios de culto. Los principios morales del Evangelio
inspiraron de modo progresivo la legislación civil, dando así origen al
llamado derecho romano-cristiano.
El avance del Cristianismo no se interrumpió tras la muerte de
Constantino, si se exceptúa el frustrado intento de restauración pagana
por Juliano el Apóstata. Los demás emperadores incluso aquellos que
simpatizaron con la herejía arriana fueron resueltamente contrarios al
paganismo.
|
|
|
|
VI. La vida de la primera cristiandad Historia breve de la Iglesia. Eclesiología
La Iglesia tuvo necesidad de organizar sus estructuras territoriales.
Por: Concepción Carnevale | Fuente: Catholic.net
Obtenida la libertad, la Iglesia tuvo necesidad de organizar sus
estructuras territoriales, con vista a la acción pastoral en un mundo
que se cristianizaba con rapidez. La expansión del Cristianismo en el
mundo antiguo se acomodó a las estructuras y modos de vida propios de la
sociedad romana. La Roma clásica promovió la difusión de la vida
urbana: municipios y colonias surgieron en gran número por todas las
provincias de un Imperio para el cual urbanización era sinónimo de
romanización. El Cristianismo nació en este contexto histórico y las
ciudades fueron sede de las primeras comunidades, que constituyeron en
ellas iglesias locales. Pero esas iglesias no fueron núcleos perdidos y
aislados: la comunión y la comunicación entre ellas era real y todas
tenían un vivo sentido de hallarse integradas en una misma Iglesia
universal, la única Iglesia fundada por Jesucristo.
Muchas iglesias del siglo I fueron fundadas por los Apóstoles y,
mientras éstos vivieron, permanecieron bajo su autoridad, dirigidas por
presbíteros que ordenaban su vida litúrgica y disciplinar. El obispo era
el jefe de la iglesia, pastor de los fieles y, en cuanto sucesor de los
Apóstoles, poseía la plenitud del sacerdocio y la potestad necesaria
para el gobierno de la comunidad.
El bautismo, sacramento de incorporación a la Iglesia, constituía
entonces el coronamiento de un dilatado proceso de iniciación cristiana.
La vida litúrgica se centraba en la celebración litúrgica del domingo.
|
|
|
|
VII. El primado de Pedro Historia breve de la Iglesia. Eclesiología
El Primado romano ha estado condicionado por las circunstancias históricas.
Por: Concepción Carnevale | Fuente: Catholic.net
El ejercicio del Primado romano ha estado lógicamente condicionado, a
lo largo de los siglos, por las circunstancias históricas. Desde la
primera hora, la preeminencia que correspondía a la Iglesia romana,
contó con el reconocimiento de las demás iglesias.
A principios del siglo I, San Ignacio, obispo de Antioquía, escribía
que la Iglesia romana es la Iglesia «puesta a la cabeza de la caridad»,
atribuyéndole así un derecho de supremacía eclesiástica universal. Para
San Ireneo de Lyon, en su tratado «Contra las herejías» (a. 185), la
Iglesia de Roma gozaba de una singular preeminencia y era criterio
seguro para el conocimiento de la verdadera doctrina de la fe.
A raíz de un grave problema interno, surgido en el seno de la comunidad
cristiana de Corinto, el papa Clemente I intervino de modo definitivo.
La carta escrita por el Papa, prescribiendo aquello que procedía hacer y
exigiendo obediencia a sus mandatos, constituye una clara prueba de la
conciencia que tenía de su potestad como primado de la Iglesia
Universal; y no es menos significativa la respetuosa y dócil acogida
dispensada por la iglesia de Corinto a la intervención pontificia.
|
|
|
|
VIII. La batalla de las ideas Historia breve de la Iglesia. Eclesiología
La defensa de la verdad frente a diferentes corrientes ideológicas.
Por: Concepción Carnevale | Fuente: Catholic.net
La Iglesia afrontó otra prueba no menos importante: la defensa de la
verdad frente a corrientes ideológicas que trataron de desvirtuar los
dogmas fundamentales de la fe cristiana. Las antiguas herejías
(corrientes de ideas contrarias a la verdadera fe) pueden dividirse en
tres distintos grupos.
De una parte, existió un judeocristianismo herético, negador de la
divinidad de Jesucristo y de la eficacia redentora de su Muerte, para el
cual la misión mesiánica de Jesús habría sido la de llevar el Judaísmo a
su perfección, por la plena observancia de la Ley. Un segundo grupo de
herejías de más tardía aparición se caracterizó por su fanático
rigorismo moral, estimulado por la creencia en un inminente fin de los
tiempos.
Pero la mayor amenaza interna que hubo de afrontar la Iglesia cristiana
durante la edad de los mártires fue, sin duda, la herejía gnóstica. El
gnosticismo era una gran corriente ideológica tendente al sincretismo
religioso y al panteísmo, muy de moda en los siglos finales de la
Antigüedad. El gnosticismo que constituía una verdadera escuela
intelectual se presentaba como una sabiduría superior, al alcance de
«iniciado
|
|
|
|
IX. La Iglesia y los Imperios de Oriente y Occidente Historia breve de la Iglesia. Eclesiología
La división del Imperio en dos partes, tuvo honda repercusión en la vida de la Iglesia.
Por: Concepción Carnevale | Fuente: Catholic.net
La división del Imperio en dos «partes»: Oriente y Occidente, consumada
a finales del siglo IV y que terminaría por provocar la cristalización
de dos Imperios, tuvo honda repercusión en la vida de la Iglesia. La
«parte» occidental que coincidía aproximadamente con las regiones de
lengua y cultura latinas tenía como única sede apostólica la de Roma, y
por ello el Pontífice romano fue también Patriarca de Occidente. En la
«parte» oriental, de cultura griega, siria y copta, sobresalieron varias
grandes sedes de fundación apostólica: Alejandría, Antioquía y
Jerusalén, que fueron cabezas de los Patriarcados. El concilio I de
Constantinopla elevó la sede de esta ciudad al rango patriarcal y
atribuyó a sus obispos la primacía de honor dentro de la Iglesia después
del obispo de Roma.
Bajo el Imperio romano-cristiano pudieron reunirse grandes asambleas
eclesiásticas, manifestación genuina de la catolicidad de la Iglesia,
que reciben el nombre de concilios «ecuménicos» o universales. Ocho
concilios ecuménicos tuvieron lugar entre los siglos IV y IX. Particular
importancia se reconoció siempre a los cuatro primeros: los de Nicea I
(325), Constantinopla I (381), Efeso (431) y Calcedonia (451). Todos
estos concilios se celebraron en el Oriente cristiano. Los legados
pontificios tenían un papel muy importante en estos concilios. Los
textos conciliares requerían la aprobación del Papa.
La libertad de la Iglesia y la conversión del mundo antiguo trajo
consigo, finalmente, la entrada en escena de un nuevo factor de notable
importancia para los tiempos futuros: el emperador cristiano, al cual
correspondía la misión de defensor de la Iglesia y promotor del orden
cristiano en la sociedad. Los emperadores cristianos prestaron
indudables servicios a la Iglesia, pero sus injerencias en la vida
eclesiástica produjeron también numerosos abusos.
El tránsito de un régimen de comunidades cristianas a la sociedad
cristiana constituye otro de los aspectos de la gran transformación
religiosa experimentada a lo largo del siglo IV. Antes, los discípulos
de Cristo formaban pequeñas comunidades, en medio de una sociedad
pagana. Ahora, en el transcurso de un par de generaciones, en el mundo
mediterráneo, lugar principal del Imperio romano, se operó la
cristianización de la sociedad. El cristianismo actuó de levadura en la
masa de la sociedad.
La incorporación a la Iglesia desde la primera infancia fue a partir de
este momento lo normal. Se generalizó el bautismo de niños, a lo largo
de todo el año, sin esperar a las grandes solemnidades litúrgicas.
La libertad de la Iglesia hizo más fácil la propagación del
cristianismo por campos y aldeas. Una intensa acción pastoral se
desarrolló en los medios rurales, de la que fueron protagonistas grandes
obispos misioneros, como San Martín de Tours (371-397). En la
catequesis destinada a estas poblaciones de pobre nivel cultural se
siguieron unas directrices que, en siglos posteriores, fueron también
válidas para la conversión de las naciones bárbaras. La Iglesia tuvo
buen cuidado en no limitarse a destruir los ídolos y procuró que no se
crearan vacíos religiosos en aquellas gentes sencillas. Por ello se
esforzó en cristianizar sus hábitos sociales más arraigados y sus
tradicionales fiestas religiosas, integrando ambos en la disciplina
sacramental o en el ciclo litúrgico anual. Muchos templos cristianos se
erigieron también sobre el solar de antiguos santuarios paganos.
El período romano-cristiano revistió extraordinaria importancia desde
el punto de vista doctrinal. Liberada la Iglesia, llegó el momento
histórico de formular con precisión la doctrina ortodoxa acerca de
algunas cuestiones fundamentales de la fe cristiana.
La formulación del dogma trinitario fue la gran empresa teológica del
siglo IV, y la ortodoxia católica tuvo al arrianismo (el nombre viene
del presbítero Arrio, promotor de estas doctrinas) como adversario. La
unidad absoluta de Dios proclamada por Arrio llevaba a considerar al
Jesucristo sólo como la más noble de las criaturas, no Hijo natural,
sino adoptivo de Dios, al que de modo impropio era lícito llamar también
Dios. Las consecuencias del arrianismo para la fe cristiana eran
gravísimas y afectaban al dogma de la Redención, que habría carecido de
eficacia si el Verbo encarnado Jesucristo no fuera verdadero Dios. La
Iglesia de Alejandría advirtió la trascendencia del problema y, tras
intentar disuadir a Arrio de su error, procedió a condenarle en un
sínodo de obispos de Egipto (318).
Pero el arrianismo se había convertido ya en un problema de dimensión
universal que requirió la convocatoria del primer concilio ecuménico de
la historia cristiana. El concilio I de Nicea (325) definió la divinidad
del Jesucristo. El «Símbolo» niceno (la oración del credo) proclamaba
que el Hijo, Jesucristo, «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de
Dios verdadero, engendrado, no creado» es «consustancial» al Padre.
La teología trinitaria fue completada en el concilio I de
Constantinopla con la definición de la divinidad del Espíritu Santo. De
este modo, antes de finalizar el siglo IV, la doctrina católica de la
Santísima Trinidad quedó fijada en su conjunto en el «Símbolo
niceno?constantinopolitano» (el Credo actual).
La segunda cuestión fundamental era: Cristo es «perfecto Dios y
perfecto hombre»; pero ¿cómo se conjugaron en El la divinidad y la
humanidad? Frente a esa pregunta, las dos grandes escuelas teológicas de
Oriente adoptaron posiciones contrapuestas.
La escuela de Alejandría hizo hincapié en la perfecta divinidad de
Jesucristo: la naturaleza divina penetraría de tal modo a la humanidad
como el fuego al hierro candente que se daría una unión interna, una
«mezcla» de naturalezas. La escuela de Antioquía insistía, por el
contrario, en la perfecta humanidad de Cristo.
La unión de las dos naturalezas en El sería tan sólo externa o moral:
por ello, más que de «encarnación» habría que hablar de que la segunda
persona de la Trinidad «habitaría» en el hombre Jesús como en una túnica
o en una tienda.
La cuestión cristológica se planteó abiertamente cuando el obispo
Nestorio de Constantinopla, de la escuela antioquena, predicó
públicamente contra la Maternidad divina de María, a la que negó el
título de Madre de Dios, atribuyéndole tan sólo el de Madre de Cristo.
Se produjeron tumultos populares y el patriarca de Alejandría, San
Cirilo, denunció a Roma la doctrina nestoriana. El papa Celestino I
pidió a Nestorio una retractación, que éste rehusó. En el concilio de
Efeso (431), se compuso una profesión de fe en la que se formulaba la
doctrina de la unión de las dos naturalezas en Cristo y se llamaba a
María con el título de Madre de Dios.
La cuestión cristológica llegó a su término cuando el concilio III de
Constantinopla (680-681) sobre la base de las cartas enviadas por el
papa Agatón, completó el Símbolo de Calcedonia, con una expresa
profesión de fe en las dos energías y dos voluntades en Cristo.
La única cuestión teológica de relieve planteada en Occidente fue la de
la gracia, centrada en el tema de las relaciones entre gracia divina y
libertad humana, y en consecuencia sobre la parte que corresponde a Dios
y al hombre en la salvación eterna de la persona. El Pelagianismo que
toma su nombre del monje bretón Pelagio tendía a minimizar el papel de
la gracia y exaltaba con radical optimismo la capacidad para el bien de
la naturaleza humana, una naturaleza no dañada por el pecado original,
que habría sido pecado personal de Adán, no transmitido a su
descendencia. El gran adversario del Pelagianismo fue San Agustín, que
prestó una decisiva contribución a la formulación de la doctrina
católica de la gracia, sin la cual el hombre no puede salvarse.
|
|
|
|
X. La expansión de la Iglesia Historia breve de la Iglesia. Eclesiología
Las «invasiones bárbaras» constituyen un hecho importante para la historia cristiana.
Por: Concepción Carnevale | Fuente: Catholic.net
Las «invasiones bárbaras» constituyen un hecho de trascendental
importancia para la historia cristiana. Hasta entonces, la expansión del
Evangelio se había limitado prácticamente a los pueblos de cultura
mediterránea. La mayoría de los pueblos germánicos invasores de
Occidente no se convirtieron directamente desde su paganismo ancestral
al Cristianismo católico. Su conversión pasó por un estadio intermedio
de Cristianismo arriano. El Arrianismo se introdujo en el mundo
germánico a través del pueblo visigodo.
En este contexto histórico es fácil advertir la importancia que
revistió la conversión de los francos. A una hora en que todos los
reinos germánicos de Occidente profesaban el Arrianismo, un pueblo joven
y vigoroso rompió ese esquema religioso-político: el pueblo franco. Los
francos eran paganos en la segunda mitad del siglo V, cuando se
extendieron por el norte de las Galias. Pero su opción religiosa no fue
el Arrianismo germánico sino la Iglesia católica. En la Navidad de un
año en torno al 500, el rey franco Clodoveo recibió el bautismo
católico.
El mundo mediterráneo sufrió en el siglo VII otro impacto de signo
religioso muy distinto: la invasión islámica. El Islamismo, fundado por
Mahoma (570-632), se extendió tras su muerte con portentosa rapidez. Los
musulmanes se apoderaron de buena parte del Oriente cristiano,
dominaron el norte de Africa desde Suez al Atlántico, y en el año 711
cruzaron el estrecho de Gibraltar y tras una fulgurante campaña,
conquistaron la España visigoda. Poitiers, donde los islamitas fueron
vencidos por Carlos Martel, marca el ocho siglos y tanto el Oriente
Próximo como el Africa del norte forman parte todavía del mundo
islámico. La suerte más triste fue la sufrida por la Cristiandad del
Africa latina de San Cipriano y San Agustín, que terminó por extinguirse
tras siglos de dolorosa agonía.
|
|
|
|
XI. El cristianismo en la nueva sociedad feudal Historia breve de la Iglesia. Eclesiología
Nuevas relaciones establecidas entre la Santa Sede y el Reino de los francos.
Por: Concepción Carnevale | Fuente: Catholic.net
El siglo VIII presenció un profundo giro en la historia de la
Cristiandad occidental; la razón principal estuvo en las nuevas
relaciones establecidas entre la Santa Sede y el Reino de los francos.
El Imperio oriental, que conservaba importantes dominios en Italia,
había sido durante varios siglos el brazo secular protector del
Pontificado romano y de sus dominios territoriales, siempre amenazados
por los longobardos. La protección bizantina se hizo menos eficaz a
medida que el Imperio, progresivamente «orientalizado» y agobiado por la
presión permanente del Islam, se desentendía cada vez más de Occidente.
El Papado, necesitado de hallar un nuevo «brazo secular» volvió los
ojos hacia el único Reino occidental que, tras el hundimiento de la
España visigoda, estaba en condiciones de asumir aquella misión: el
reino franco.
En 753, el papa Esteban II confirió la unción regia a Pipino y a sus
dos hijos, Carlomán y Carlos. Estos recibieron el título de «Patricio de
los romanos», que les confería el derecho de intervenir en la
administración de la Urbe y tutelar los Estados de la Iglesia, solar del
poder temporal de los papas. El proceso así iniciado culminó durante el
reinado del hijo de Pipino: Carlomagno, uno de los grandes forjadores
de la Cristiandad medieval. La propagación de la fe y de la civilización
cristiana, con la mira puesta en la instauración de la sociedad
cristiana, fueron el objetivo fundamental de la política de Carlomagno.
En la Navidad del año 800, Carlos fue coronado emperador en San Pedro de
Roma por el papa León III.
Por esa razón, a poco de morir Carlomagno se inició la decadencia
carolingia, con los «repartos» territoriales, el decaimiento de la
autoridad suprema y la crisis de la sociedad: la disgregación feudal
sucedió al orden imperial y la Iglesia pagó también las consecuencias.
Al desvanecerse la autoridad soberana, se multiplicaron los peligros de
anarquía y las amenazas de normandos, sarracenos y magiares. Las gentes,
incapaces de defenderse por sí mismas, buscaron protección en la única
fuerza que podía prestarla, la casta nobiliaria militar, detentadora en
exclusiva del poder efectivo y real. Comienza así la sociedad feudal.
Las estructuras eclesiásticas sufrieron también el impacto del
feudalismo. Los señores pretendieron obtener provecho económico de las
«iglesias propias» erigidas por ellos en sus dominios para el servicio
religioso de la población campesina. Análogos derechos trataron de
ejercer en otras iglesias y monasterios que los tomaron por patronos y
protectores. Los grandes quisieron disponer también de los patrimonios
eclesiásticos en pro de sus guerreros, o bien designar a familiares como
titulares de obispados y abadías, cargos estos apetecidos por la
nobleza en razón de su poder social.
El exponente más representativo del impacto producido por crisis feudal
en la Iglesia y en la sociedad cristiana fue el llamado «Siglo de
Hierro» del Pontificado. Desde comienzos del siglo X hasta mediados del
XI, se prolongó este período con una transitoria mejoría en la segunda
mitad de la décima centuria. El oscurecimiento de la autoridad imperial
dejó a la Sede Apostólica sin su protección e hizo que viniera a caer en
manos de los inmediatos poderes señoriales: las facciones feudales
dominantes en Roma.
Uno de los factores de regeneración cristiana fue la erección de un
monasterio destinado a ejercer grandísima influencia sobre la vida
espiritual y social de Occidente: Cluny.
Otro proceso destinado a ejercer profunda influencia en la historia de
la Cristiandad europea se había iniciado en Alemania, también a
principios del siglo X. Extinguidas las secuelas del pasado carolingio,
los duques nacionales germánicos, en 919, restauraron la realeza,
eligiendo por rey a Enrique I, duque de Sajonia; su hijo fue Otón I
(936-973), un gran monarca que, al igual que Carlomagno siglo y medio
antes, ha de ser considerado como otro de los grandes constructores de
la Europa cristiana. Otón I llevó a cabo victoriosas campañas militares
contra eslavos y magiares, que le rindieron vasallaje, y fortaleció su
autoridad en el interno del reino. Otón fue coronado emperador en Roma,
en febrero de 962. el Imperio germánico venía así a suceder al
carolingio como Imperio cristiano occidental. Otón I asumió la misión de
proteger los Estados Pontificios y el control de las elecciones
papales, que de este modo quedaban a salvo de las intromisiones de los
señores romanos. Esta situación se prolongo bajo los reinados de Otón II
y Otón III (980-1002).
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 11 de 26
Siguiente
Último
|
|
|
|
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados | |
|
|