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~~CATECISMO~~: MISAL ROMANO
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De: Atlantida (Mensaje original) |
Enviado: 01/07/2018 01:28 |
INSTRUCCIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO
ÍNDICE
PROEMIO
Testimonio de fe inalterada
(2 - 5)
Manifestación de una tradición ininterrumpida (6 - 9)
Acomodación al nuevo estado de cosas (10 - 15)
CAP. I
IMPORTANCIA Y DIGNIDAD DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA (16 - 26)
CAP. II
ACERCA DE LA ESTRUCTURA DE LA MISA, SUS ELEMENTOS Y SUS PARTES
I - La estructura general de la Misa (27 - 28)
II -
Diversos elementos de la Misa (29 - 45)
- La lectura de la Palabra de Dios y
su explicación - Las oraciones y otras partes que corresponden al
sacerdote - Otras fórmulas que ocurren en la celebración - Las
maneras de pronunciar los diversos textos - Importancia del canto -
Gestos y posturas corporales - El silencio
III -
Cada una de las partes de la Misa (46 - 90)
A) Ritos iniciales
(46 - 54) - Entrada - Saludo al altar y al pueblo congregado
- Acto penitencial - Señor, ten piedad - Gloria a Dios en
el cielo - Colecta
B) Liturgia de la Palabra
(55 - 71)
- Silencio - Lecturas bíblicas - Salmo responsorial - Aclamación
antes de la lectura del Evangelio - Homilía - Profesión de fe -
Oración universal
C) Liturgia eucarística
(72 - 89)
- Preparación de los dones - Oración sobre las ofrendas - Plegaria
Eucarística - Rito de la comunión - Oración del Señor - Rito de
la paz - Fracción del Pan - Comunión
D) Rito de conclusión
(90)
CAP. III
OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE
LA MISA
I - Oficios del orden sagrado (92 - 94)
II - Ministerios del pueblo de Dios (95 - 97)
III - Ministerios peculiares (98 - 107)
- Ministerio del acólito y del lector instituidos
- Los demás ministerios
IV – Distribución de los
ministerios y preparación de la celebración (108-111)
CAP. IV
DIVERSAS FORMAS DE CELEBRAR LA MISA
I -
Misa con el pueblo (115 - 198)
Lo que debe prepararse (117 - 119)
A) Misa sin diácono
(120-170) - Ritos iniciales - Liturgia de la palabra -
Liturgia Eucarística - Rito de conclusión
B) Misa con diácono
(171 - 186) -
Ritos iniciales - Liturgia de la palabra - Liturgia Eucarística -
Rito de conclusión
C) Ministerios
del acólito (187 - 193) -
Ritos iniciales - Liturgia Eucarística
D) Ministerios
del lector (194 - 198) -
Ritos iniciales - Liturgia de la palabra
II - La Misa concelebrada (199 - 251)
- Ritos iniciales
- Liturgia de la Palabra
- Liturgia Eucarística
- Modo de proclamar la Plegaria Eucarística
- Rito de la comunión
- Rito de conclusión
III
- Misa en la que sólo participa un ministro (252 - 272)
- Ritos iniciales
- Liturgia de la palabra
- Liturgia Eucarística
- Rito de conclusión
IV - Algunas normas más
generales para todas las formas de Misa (273 - 287)
- Veneración del altar y del Evangeliario
- Genuflexión e inclinación
- Incensación
- Las purificaciones
- Comunión bajo las dos especies
CAP. V
DISPOSICIÓN Y ORNATO DE LAS IGLESIAS PARA LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
I - Principios generales (288 - 294)
II - Arreglo del
presbiterio para la asamblea (synaxis) sagrada (295 – 310)
- El
altar y su ornato
- El ambón
- Sede para el sacerdote celebrante y otras sillas
III -
Disposición de la iglesia (311 – 318)
- Lugar
de los fieles
- Lugar de los cantores y de los instrumentos musicales
- Lugar de la reserva de la santísima Eucaristía
- Las imágenes sagradas
CAP. VI
COSAS QUE SE NECESITAN PARA LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
I - El pan y el vino para la
celebración de la Eucaristía (319 - 324)
II - Los utensilios sagrados en
general (325 - 326)
III - Los vasos sagrados (327 - 334)
IV - Vestiduras sagradas (335 - 347)
V - Otros objetos destinados al uso
de la iglesia (348 - 351)
CAP. VII
ELECCIÓN DE LA MISA Y DE SUS PARTES
I - Elección de la Misa (353-355)
II - Partes elegibles de la Misa (356-367)
- Las lecturas
- Las oraciones
- Plegaria Eucarística
- El canto
CAP. VIII
MISAS Y ORACIONES POR DIVERSAS NECESIDADES Y MISAS DE DIFUNTOS
I - Misas y oraciones por diversas
necesidades (368 - 378)
II - Misas de difuntos (379-385)
CAP. IX
ADAPTACIONES QUE CORRESPONDEN A LOS OBISPOS
Y A LAS CONFERENCIAS DE LOS OBISPOS
(386-399)
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PROEMIO
1. Cuando iba a celebrar con sus discípulos la Cena pascual, en la cual
instituyó el sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre, Cristo el Señor, mandó
preparar una sala grande, ya dispuesta (Lc 22, 12). La Iglesia ha
considerado siempre que a ella le corresponde el mandato de establecer las
normas relativas a la disposición de las personas, de los lugares, de los ritos
y de los textos para la celebración de la Eucaristía. Tanto las normas actuales,
que han sido promulgadas con base en la autoridad del Concilio Ecuménico
Vaticano II, como el nuevo Misal que la Iglesia de rito Romano en adelante
empleará para la celebración de la Misa, constituyen un argumento más acerca de
la solicitud de la Iglesia, de su fe y de su amor inalterable para con el
sublime misterio eucarístico, y testifican su tradición continua e
ininterrumpida, aunque se hagan algunas innovaciones.
Testimonio de fe inalterada
2. La naturaleza sacrificial de la Misa afirmada solemnemente por el Concilio
Tridentino[1], en armonía con la
tradición universal de la Iglesia, ha sido expresada nuevamente por el Concilio
Vaticano II, al pronunciar estas significativas palabras acerca de la Misa:
«Nuestro Salvador, en la Última Cena, instituyó el sacrificio eucarístico de su
Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su
retorno, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el
memorial de su muerte y resurrección».[2]
Lo que así fue enseñado por el Concilio está sobriamente expresado por fórmulas
de la Misa. Así lo pone ya de relieve la expresión del Sacramentario llamado
Leoniano: «cuantas veces se celebra el memorial de este sacrificio se realiza la
obra de nuestra redención».[3] Esto
se encuentra acertada y cuidadosamente expresado en las Plegarias Eucarísticas;
pues en éstas el sacerdote, al hacer la anámnesis, se dirige a Dios en nombre
también de todo el pueblo, le da gracias y le ofrece el sacrificio vivo y santo,
es decir, la ofrenda de la Iglesia y la víctima por cuya inmolación el mismo
Dios quiso devolvernos su amistad[4];
y ora para que el Cuerpo y la Sangre de Cristo sean sacrificio agradable al
Padre y salvación para todo el mundo.[5]
De este modo, en el nuevo Misal, la norma de la oración (lex orandi) de
la Iglesia responde a la norma perenne de la fe (lex credendi), por la
cual, somos amonestados, a saber, que el sacrificio, excepto por la forma
distinta como se ofrece, es uno e igual en cuanto sacrificio de la cruz y en
cuanto a su renovación sacramental en la Misa. Y es el mismo sacrificio que
Cristo, el Señor, instituyó en la última cena y que mandó celebrar a los
apóstoles en conmemoración suya, por lo cual la Misa es al mismo tiempo
sacrificio de alabanza, de acción de gracias, propiciatorio y satisfactorio.
3. También el admirable misterio de la presencia real del Señor bajo las
especies eucarísticas, confirmado por el Concilio Vaticano II[6]
y por otros documentos del Magisterio de la Iglesia[7],
en el mismo sentido y con la misma autoridad con los cuales el Concilio de
Trento lo había declarado materia de fe,[8]
es manifestado en la celebración de la Misa, no sólo por las palabras de la
consagración, por las cuales, Cristo, por la transubstanciación, se hace
presente, sino también por la disposición de ánimo y la manifestación de suma
reverencia y adoración que tienen lugar en la Liturgia Eucarística. Por esta
misma razón se exhorta al pueblo cristiano a que el Jueves Santo en la Cena del
Señor y en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y de la Santísima Sangre de
Cristo, honre con peculiar culto de adoración este admirable Sacramento.
4. En verdad, la naturaleza del sacerdocio ministerial propia del obispo y del
presbítero, quienes en la persona de Cristo ofrecen el sacrificio y presiden la
asamblea del pueblo santo, resplandece en la forma del mismo rito, por la
preeminencia del lugar reservado y por el ministerio mismo del sacerdote. Más
aún, el contenido de este ministerio está expresado y es explicado clara y
ampliamente por la acción de gracias de la Misa Crismal del Jueves santo, día en
que se conmemora la institución del sacerdocio. En ese prefacio se explica la
transmisión de la potestad sacerdotal llevada a cabo por la imposición de las
manos; y se menciona la misma potestad, refiriéndola a los ministerios
ordenados, como continuación de la potestad de Cristo, Sumo Pontífice del Nuevo
Testamento.
5. Pero, en la naturaleza del sacerdocio ministerial se manifiesta otra realidad de
gran importancia, a saber, el sacerdocio real de los fieles, cuyo sacrificio
espiritual es consumado por el ministerio del Obispo y de los presbíteros en
unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador.[9]
En efecto, la celebración de la Eucaristía es acción de la Iglesia universal; y
en ella cada uno hará todo y sólo lo que le pertenece conforme al grado que
tiene en el pueblo de Dios. De aquí la necesidad de prestar particular atención
a determinados aspectos de la celebración, a los cuales, algunas veces, en el
decurso de los siglos se prestó menos cuidado. Porque este pueblo es el pueblo
de Dios, adquirido por la Sangre de Cristo, congregado por el Señor, alimentado
con su Palabra; pueblo llamado a elevar a Dios las peticiones de toda la familia
humana; pueblo que, en Cristo, da gracias por el misterio de la salvación
ofreciendo su sacrificio; pueblo, por último, que por la Comunión del Cuerpo y
de la Sangre de Cristo se consolida en la unidad. Este pueblo, aunque es santo
por su origen, sin embargo, crece continuamente en santidad por su participación
consciente, activa y fructuosa en el misterio eucarístico.[10]
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Manifestación de una tradición ininterrumpida
6. Al dar a conocer las normas que deben seguirse en la revisión del Ordinario de
la Misa, el Concilio Vaticano II mandó, entre otras cosas, que algunos ritos
“fueran restablecidos de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres”,[11]
usando, a saber, las mismas palabras que san Pío V escribió en la Constitución
Apostólica “Quo primum”, con la cual fue promulgado, en 1570, el Misal
Tridentino. Ciertamente, por esta misma conformidad de las palabras, se puede
señalar por qué razón ambos Misales romanos, aunque entre ellos medie una
distancia de cuatro siglos, recogen una misma e idéntica tradición. Pero si se
examinan los elementos internos de esta tradición, se entiende cuán acertada y
felizmente el primero es completado por el segundo.
7. En los momentos difíciles, en los que ciertamente se ponía en crisis la fe
católica acerca de la naturaleza sacrificial de la Misa, acerca del sacerdocio
ministerial y de la presencia real y permanente de Cristo bajo las especies
eucarísticas, San Pío V se vio obligado ante todo a salvaguardar la tradición
más reciente, atacada sin verdadera razón y, por este motivo, sólo se
introdujeron cambios mínimos en el rito sagrado. Ciertamente, el Misal del año
1570 se diferencia apenas muy poco del primero de todos, Misal que apareció
impreso en 1474, el cual, a su vez, reproduce fielmente el Misal de la época de
Inocencio III. Se dio el caso, además, que los Códices de la Biblioteca Vaticana
sirvieron para corregir algunas expresiones, pero esta investigación de
“antiguos y probados autores” se redujo a los comentarios litúrgicos de la Edad
Media.
8. Hoy, en cambio, aquella “norma de los Santos Padres”, que seguían los
correctores del Misal de San Pío V, fue enriquecida con innumerables escritos de
eruditos. Al Sacramentario Gregoriano, editado por primera vez en 1571,
siguieron los antiguos sacramentarios romanos y ambrosianos, repetidas veces
editados con sentido crítico, así como los antiguos libros litúrgicos de España
y de las Galias, que han aportado muchísimas oraciones de gran belleza
espiritual, ignoradas anteriormente.
Hoy, tras el hallazgo de tantos documentos litúrgicos, se conocen mejor las
tradiciones de los primeros siglos, anteriores a la constitución de los Ritos de
Oriente y de Occidente.
Además, con el progreso de los estudios de los Santos Padres, la teología del
misterio eucarístico ha recibido nueva luz por la doctrina de los más eminentes
Padres de la antigüedad cristiana como San Ireneo, San Ambrosio, San Cirilo de
Jerusalén, San Juan Crisóstomo.
9. Por eso, la “norma de los Santos Padres” pide, no sólo que se
conserven aquellas cosas que nuestros inmediatos predecesores nos
transmitieron, sino que también se abarque y se estudie profundamente todo
el pasado de la Iglesia y todas las formas de expresión con las que la fe
única se ha manifestado en contextos humanos y culturales tan diferentes
entre sí, como pueden ser los correspondientes a las regiones semitas,
griegas y latinas. Esta perspectiva más amplia, nos permite ver cómo el
Espíritu Santo suscita en el pueblo de Dios una maravillosa fidelidad en la
conservación inmutable del depósito de la fe, aunque haya tanta variedad de
ritos y oraciones.
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Acomodación al nuevo estado de cosas
10. El nuevo Misal, entonces, mientras testifica la ley de la oración de la Iglesia
romana y protege el depósito de la fe transmitido por los últimos Concilios,
supone a su vez, un paso importantísimo en la tradición litúrgica.
Pues cuando los Padres del Concilio Vaticano II reiteraron las aseveraciones
dogmáticas del Concilio Tridentino, hablaron en una época muy distinta, y por
esta razón pudieron aportar sugerencias y orientaciones pastorales totalmente
imprevisibles hace cuatro siglos.
11. El Concilio Tridentino ya había reconocido el gran valor catequético
contenido en la celebración de la Misa, pero no le fue posible deducir todas las
consecuencias prácticas. De hecho, muchos solicitaban que se permitiera el uso
de la lengua vernácula en la celebración del sacrificio eucarístico. Pero el
Concilio, teniendo en cuenta las circunstancias que se daban en aquellos
momentos, juzgó que era su deber inculcar nuevamente la doctrina tradicional de
la Iglesia, según la cual el sacrificio eucarístico es, ante todo, acción de
Cristo mismo, del cual, por tanto, no se ve afectada su eficacia propia por el
modo como de él participan los fieles. En consecuencia, se expresó con estas
palabras, a la vez firmes y moderadas: “Aunque la Misa contiene gran materia de
instrucción para el pueblo fiel, sin embargo, no pareció conveniente a los
Padres que, como norma general, se celebrara en lengua vernácula”.[12]
Y declaró que debía ser condenado quien juzgara que “debe reprobarse el rito de
la Iglesia romana por el que se pronuncia en voz baja la parte del Canon y las
palabras de la consagración, o que la Misa deba ser celebrada sólo en lengua
vulgar”[13]. Sin embargo, si por
una parte prohibió el uso de la lengua vernácula en la Misa, por otra parte,
mandaba que los pastores de almas lo suplieran con una conveniente catequesis:
“para que las ovejas de Cristo no padezcan hambre... el santo Sínodo manda a los
pastores y a cuantos tienen cura de almas que frecuentemente en la celebración
de la Misa, por sí mismos, o por medio de otros, expliquen algo de lo que se lee
en la Misa, y que, por lo demás, expliquen algún misterio de este santísimo
sacrificio, principalmente en los domingos y en los días festivos”.[14]
12. Por eso, el Concilio Vaticano II, congregado para adaptar la Iglesia a las
necesidades de su oficio apostólico en estos tiempos, miró profundamente, como
lo hizo el Concilio de Trento, el carácter didascálico y pastoral de la sagrada
Liturgia.[15] Y aunque ningún
católico niega la legitimidad y eficacia del sagrado rito celebrado en latín,
también pudo conceder que: “En no pocas ocasiones el empleo de la lengua y
vernácula puede ser de gran utilidad para el pueblo”, y autorizó su uso.[16]
El ardiente interés con que fue acogido en todas partes este decreto hizo que,
bajo la dirección de los Obispos y de la misma Sede Apostólica, se permitiera el
uso de la lengua vernácula en todas las celebraciones con participación del
pueblo, con lo cual se entiende más plenamente el misterio que se celebra.
13. Sin embargo, aunque el uso de la lengua vernácula en la Sagrada Liturgia es un
instrumento de suma importancia para expresar más abiertamente la catequesis del
Misterio, contenida en la celebración, el Concilio Vaticano II advirtió también
que debían ponerse en práctica algunas prescripciones del Tridentino no en todas
partes acatadas, como la homilía los domingos y los días festivos,[17]
y la posibilidad de intercalar moniciones dentro de los mismos ritos sagrados.[18]
Con mayor interés aún, el Concilio Vaticano II al recomendar especialmente que
“la participación más perfecta es aquella por la cual los fieles, después de la
Comunión del sacerdote, reciben el Cuerpo del Señor, consagrado en la misma
Misa”[19] exhorta a llevar a la
práctica otro deseo de los Padres del Tridentino, a saber, que para participar
más plenamente en la Eucaristía, “no se contenten los fieles presentes con
comulgar espiritualmente, sino que reciban sacramentalmente la comunión
eucarística.”[20]
14. Movido por el mismo espíritu e interés pastoral, el Concilio Vaticano II pudo
examinar, con una nueva consideración, lo establecido por el Tridentino acerca
de la Comunión que se recibe bajo las dos especies. Puesto que hoy nadie pone en
duda los principios doctrinales del valor pleno de la Comunión en la que se
recibe la Eucaristía bajo la única especie del pan, permitió algunas veces la
Comunión bajo las dos especies, cuando, de hecho, por la forma más clara del
signo sacramental se ofrezca a los fieles una oportunidad especial para captar
más profundamente el misterio en el que participan.[21]
15. De esta manera, la Iglesia, mientras permanece fiel a su misión de maestra de la
verdad, custodiando “lo antiguo”, es decir, el depósito de la tradición, cumple
también con su deber de examinar y emplear prudentemente “lo nuevo” (cfr. Mt
13,52).
Así, de manera más abierta, una parte del nuevo Misal, ordena las oraciones de
la Iglesia a las necesidades de nuestro tiempo; tales son, principalmente, las
Misas rituales y por diversas necesidades, en las que oportunamente se combinan
lo tradicional y lo nuevo. Y así, mientras que algunas expresiones provenientes
de la más antigua tradición de la Iglesia han permanecido intactas, como lo
descubre el mismo Misal Romano, editado tantas veces, otras muchas han sido
acomodadas a las actuales necesidades y circunstancias; otras, por el contrario,
como las oraciones por la Iglesia, por los laicos, por la santificación del
trabajo humano, por la comunidad de las naciones y por algunas necesidades
propias de nuestro tiempo, han sido elaboradas íntegramente, tomando los
pensamientos y muchas veces hasta las mismas expresiones de los recientes
documentos conciliares.
Al usar textos de tan antiquísima tradición, valorando la nueva situación del
mundo actual, pareció que no se hacía agravio a tan venerable tesoro si se
cambiaban ciertas expresiones, con el fin de adaptarlas convenientemente al
lenguaje teológico de nuestro tiempo y para que respondieran de verdad a la
condición presente de la disciplina de la Iglesia. De aquí que algunas
expresiones relativas al juicio y al uso de los bienes terrenos, fueron
modificadas, y también algunas otras que se refieren a formas externas de
penitencia, propias de la Iglesia de otras épocas.
Es así, entonces, como las normas litúrgicas del Concilio de Trento han sido
razonablemente completadas y perfeccionadas en varias partes por las normas del
Vaticano II, que llevó a término los esfuerzos por acercar más a los fieles a la
Liturgia, esfuerzos realizados durante cuatro siglos, y especialmente en los
últimos tiempos, debido principalmente al interés que por la Liturgia suscitaron
San Pío X y sus sucesores.
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Capítulo I
IMPORTANCIA Y DIGNIDAD DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
16. La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado
jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, tanto
universal, como local, y para cada uno de los fieles.[22]
Pues en ella se tiene la cumbre, tanto de la acción por la cual Dios, en
Cristo, santifica al mundo, como la del culto que los hombres tributan al Padre,
adorándolo por medio de Cristo, Hijo de Dios, en el Espíritu Santo.[23]
Además, en ella se renuevan en el transcurso del año los misterios de la
redención, para que en cierto modo se nos hagan presentes.[24]
Las demás acciones sagradas y todas las obras de la vida cristiana están
vinculadas con ella, de ella fluyen y a ella se ordenan.[25]
17. Por esto, es de suma importancia que la celebración de la Misa, o Cena del
Señor, se ordene de tal modo que los ministros y los fieles, que participan en
ella según su condición, obtengan de ella con más plenitud los frutos,[26]
para conseguir los cuales Cristo nuestro Señor instituyó el sacrificio
eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre como memorial de su pasión y
resurrección y lo confió a la Iglesia, su amada Esposa.[27]
18. Esto se podrá conseguir apropiadamente si, atendiendo a la naturaleza y a las
circunstancias de cada asamblea litúrgica, toda la celebración se dispone de
modo que lleve a la consciente, activa y plena participación de los fieles, es
decir, de cuerpo y alma, ferviente en la fe, la esperanza y la caridad, que es
la que la Iglesia desea ardientemente, la que exige la misma naturaleza de la
celebración, y a la que el pueblo cristiano tiene el derecho y que constituye su
deber, en virtud del Bautismo.[28]
19. Aunque en algunas ocasiones no se puede tener la presencia y la participación
activa de los fieles, las cuales manifiestan más claramente la naturaleza
eclesial de la acción sagrada,[29]
la celebración eucarística siempre está dotada de su eficacia y dignidad, ya que
es un acto de Cristo y de la Iglesia, en el cual el sacerdote lleva a cabo su
principal ministerio y obra siempre por la salvación del pueblo.
A él, pues, se le recomienda que, en cuanto pueda, celebre cotidianamente el
sacrificio eucarístico.[30]
20. Puesto que la celebración de la Eucaristía, como toda la Liturgia, se realiza
por medio de signos sensibles, por los cuales se alimenta, se robustece y se
expresa la fe,[31] procúrese al
máximo seleccionar y ordenar aquellas formas y elementos propuestos por la
Iglesia que, teniendo en cuenta las circunstancias de personas y lugares,
favorezcan mejor la participación activa y plena, y respondan más idóneamente al
aprovechamiento espiritual de los fieles.
21. Así, pues, esta Instrucción se propone dar, tanto los lineamientos
generales con los cuales se ordene idóneamente la celebración de la Eucaristía,
como exponer las normas para la disposición de cada forma de celebración.[32]
22. Es de suma importancia la celebración de la Eucaristía en la Iglesia particular.
Efectivamente, el Obispo diocesano es el primer dispensador de los misterios de
Dios en la Iglesia particular a él encomendada, es el moderador, el promotor y
el custodio de la vida litúrgica.[33]
En las celebraciones que se realizan, presididas por él, pero principalmente en
la celebración eucarística celebrada por él mismo y con la participación del
presbiterio, de los diáconos y del pueblo, se manifiesta el misterio de la
Iglesia. Por esto mismo, la celebración de las Misas solemnes debe ser ejemplo
para toda la diócesis.
Y así, él debe empeñarse en que los presbíteros, los diáconos y los fieles
laicos comprendan siempre más profundamente el genuino sentido de los ritos y de
los textos litúrgicos y, de esta manera, alcancen una activa y fructuosa
celebración de la Eucaristía. Para el mismo fin vigile celosamente que sea cada
vez mayor la dignidad de dichas celebraciones, para lo cual servirá muchísimo
que promueva la belleza del lugar sagrado, de la música y del arte.
23. Además, para que la celebración responda
más plenamente a las prescripciones y
al espíritu de la Sagrada Liturgia y para que crezca su eficacia
pastoral, en esta Instrucción General y en el Ordinario de la Misa, se
proponen algunas
acomodaciones y adaptaciones.
24. Estas adaptaciones, que consisten solamente en la elección de algunos ritos o
textos, es decir, de cantos, lecturas, oraciones, moniciones y gestos, para que
respondan mejor a las necesidades, a la preparación y a la índole de los
participantes, se encomiendan a cada sacerdote celebrante. Sin embargo, recuerde
el sacerdote que él es servidor de la Sagrada Liturgia y que a él no le está
permitido agregar, quitar o cambiar algo por su propia iniciativa[34]
en la celebración de la Misa.
25. Además, en el Misal, en su sitio, se indican algunas adaptaciones que, según la
Constitución sobre la Sagrada Liturgia, corresponden o al Obispo diocesano o a
la Conferencia de los Obispos[35]
(cfr. más adelante núms. 387; 388-393).
26. Sin embargo, por cuanto se refiera a cambios y a adaptaciones más profundas que
tengan que ver con tradiciones y con la índole de pueblos y regiones que, según
el espíritu del artículo 40 de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, deban
introducirse por utilidad o por necesidad, obsérvese lo que se expone en la
Instrucción “La Liturgia Romana y la inculturación”[36]
y más adelante (núms. 395-399).
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Capítulo II
ACERCA DE LA ESTRUCTURA DE LA MISA,
SUS ELEMENTOS Y SUS PARTES
I. LA ESTRUCTURA GENERAL DE LA MISA
27. En la Misa, o Cena del Señor, el pueblo de Dios es convocado y reunido, bajo la
presidencia del sacerdote, quien obra en la persona de Cristo (in persona
Christi) para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico.[37]
De manera que para esta reunión local de la santa Iglesia vale eminentemente la
promesa de Cristo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos” (Mt 18, 20). Pues en la celebración de la Misa, en la cual se perpetúa el sacrificio de la cruz,[38]
Cristo está realmente presente en la misma asamblea congregada en su nombre, en
la persona del ministro, en su palabra y, más aún, de manera sustancial y
permanente en las especies eucarísticas.[39]
28. La Misa consta, en cierto modo, de dos partes, a saber, la Liturgia de la
Palabra y la Liturgia Eucarística, las cuales están tan estrechamente unidas
entre sí, que constituyen un solo acto de culto.[40]
En efecto, en la Misa se prepara la mesa, tanto de la Palabra de Dios, como del
Cuerpo de Cristo, de la cual los fieles son instruidos y alimentados.[41]
Consta además de algunos ritos que inician y concluyen la celebración.
II. DIVERSOS ELEMENTOS DE LA MISA
La lectura de la Palabra de Dios y su explicación
29. Cuando se leen las sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla a su
pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio.
Por eso las lecturas de la Palabra de Dios, que proporcionan a la Liturgia un
elemento de máxima importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración.
Aunque la palabra divina en las lecturas de la sagrada Escritura se dirija a
todos los hombres de todos los tiempos y sea inteligible para ellos, sin
embargo, su más plena inteligencia y eficacia se favorece con una explicación
viva, es decir, con la homilía, que viene así a ser parte de la acción
litúrgica.[42]
Las oraciones y otras partes que corresponden al sacerdote
30. Entre las cosas que se asignan al sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria
Eucarística, que es la cumbre de toda la celebración. Vienen en seguida las
oraciones, es decir, la colecta, la oración sobre las ofrendas y la oración
después de la Comunión. El sacerdote que preside la asamblea en representación
de Cristo, dirige estas oraciones a Dios en nombre de todo el pueblo santo y de
todos los circunstantes.[43] Con
razón, pues, se denominan «oraciones presidenciales».
31. También corresponde al sacerdote que ejerce el ministerio de presidente de la
asamblea congregada, hacer algunas moniciones previstas en el mismo rito. Donde
las rúbricas lo determinan, está permitido al celebrante adaptarlas hasta cierto
grado para que respondan a la capacidad de los participantes; procure, sin
embargo, el sacerdote conservar siempre el sentido de las moniciones que se
proponen en el Misal y expresarlo en pocas palabras. Al sacerdote que preside le
compete también moderar la Palabra de Dios y dar la bendición final. A él,
además, le está permitido introducir a los fieles, con brevísimas palabras, a la
Misa del día, después del saludo inicial y antes del rito penitencial; a la
Liturgia de la Palabra, antes de las lecturas; a la Plegaria Eucarística, antes
del Prefacio, pero nunca dentro de la misma Plegaria; e igualmente, dar por
concluida toda la acción sagrada, antes de la despedida.
32. La naturaleza de las partes “presidenciales” exige que se pronuncien con voz
clara y alta, y que todos las escuchen con atención.[44]
Por consiguiente, mientras el sacerdote las dice, no se tengan cantos ni
oraciones y callen el órgano y otros instrumentos musicales.
33. Y en efecto, como presidente, el sacerdote pronuncia las oraciones en
nombre de la Iglesia y de la comunidad congregada, mientras que algunas veces lo
hace solamente en su nombre, para poder cumplir su ministerio con mayor atención
y piedad. De tal manera que las oraciones que se proponen antes de la lectura
del Evangelio, en la preparación de los dones, así como antes y después de la
Comunión, se dicen en secreto
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Otras fórmulas que ocurren en la celebración
34. Ya que por su naturaleza la celebración de la Misa tiene carácter “comunitario”[45],
los diálogos entre el celebrante y los fieles congregados, así como las
aclamaciones, tienen una gran importancia[46],
puesto que no son sólo señales exteriores de una celebración común, sino que
fomentan y realizan la comunión entre el sacerdote y el pueblo.
35. Las aclamaciones y las respuestas de los fieles a los saludos del sacerdote y a
las oraciones constituyen el grado de participación activa que deben observar
los fieles congregados en cualquier forma de Misa, para que se exprese
claramente y se promueva como acción de toda la comunidad.[47]
36. Otras partes muy útiles para manifestar y favorecer la participación activa de
los fieles, y que se encomiendan a toda la asamblea convocada, son
principalmente el acto penitencial, la profesión de fe, la oración universal y
la Oración del Señor.
37. Finalmente, de las otras fórmulas:
a) Algunas poseen por sí mismas el valor de rito o de acto, como el
himno del Gloria, el salmo responsorial, el Aleluya, el verso antes del
Evangelio, el Santo, la aclamación de la anámnesis, el canto después de la
Comunión.
b) Otras, en cambio, como los cantos de entrada, al ofertorio, de la
fracción (Cordero de Dios) y de la Comunión, simplemente acompañan algún rito.
Las maneras de pronunciar los diversos textos
38. En los textos que han de pronunciarse en voz alta y clara, sea por el sacerdote
o por el diácono, o por el lector, o por todos, la voz debe responder a la
índole del respectivo texto, según éste sea una lectura, oración, monición,
aclamación o canto; como también a la forma de la celebración y de la solemnidad
de la asamblea. Además, téngase en cuenta la índole de las diversas lenguas y la
naturaleza de los pueblos.
En las rúbricas y en las normas que siguen, los verbos “decir” o “pronunciar”,
deben entenderse, entonces, sea del canto, sea de la lectura en voz alta,
observándose los principios arriba expuestos.
Importancia del canto
39. Amonesta el Apóstol a los fieles que se reúnen esperando unidos la venida de su
Señor, que canten todos juntos salmos, himnos y cánticos inspirados (cfr. Col
3,16). Pues el canto es signo de la exultación del corazón (cfr. Hch 2, 46).
De ahí que San Agustín dice con razón: “Cantar es propio del que ama”,[48]
mientras que ya de tiempos muy antiguos viene el proverbio: “Quien canta bien,
ora dos veces”.
40. Téngase, por consiguiente, en gran estima el uso del canto en la celebración de
la Misa, atendiendo a la índole de cada pueblo y a las posibilidades de
cada asamblea litúrgica. Aunque no sea siempre necesario, como por ejemplo en
las Misas fériales, cantar todos los textos que de por sí se destinan a ser
cantados, hay que cuidar absolutamente que no falte el canto de los ministros y
del pueblo en las celebraciones que se llevan a cabo los domingos y fiestas de
precepto.
Sin embargo, al determinar las partes que en efecto se van a cantar, prefiéranse
aquellas que son más importantes, y en especial, aquellas en las cuales el
pueblo responde al canto del sacerdote, del diácono o del lector, y aquellas en
las que el sacerdote y el pueblo cantan al unísono.[49]
41. En igualdad de circunstancias, dése el primer lugar al canto gregoriano, ya que
es propio de la Liturgia romana. De ninguna manera se excluyan otros géneros de
música sacra, especialmente la polifonía, con tal que sean conformes con el
espíritu de la acción litúrgica y favorezcan la participación de todos los
fieles.[50]
Como cada día es más frecuente que se reúnan fieles de diversas naciones,
conviene que esos mismos fieles sepan cantar juntos en lengua latina, por lo
menos algunas partes del Ordinario de la Misa, especialmente el símbolo de la fe
y la Oración del Señor, usando las melodías más fáciles.[51]
Gestos y posturas corporales
42. Los gestos y posturas corporales, tanto del sacerdote, del diácono y de los
ministros, como del pueblo, deben tender a que toda la celebración resplandezca
por el noble decoro y por la sencillez, a que se comprenda el significado
verdadero y pleno de cada una se sus diversas partes y a que se favorezca la
participación de todos.[52] Así,
pues, se tendrá que prestar atención a aquellas cosas que se establecen por esta
Instrucción general y por la praxis tradicional del Rito romano, y a aquellas
que contribuyan al bien común espiritual del pueblo de Dios, más que al deseo o
a las inclinaciones privadas.
La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos participantes,
es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para
la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los
sentimientos de los participantes.
43. Los fieles están de pie desde el principio del canto de entrada, o bien, desde cuando el
sacerdote se dirige al altar, hasta la colecta inclusive; al canto del Aleluya
antes del Evangelio; durante la proclamación del Evangelio; mientras se hacen la
profesión de fe y la oración universal; además desde la invitación Oren, hermanos,
antes de la oración sobre las ofrendas, hasta el final de la Misa,
excepto lo que se dice más abajo.
En cambio, estarán sentados mientras se proclaman las lecturas antes del
Evangelio y el salmo responsorial; durante la homilía y mientras se hace la
preparación de los dones para el ofertorio; también, según las circunstancias,
mientras se guarda el sagrado silencio después de la Comunión.
Por otra parte, estarán de rodillas, a no ser por causa de salud, por la
estrechez del lugar, por el gran número de asistentes o que otras causas
razonables lo impidan, durante la consagración. Pero los que no se arrodillen
para la consagración, que hagan inclinación profunda mientras el sacerdote hace
la genuflexión después de la consagración.
Sin embargo, pertenece a la Conferencia Episcopal adaptar los gestos y las
posturas descritos en el Ordinario de la Misa a la índole y a las tradiciones
razonables de los pueblos, según la norma del derecho.[53]
Pero préstese atención a que respondan al sentido y la índole de cada una de las
partes de la celebración. Donde existe la costumbre de que el pueblo permanezca
de rodillas desde cuando termina la aclamación del “Santo” hasta el final de la
Plegaria Eucarística y antes de la Comunión cuando el sacerdote dice “Éste es el
Cordero de Dios”, es laudable que se conserve.
Para conseguir esta uniformidad en los gestos y en las posturas en una misma
celebración, obedezcan los fieles a las moniciones que hagan el diácono o el
ministro laico, o el sacerdote, de acuerdo con lo que se establece en el Misal.
44. Entre los gestos se cuentan también las acciones y las procesiones, con
las que el sacerdote con el diácono y los ministros se acercan al altar; cuando
el diácono, antes de la proclamación del Evangelio, lleva al ambón el
Evangeliario o libro de los Evangelios; cuando los fieles llevan los dones y
cuando se acercan a la Comunión. Conviene que tales acciones y procesiones
se cumplan decorosamente, mientras se cantan los correspondientes cantos,
según las normas establecidas para cada caso.
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El silencio
45. Debe guardarse también, en el momento en que corresponde, como parte de la
celebración, un sagrado silencio.[54]
Sin embargo, su naturaleza depende del momento en que se observa en cada
celebración. Pues en el acto penitencial y después de la invitación a orar, cada
uno se recoge en sí mismo; pero terminada la lectura o la homilía, todos meditan
brevemente lo que escucharon; y después de la Comunión, alaban a Dios en su
corazón y oran.
Ya desde antes de la celebración misma, es laudable que se guarde silencio en la
iglesia, en la sacristía, en el “secretarium” y en los lugares más cercanos para
que todos se dispongan devota y debidamente para la acción sagrada.
III. CADA UNA DE LAS PARTES DE LA MISA
A) Ritos iniciales
46. Los ritos que preceden a la Liturgia de la Palabra, es decir, la entrada, el saludo, el acto
penitencial, el Señor, ten piedad, el Gloria. y la colecta, tienen el carácter
de exordio, de introducción y de preparación.
La finalidad de ellos es hacer que los fieles reunidos en la unidad construyan
la comunión y se dispongan debidamente a escuchar la Palabra de Dios y a
celebrar dignamente la Eucaristía.
En algunas celebraciones, que se unen con la Misa, según la norma de los libros
litúrgicos, se omiten los ritos iniciales o se realizan de modo especial.
Entrada
47. Estando el pueblo reunido, cuando avanza el sacerdote con el diácono y con los
ministros, se da comienzo al canto de entrada. La finalidad de este canto es
abrir la celebración, promover la unión de quienes se están congregados e
introducir su espíritu en el misterio del tiempo litúrgico o de la festividad,
así como acompañar la procesión del sacerdote y los ministros.
48. Se canta, o alternándolo entre los cantores y el pueblo o, de igual manera,
entre un cantor y el pueblo, o todo por el pueblo, o todo por los cantores. Se
puede emplear, o bien la antífona con su salmo como se encuentra en el
Graduale Romanum o en el Graduale simplex, o bien otro canto que
convenga con la índole de la acción sagrada, del día o del tiempo litúrgico,[55]
cuyo texto haya sido aprobado por la Conferencia de los Obispos.
Si no hay canto de entrada, los fieles o algunos de ellos o un lector, leerán la
antífona propuesta en el Misal, o si no el mismo sacerdote, quien también puede
adaptarla a manera de monición inicial (cfr. n. 31).
Saludo al altar y al pueblo congregado
49. Cuando llegan al presbiterio, el sacerdote, el diácono y los ministros
saludan al altar con una inclinación profunda.
Sin embargo, como signo de veneración, el sacerdote y el diácono besan el altar;
y el sacerdote, según las circunstancias, inciensa la cruz y el altar.
50. Concluido el canto de entrada, el sacerdote de pie, en la sede, se signa
juntamente con toda la asamblea con la señal de la cruz; después, por medio del
saludo, expresa a la comunidad reunida la presencia del Señor. Con este saludo y
con la respuesta del pueblo se manifiesta el misterio de la Iglesia congregada.
Terminado el saludo del pueblo, el sacerdote, o el diácono o un ministro laico,
puede introducir a los fieles en la Misa del día con brevísimas palabras.
Acto penitencial
51. Después el sacerdote invita al acto penitencial que, tras una breve pausa de
silencio, se lleva a cabo por medio de la fórmula de la confesión general de
toda la comunidad, y se concluye con la absolución del sacerdote que, no
obstante, carece de la eficacia del sacramento de la Penitencia.
El domingo, especialmente en el tiempo pascual, a veces puede hacerse la
bendición y aspersión del agua en memoria del Bautismo, en vez del acostumbrado
acto penitencial.[56]
Señor, ten piedad
52. Después del acto penitencial, se tiene siempre el Señor, ten piedad, a no
ser que quizás haya tenido lugar ya en el mismo acto penitencial. Por ser un
canto con el que los fieles aclaman al Señor e imploran su misericordia, deben
hacerlo ordinariamente todos, es decir, que tanto el pueblo como el coro o el
cantor, toman parte en él.
Cada aclamación de ordinario se repite dos veces, pero no se excluyen más veces,
teniendo en cuenta la índole de las diversas lenguas y también el arte musical o
las circunstancias. Cuando el Señor, ten piedad se canta como parte del acto
penitencial, se le antepone un “tropo” a cada una de las aclamaciones.
Gloria a Dios en el cielo
53. El Gloria es un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, congregada
en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y le suplica al
Cordero. El texto de este himno no puede cambiarse por otro. Lo inicia el
sacerdote o, según las circunstancias, el cantor o el coro, y en cambio, es
cantado simultáneamente por todos, o por el pueblo alternando con los cantores,
o por los mismos cantores. Si no se canta, lo dirán en voz alta todos
simultáneamente, o en dos coros que se responden el uno al otro.
Se canta o se dice en voz alta los domingos fuera de los tiempos de Adviento y
de Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas, y en algunas celebraciones
peculiares más solemnes.
Colecta
54. En seguida, el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, juntamente con
el sacerdote, guardan un momento de silencio para hacerse conscientes de que
están en la presencia de Dios y puedan formular en su espíritu sus deseos.
Entonces el sacerdote dice la oración que suele llamarse “colecta” y por la cual
se expresa el carácter de la celebración. Por una antigua tradición de la
Iglesia, la oración colecta ordinariamente se dirige a Dios Padre, por Cristo en
el Espíritu Santo[57] y termina
con la conclusión trinitaria, es decir, con la más larga, de este modo:
Si se dirige al Padre: Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Si se dirige al Padre, pero al final se menciona al Hijo: Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los
siglos de los siglos.
Si se dirige al Hijo: Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios
por los siglos de los siglos.
El pueblo uniéndose a la súplica, con la aclamación Amén la hace suya la oración.
En la Misa se siempre se dice una sola colecta.
B) Liturgia de la palabra
55. La parte principal de la Liturgia de la Palabra la constituyen las lecturas
tomadas de la Sagrada Escritura, junto con los cánticos que se intercalan entre
ellas; y la homilía, la profesión de fe y la oración universal u oración de los
fieles, la desarrollan y la concluyen. Pues en las lecturas, que la homilía
explica, Dios habla a su pueblo,[58]
le desvela los misterios de la redención y de la salvación, y le ofrece alimento
espiritual; en fin, Cristo mismo, por su palabra, se hace presente en medio de
los fieles.[59] El pueblo hace suya
esta palabra divina por el silencio y por los cantos; se adhiere a ella por la
profesión de fe; y nutrido por ella, expresa sus súplicas con la oración
universal por las necesidades de toda la Iglesia y por la salvación de todo el
mundo.
Silencio
56. La Liturgia de la Palabra se debe celebrar de tal manera que favorezca la
meditación; por eso hay que evitar en todo caso cualquier forma de
apresuramiento que impida el recogimiento. Además conviene que durante la misma
haya breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea reunida, gracias a
los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, se saboree la Palabra de Dios en
los corazones y, por la oración, se prepare la respuesta. Dichos momentos de
silencio pueden observarse oportunamente, por ejemplo, antes de que se inicie la
misma Liturgia de la Palabra, después de la primera lectura, de la segunda y,
finalmente, una vez terminada la homilía.[60]
Lecturas bíblicas
57. Por las lecturas se prepara para los fieles la mesa de la Palabra de Dios y
abren para ellos los tesoros de la Biblia.[61]
Conviene, por lo tanto, que se conserve la disposición de las lecturas, que
aclara la unidad de los dos Testamentos y de la historia de la salvación; y no
es lícito que las lecturas y el salmo responsorial, que contienen la Palabra de
Dios, sean cambiados por otros textos no bíblicos.[62]
58. En la celebración de la Misa con el pueblo, las lecturas se proclamarán siempre
desde el ambón.
59. Según la tradición, el servicio de proclamar las lecturas no es presidencial,
sino ministerial. Por consiguiente, que las lecturas sean proclamadas por un
lector; en cambio, que el diácono, o estando éste ausente, otro sacerdote,
anuncie el Evangelio. Sin embargo, si no está presente un diácono u otro
sacerdote, corresponde al mismo sacerdote celebrante leer el Evangelio; y si no
se encuentra presente otro lector idóneo, el sacerdote celebrante proclamará
también las lecturas.
Después de cada lectura, el lector propone una aclamación, con cuya respuesta el
pueblo congregado tributa honor a la Palabra de Dios recibida con fe y con ánimo
agradecido.
60. La lectura del Evangelio constituye la cumbre de la Liturgia de la Palabra.
La Liturgia misma enseña que debe tributársele suma veneración,
cuando la distingue entre las otras lecturas con especial honor, sea por parte
del ministro delegado para anunciarlo y por la bendición o la oración con que se
prepara; sea por parte de los fieles, que con sus aclamaciones reconocen y
profesan la presencia de Cristo que les habla, y escuchan de pie la lectura
misma; sea por los mismos signos de veneración que se tributan al Evangeliario.
Salmo responsorial
61. Después de la primera lectura, sigue el salmo responsorial, que es parte
integral de la Liturgia de la Palabra y en sí mismo tiene gran importancia
litúrgica y pastoral, ya que favorece la meditación de la Palabra de Dios.
El salmo responsorial debe corresponder a cada una de las lecturas y se toma
habitualmente del leccionario.
Conviene que el salmo responsorial sea cantado, al menos la respuesta que
pertenece al pueblo. Así pues, el salmista o el cantor del salmo, desde el ambón
o en otro sitio apropiado, proclama las estrofas del salmo, mientras que toda la
asamblea permanece sentada, escucha y, más aún, de ordinario participa por medio
de la respuesta, a menos que el salmo se proclame de modo directo, es decir, sin
respuesta. Pero, para que el pueblo pueda unirse con mayor facilidad a la
respuesta salmódica, se escogieron unos textos de respuesta y unos de los
salmos, según los distintos tiempos del año o las diversas categorías de Santos,
que pueden emplearse en vez del texto correspondiente a la lectura, siempre que
el salmo sea cantado. Si el salmo no puede cantarse, se proclama de la manera
más apta para facilitar la meditación de la Palabra de Dios.
En vez del salmo asignado en el leccionario, puede también cantarse el
responsorio gradual tomado del Gradual Romano, o el salmo responsorial o
aleluyático tomado del Gradual Simple, tal como se presentan en esos libros.
Aclamación antes de la lectura del Evangelio
62. Después de la lectura, que precede inmediatamente al Evangelio, se canta el
Aleluya
u otro canto determinado por las rúbricas, según lo pida el tiempo litúrgico.
Esta aclamación constituye por sí misma un rito, o bien un acto, por el que la
asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor, quien le hablará en el Evangelio, y en la cual profesa su fe con el canto. Se
canta estando todos de pie, iniciándolo los cantores o el cantor, y si fuere
necesario, se repite, pero el versículo es cantado por los cantores o por un
cantor.
a) El Aleluya se canta en todo tiempo, excepto durante la
Cuaresma. Los versículos se toman del leccionario o del Gradual.
b) En tiempo de Cuaresma, en vez del Aleluya, se canta el versículo
antes del Evangelio que aparece en el leccionario. También puede cantarse otro
salmo u otra selección (tracto), según se encuentra en el Gradual.
63. Cuando hay solo una lectura antes del Evangelio:
a) En el tiempo en que debe decirse Aleluya, puede tomarse o el salmo aleluyático o el salmo y el
Aleluya con su versículo.
b) En el tiempo en que no debe decirse Aleluya, puede tomarse o el
salmo y el versículo antes del Evangelio, o solamente el salmo..
c) El Aleluya o el versículo antes del Evangelio, si no se
canta, puede omitirse.
64. La Secuencia, que sólo es obligatoria los días de Pascua y de Pentecostés, se
canta antes del Aleluya.
Homilía
65. La homilía es parte de la Liturgia y es muy recomendada,[63]
pues es necesaria para alimentar la vida cristiana. Conviene que sea una
explicación o de algún aspecto de las lecturas de la Sagrada Escritura, o de
otro texto del Ordinario, o del Propio de la Misa del día, teniendo en cuenta,
sea el misterio que se celebra, sean las necesidades particulares de los
oyentes.[64]
66. La homilía la hará de ordinario el mismo sacerdote celebrante, o éste se la
encomendará a un sacerdote concelebrante, o alguna vez, según las
circunstancias, también a un diácono, pero nunca a un laico.[65]
En casos especiales, y por justa causa, la homilía puede hacerla también el
Obispo o el presbítero que esté presente en la celebración sin que pueda
concelebrar.
Los domingos y las fiestas del precepto debe tenerse la homilía en todas las
Misas que se celebran con asistencia del pueblo y no puede omitirse sin causa
grave, por otra parte, se recomienda tenerla todos días especialmente en las
ferias de Adviento, Cuaresma y durante el tiempo pascual, así como también en
otras fiestas y ocasiones en que el pueblo acude numeroso a la Iglesia.[66]
Es conveniente que se guarde un breve espacio de silencio después de la homilía.
Profesión de fe
67. El Símbolo o Profesión de Fe, se orienta a que todo el pueblo reunido responda a
la Palabra de Dios anunciada en las lecturas de la Sagrada Escritura y explicada
por la homilía. Y para que sea proclamado como regla de fe, mediante una fórmula
aprobada para el uso litúrgico, que recuerde, confiese y manifieste los grandes
misterios de la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía.
68. El Símbolo debe ser cantado o recitado por el sacerdote con el pueblo los
domingos y en las solemnidades; puede también decirse en celebraciones
especiales más solemnes.
Si se canta, lo inicia el sacerdote, o según las circunstancias, el cantor o los
cantores, pero será cantado o por todos juntamente, o por el pueblo alternando
con los cantores.
Si no se canta, será recitado por todos en conjunto o en dos coros que se
alternan.
Oración universal
69. En la oración universal, u oración de los fieles, el pueblo responde en cierto
modo a la Palabra de Dios recibida en la fe y, ejercitando el oficio de su
sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos. Conviene
que esta oración se haga de ordinario en las Misas con participación del pueblo,
de tal manera que se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes,
por los que sufren diversas necesidades y por todos los hombres y por la
salvación de todo el mundo.[67]
70. Las serie de intenciones de ordinario será:
a) Por las necesidades de la Iglesia.
b) Por los que gobiernan y por la salvación del mundo.
c) Por los que sufren por cualquier dificultad.
d) Por la comunidad local.
Sin embargo, en alguna celebración particular, como la Confirmación, el
Matrimonio o las Exequias, el orden de las intenciones puede tener en cuenta más
expresamente la ocasión particular.
71. Pertenece al sacerdote celebrante dirigir las preces desde la sede. Él mismo las
introduce con una breve monición, en la que invita a los fieles a orar, y la
termina con la oración. Las intenciones que se proponen deben ser sobrias,
compuestas con sabia libertad y con pocas palabras y expresar la súplica de toda
la comunidad.
Las propone el diácono, o un cantor, o un lector, o bien, uno de los fieles
laicos desde el ambón o desde otro lugar conveniente.[68]
Por su parte, el pueblo, de pie, expresa su súplica, sea con una invocación
común después de cada intención, sea orando en silencio.
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C) Liturgia Eucarística
72. En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y el banquete pascuales. Por
estos misterios el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la
Iglesia, cuando el sacerdote, representando a Cristo Señor, realiza lo mismo que
el Señor hizo y encomendó a sus discípulos que hicieran en memoria de Él.[69]
Cristo, pues, tomó el pan y el cáliz, dio gracias, partió el pan, y los dio a
sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el
cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía. Por eso, la Iglesia ha
ordenado toda la celebración de la Liturgia Eucarística con estas partes que
responden a las palabras y a las acciones de Cristo, a saber:
1) En la preparación de los dones se llevan al altar el pan y el
vino con agua, es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.
2) En la Plegaria Eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra
de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de
Cristo.
3) Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles, aunque
sean muchos, reciben de un único pan el Cuerpo, y de un único cáliz la Sangre
del Señor, del mismo modo como los Apóstoles lo recibieron de las manos del
mismo Cristo.
Preparación de los dones
73. Al comienzo de la Liturgia Eucarística se llevan al altar los dones que se
convertirán en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.
En primer lugar se prepara el altar, o mesa del Señor, que es el centro de toda
la Liturgia Eucarística,[70] y en
él se colocan el corporal, el purificador, el misal y el cáliz, cuando éste no
se prepara en la credencia.
En seguida se traen las ofrendas: el pan y el vino, que es laudable que sean
presentados por los fieles. Cuando las ofrendas son traídas por los fieles, el
sacerdote o el diácono las reciben en un lugar apropiado y son ellos quienes las
llevan al altar. Aunque los fieles ya no traigan, de los suyos, el pan y el vino
destinados para la liturgia, como se hacía antiguamente, sin embargo el rito de
presentarlos conserva su fuerza y su significado espiritual.
También pueden recibirse dinero u otros dones para los pobres o para la iglesia,
traídos por los fieles o recolectados en la iglesia, los cuales se colocarán en
el sitio apropiado, fuera de la mesa eucarística.
74. Acompaña a esta procesión en la que se llevan los dones, el canto del ofertorio
(cfr. n.37 b), que se prolonga por lo menos hasta cuando los dones hayan sido
depositados sobre el altar. Las normas sobre el modo de cantarlo son las mismas
que para canto de entrada (cfr. n. 48). El canto se puede asociar siempre al
rito para el ofertorio, aún sin la procesión con los dones.
75. El sacerdote coloca sobre el altar el pan y el vino acompañándolos con las
fórmulas establecidas; el sacerdote puede incensar los dones colocados sobre el
altar, y después la cruz y el altar mismo, para significar que la oblación de la
Iglesia y su oración suben como incienso hasta la presencia de Dios. Después el
sacerdote, por el sagrado ministerio, y el pueblo por razón de su dignidad
bautismal, pueden ser incensados por el diácono, o por otro ministro.
76. En seguida, el sacerdote se lava las manos a un lado del altar, rito con el cual
se expresa el deseo de purificación interior.
Oración sobre las ofrendas
77. Depositadas las ofrendas y concluidos los ritos que las acompañan, con la
invitación a orar junto con el sacerdote, y con la oración sobre las ofrendas,
se concluye la preparación de los dones y se prepara la Plegaria Eucarística.
En la Misa se dice una sola oración sobre las ofrendas, que se concluye con la
conclusión más breve, es decir: Por Jesucristo, nuestro Señor; y si al
final de ella se hace mención del Hijo: (Él) que vive y reina por los
siglos de los siglos.
El pueblo uniéndose a la súplica con la aclamación Amén, hace suya la oración.
Plegaria Eucarística
78. En este momento comienza el centro y la cumbre de toda la celebración, esto es,
la Plegaria Eucarística, que ciertamente es una oración de acción de gracias y
de santificación. El sacerdote invita al pueblo a elevar los corazones hacia el
Señor, en oración y en acción de gracias, y lo asocia a sí mismo en la oración
que él dirige en nombre de toda la comunidad a Dios Padre, por Jesucristo, en el
Espíritu Santo. El sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles
se una con Cristo en la confesión de las maravillas de Dios y en la ofrenda del
sacrificio. La Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con reverencia y
con silencio.
79. Los principales elementos de que consta la Plegaria Eucarística pueden
distinguirse de esta manera:
a) Acción de gracias (que se expresa especialmente en el Prefacio),
en la cual el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios
Padre y le da gracias por toda la obra de salvación o por algún aspecto
particular de ella, de acuerdo con la índole del día, de la fiesta o del tiempo
litúrgico.
b) Aclamación: con la cual toda la asamblea, uniéndose a los coros
celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que es parte de la misma Plegaria
Eucarística, es proclamada por todo el pueblo juntamente con el sacerdote.
c) Epíclesis: con la cual la Iglesia, por medio de invocaciones
especiales, implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones
ofrecidos por los hombres sean consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo
y en la Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir
en la Comunión sirva para la salvación de quienes van a participar en ella.
d) Narración de la institución y consagración: por las palabras y
por las acciones de Cristo se lleva a cabo el sacrificio que el mismo Cristo
instituyó en la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y su Sangre bajo las
especies de pan y vino, y los dio a los Apóstoles para que comieran y bebieran,
dejándoles el mandato de perpetuar el mismo misterio.
e) Anámnesis: por la cual la Iglesia, al cumplir el mandato que
recibió de Cristo por medio de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo
Cristo, renovando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa
resurrección y su ascensión al cielo.
f) Oblación: por la cual, en este mismo memorial, la Iglesia,
principalmente la que se encuentra congregada aquí y ahora, ofrece al Padre en
el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia, por su parte, pretende que
los fieles, no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que también aprendan a
ofrecerse a sí mismos,[71] y día a
día se perfeccionen, por la mediación de Cristo, en la unidad con Dios y entre
ellos, para que finalmente, Dios sea todo en todos.[72]
g) Intercesiones: por las cuales se expresa que la Eucaristía se
celebra en comunión con toda la Iglesia, tanto con la del cielo, como con la de
la tierra; y que la oblación se ofrece por ella misma y por todos sus miembros,
vivos y difuntos, llamados a participar de la redención y de la salvación
adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
h) Doxología final: por la cual se expresa la glorificación de Dios,
que es afirmada y concluida con la aclamación Amén del pueblo.
Rito de la comunión
80. Puesto que la celebración eucarística es el banquete pascual, conviene que,
según el mandato del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos como alimento
espiritual por los fieles debidamente dispuestos. A esto tienden la fracción y
los demás ritos preparatorios, con los que los fieles son conducidos
inmediatamente a la Comunión.
Oración del Señor
81. En la Oración del Señor se pide el pan de cada día, que para los
cristianos indica principalmente el pan eucarístico, y se implora la
purificación de los pecados, de modo que, en realidad, las cosas santas se den a
los santos. El sacerdote hace la invitación a la oración y todos los fieles,
juntamente con el sacerdote, dicen la oración. El sacerdote solo añade el
embolismo, que el pueblo concluye con la doxología. El embolismo que
desarrolla la última petición de la Oración del Señor pide con ardor, para toda
la comunidad de los fieles, la liberación del poder del mal.
La invitación, la oración misma, el embolismo y la doxología con la que el
pueblo concluye lo anterior, se cantan o se dicen en voz alta.
Rito de la paz
82. Sigue el rito de la paz, con el que la Iglesia implora la paz y la unidad
para sí misma y para toda la familia humana, y con el que los fieles se expresan
la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental.
En cuanto al signo mismo para dar la paz, establezca la Conferencia de Obispos
el modo, según la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos. Conviene, sin
embargo, que cada uno exprese la paz sobriamente sólo a los más cercanos a él.
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Fracción del Pan
83. El sacerdote parte el pan eucarístico, con la ayuda, si es del caso, del
diácono o de un concelebrante. El gesto de la fracción del Pan realizado por
Cristo en la Última Cena, que en el tiempo apostólico designó a toda la acción
eucarística, significa que los fieles siendo muchos, en la Comunión de un solo
Pan de vida, que es Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo,
forman un solo cuerpo (1Co 10, 17). La fracción comienza después de haberse dado
la paz y se lleva a cabo con la debida reverencia, pero no se debe prolongar
innecesariamente, ni se le considere de excesiva importancia. Este rito está
reservado al sacerdote y al diácono.
El sacerdote parte el pan e introduce una parte de la Hostia en el cáliz para
significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra de la
redención, a saber, del Cuerpo de Cristo Jesús viviente y glorioso. La súplica
Cordero de Dios
se canta según la costumbre, bien sea por los cantores, o por el cantor seguido
de la respuesta del pueblo el pueblo, o por lo menos se dice en voz alta. La
invocación acompaña la fracción del pan, por lo que puede repetirse cuantas
veces sea necesario hasta cuando haya terminado el rito. La última vez se
concluye con las palabras danos la paz.
Comunión
84. El sacerdote se prepara para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de
Cristo con una oración en secreto. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio.
Después el sacerdote muestra a los fieles el Pan Eucarístico sobre la
patena o sobre el cáliz y los invita al banquete de Cristo; además, juntamente
con los fieles, pronuncia un acto de humildad, usando las palabras evangélicas
prescritas.
85. Es muy de desear que los fieles, como está obligado a hacerlo también el
mismo sacerdote, reciban el Cuerpo del Señor de las hostias consagradas en esa
misma Misa, y en los casos previstos (cfr. n. 283), participen del cáliz, para
que aún por los signos aparezca mejor que la Comunión es una participación en el
sacrificio que entonces mismo se está celebrando.[73]
86. Mientras el sacerdote toma el Sacramento, se inicia el canto de Comunión, que
debe expresar, por la unión de las voces, la unión espiritual de quienes
comulgan, manifestar el gozo del corazón y esclarecer mejor la índole
“comunitaria” de la procesión para recibir la Eucaristía. El canto se prolonga
mientras se distribuye el Sacramento a los fieles.[74]
Pero si se ha de tener un himno después de la Comunión, el canto para la
Comunión debe ser terminado oportunamente.
Téngase cuidado de que también los cantores puedan comulgar en el momento más
conveniente.
87. Para canto de Comunión puede emplearse la antífona del Gradual Romano,
con su salmo o sin él, o la antífona con el salmo del Graduale Simplex, o algún
otro canto adecuado aprobado por la Conferencia de los Obispos. Lo canta el coro
solo, o el coro con el pueblo, o un cantor con el pueblo.
Por otra parte, cuando no hay canto, se puede decir la antífona propuesta en el
Misal. La pueden decir los fieles, o sólo algunos de ellos, o un lector, o en
último caso el mismo sacerdote, después de haber comulgado, antes de distribuir
la Comunión a los fieles.
88. Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno, el sacerdote y
los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la
asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un
himno.
89. Para terminar la súplica del pueblo de Dios y también para concluir todo el rito
de la Comunión, el sacerdote dice la oración después de la Comunión, en la que
se suplican los frutos del misterio celebrado.
En la Misa se dice una sola oración después de la Comunión, que termina con
conclusión breve, es decir:
— Si se dirige al Padre: Por Jesucristo, nuestro Señor.
— Si se dirige al Padre, pero al fin se menciona el Hijo: Que vive y reina por siglos de los siglos.
— Si se dirige al Hijo: Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
El pueblo hace suya la oración con la aclamación: Amén.
D) Rito de conclusión
90. Al rito de conclusión pertenecen:
a) Breves avisos, si fuere necesario.
b) El saludo y la bendición del sacerdote, que en algunos días y
ocasiones se enriquece y se expresa con la oración sobre el pueblo o con otra
fórmula más solemne.
c) La despedida del pueblo, por parte del diácono o del sacerdote, para
que cada uno regrese a su bien obrar, alabando y bendiciendo a Dios.
d) El beso del altar por parte del sacerdote y del diácono y después la
inclinación profunda al altar de parte del sacerdote, del diácono y de los
demás ministros.
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Capítulo III
OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
91. La celebración eucarística es acción de Cristo y de la Iglesia, es decir, del
pueblo santo congregado y ordenado bajo la autoridad del Obispo. Por esto,
pertenece a todo el Cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta y lo implica; pero a
cada uno de los miembros de este Cuerpo recibe un influjo diverso según la
diversidad de órdenes, ministerios y participación actual.[75]
De este modo el pueblo cristiano “linaje escogido, sacerdocio real, nación
santa, pueblo adquirido”, manifiesta su ordenación coherente y jerárquica.[76]
Que todos, por lo tanto, sean ministros ordenados o fieles laicos, al desempeñar
su ministerio u oficio, hagan todo y sólo aquello que les corresponde.[77]
I. OFICIOS DEL ORDEN SAGRADO
92. Toda celebración legítima de la Eucaristía es dirigida por el Obispo, ya sea por
su propio ministerio, ya por ministerio de los presbíteros, sus colaboradores.[78]
Cuando el Obispo está presente en una Misa para la que se ha congregado el
pueblo, conviene sobremanera que sea él quien celebre la Eucaristía y que los
presbíteros, como concelebrantes, se le asocien en la acción sagrada. Y esto se
hace, no para aumentar la solemnidad exterior del rito, sino para significar con
más vivo resplandor el misterio de la Iglesia, que es “sacramento de unidad”.[79]
Pero si el Obispo no celebra la Eucaristía, sino que encomienda a otro para que
lo haga, entonces es conveniente que sea él mismo quien, revestido de estola y
capa pluvial sobre el alba, con la cruz pectoral, presida la Liturgia de la
Palabra y al final de la Misa imparta la bendición.[80]
93. En virtud de la potestad sagrada del Orden, también el presbítero, quien en la
Iglesia puede ofrecer eficazmente el sacrificio “in persona Christi”,[81]
preside al pueblo fiel aquí y ahora congregado, dirige su oración, le proclama
el mensaje de la salvación, asocia al pueblo en la ofrenda del sacrificio a Dios
Padre por Cristo en el Espíritu Santo, da a sus hermanos el Pan de la vida
eterna y participa del mismo con ellos. Por consiguiente, cuando celebra la
Eucaristía, debe servir a Dios y al pueblo con dignidad y humildad, y en el modo
de comportarse y de proclamar las divinas palabras, dar a conocer a los fieles
la presencia viva de Cristo.
94. Después del presbítero, el diácono, en virtud de la sagrada ordenación
recibida, ocupa el primer lugar entre los que ejercen su ministerio en la
celebración eucarística. En efecto, ya desde la primitiva era de los Apóstoles,
el Orden Sagrado del Diaconado fue tenido en gran honor en la Iglesia.[82]
En la Misa, al Diácono le corresponde proclamar el Evangelio y, a veces,
predicar la Palabra de Dios; proponer las intenciones en la oración universal;
ayudar al sacerdote, preparar el altar y prestar su servicio en la celebración
del sacrificio; distribuir la Eucaristía a los fieles, sobre todo bajo la
especie del vino, e indicar, de vez en cuando, los gestos y las posturas
corporales del pueblo.
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