1. La catequesis ha sido siempre considerada por la Iglesia como una
de sus tareas primordiales, ya que Cristo resucitado, antes de volver al
Padre, dio a los Apóstoles esta última consigna: hacer discípulos a
todas las gentes, enseñándoles a observar todo lo que Él había mandado.
Él les confiaba de este modo la misión y el poder de anunciar a los
hombres lo que ellos mismos habían oído, visto con sus ojos, contemplado
y palpado con sus manos, acerca del Verbo de vida.
Al mismo tiempo les confiaba la misión y el poder de explicar con
autoridad lo que Él les había enseñado, sus palabras y sus actos, sus
signos y sus mandamientos. Y les daba el Espíritu para cumplir esta
misión.
Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de esfuerzos realizados
por la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer
que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, mediante la fe, ellos tengan
la vida en su nombre,
para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de
Cristo. La Iglesia no ha dejado de dedicar sus energías a esa tarea.
Solicitud del Papa Pablo VI
2. Los últimos Papas le han reservado un puesto de relieve en su
solicitud pastoral. Mi venerado Predecesor Pablo VI sirvió a la
catequesis de la Iglesia de manera especialmente ejemplar con sus
gestos, su predicación, su interpretación autorizada del Concilio
Vaticano II —que él consideraba como la gran catequesis de los tiempos
modernos— con su vida entera. Él aprobó, el 18 de marzo de 1971, el
«Directorio general de la catequesis», preparado por la S. Congregación
para el Clero, un Directorio que queda como un documento básico para
orientar y estimular la renovación catequética en toda la Iglesia. Él
instituyó la Comisión internacional de Catequesis, en el año 1975. Él
definió magistralmente el papel y el significado de la catequesis en la
vida y en la misión de la Iglesia, cuando se dirigió a los participantes
en el Primer Congreso Internacional de Catequesis, el 25 de septiembre
de 1971, y se detuvo explícitamente sobre este tema en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiando.
Él quiso que la catequesis, especialmente la que se dirige a los niños y
a los jóvenes, fuese el tema de la IV Asamblea general del Sínodo de
los Obispos, celebrada durante el mes de octubre de 1977, en la que yo mismo tuve el gozo de participar.
Un Sínodo fructuoso
3. Al concluir el Sínodo, los Padres entregaron al Papa una
documentación muy rica, que comprendía las diversas intervenciones
tenidas durante la Asamblea, las conclusiones de los grupos de trabajo,
el Mensaje que con su consentimiento habían dirigido al pueblo de Dios,
y sobre todo la serie imponente de «Proposiciones» en las que ellos
expresaban su parecer acerca de muchos aspectos de la catequesis en el
momento actual.
Este Sínodo ha trabajado en una atmósfera excepcional de acción de
gracias y de esperanza. Ha visto en la renovación catequética un don
precioso del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy, un don al que por
doquier las comunidades cristianas, a todos los niveles, responden con
una generosidad y entrega creadora que suscitan admiración. El necesario
discernimiento podía así realizarse partiendo de una base viva y podía
contar en el pueblo de Dios con una gran disponibilidad a la gracia del
Señor y a las directrices del Magisterio.
Sentido de esta Exhortación
4. En este mismo clima de fe y esperanza os dirijo hoy, Venerables
Hermanos, amados hijos e hijas, esta Exhortación Apostólica. En un tema
tan amplio, ella no tratará sino de algunos aspectos más actuales y
decisivos, para corroborar los frutos del Sínodo. Ella vuelve a tomar en
consideración, sustancialmente, las reflexiones que el Papa Pablo VI
había preparado, utilizando ampliamente los documentos dejados por el
Sínodo. El Papa Juan Pablo I —cuyo celo y cualidades de catequista tanto
asombro nos han causado— las había recogido y se disponía a publicarlas
en el momento en que inesperadamente fue llamado por Dios. A todos
nosotros él nos ha dado el ejemplo de una catequesis fundada en lo
esencial y a la vez popular, hecha de gestos y palabras sencillas,
capaces de llegar a los corazones. Yo asumo pues la herencia de estos
dos Pontífices, para responder a la petición de los Obispos, formulada
expresamente al final de la IV Asamblea general del Sínodo y acogida por
el Papa Pablo VI en su discurso de clausura.
Lo hago también para cumplir uno de los deberes principales de mi
oficio apostólico. La catequesis ha sido siempre una preocupación
central en mi ministerio de sacerdote y de obispo.
Deseo ardientemente que esta Exhortación Apostólica, dirigida a toda
la Iglesia, refuerce la solidez de la fe y de la vida cristiana, dé un
nuevo vigor a las iniciativas emprendidas, estimule la creatividad —con
la vigilancia debida— y contribuya a difundir en la comunidad cristiana
la alegría de llevar al mundo el misterio de Cristo.