|
~~CATECISMO~~: Problemas principales de la teología contemporánea
Elegir otro panel de mensajes |
|
De: Atlantida (Mensaje original) |
Enviado: 18/07/2020 17:16 |
Joseph Card. Ratzinger
Prefecto
Encuentro con las Comisiones doctrinales de America Latina
(Bogotá, 27 de marzo de 1984)[1]
Diariamente la Congregación para la Doctrina de la Fe se comunica con los
obispos de los más diversos países del mundo, acerca de los problemas de la fe y
de la vida de la Iglesia. Si se sigue el curso de esta comunicación en un lapso
prolongado, se puede descubrir que la naturaleza de los problemas teológicos y
la base de las cuestiones está influenciada de manera notable por la situación
cultural y sociológica presente en determinadas regiones. Es como una geografía
de los problemas: es decir, una diversidad tipológica de las situaciones
eclesiales a partir de los diversos ambientes lingüísticos y culturales. Por
otro lado, se puede también observar que se está en presencia de un creciente
intercambio entre los diversos ámbitos, y que en los diferentes procesos subyace
todavía una situación espiritual mundial común a nuestro tiempo, que luego se
refleja en las singulares situaciones, según la propia modalidad.
En este breve panorama sobre la situación teológica mundial, desde el punto de
vista de nuestra congregación, quiero, en primer lugar, referirme brevemente a
las diversas problemáticas que se han producido en los principales ámbitos de la
cultura contemporánea, para después llegar a algunas conclusiones sobre la
cuestión de una raíz común. Quiero llamar la atención sobre tres importantes
áreas culturales: los Estados Unidos; en el mundo occidental, es decir, Europa y
el Tercer Mundo, que desde hace algún tiempo está impregnado de tradiciones
cristianas, es decir, América Latina; en fin, aquella área del Tercer Mundo en
la cual el cristianismo todavía tiene que encontrar una identidad satisfactoria,
específica de los diversos pueblos, es decir, África y Asia.
Queda excluido – como por otro lado en tantos análisis – el así llamado Segundo
Mundo, donde domina el comunismo, del cual sólo en una pequeña medida llegan a
nosotros movimientos y problemas teológicos. En realidad, la situación de
prueba, a la que está expuesta la fe, podría decir algo decisivo a los otros dos
mundos. Aprovecho esta laguna de mi relación para subrayar también, desde el
comienzo, que ésta tocará sólo globalmente algunos de los problemas emergentes.
No entraré en profundidad ni ella será completa.
1. Puntos medulares de los problemas teológicos de los Estados Unidos
Comenzamos con los Estados Unidos y Europa, aunque quisiera limitarme
sustancialmente a los Estados Unidos, porque en este caso los acentos están más
marcados y se desarrollan desde muchos puntos de vista más avanzados que en
Europa. Aunque sin duda también en los Estados Unidos existe pobreza, sin
embargo aquella sociedad, en su conjunto –sobre todo la sociedad que se expresa
en la consideración de la reflexión teológica–, se puede definir como sociedad
de la abundancia, y está profundamente influida por la visión liberal del mundo.
En el sistema económico liberal subyace una visión de conjunto, que es la
liberal de la realidad. El modelo del mercado con sus leyes entra también en
otras esferas de la vida.
El permisivismo moral puede desarrollarse en este ámbito como una forma de
liberalismo. En este contexto, la moral de la Iglesia llega a ser un cuerpo
extraño. Contrasta no sólo con las costumbres de vida, sino también con el
modelo base del pensar. Llega a ser difícil ver esta moral como razonable,
articularla teológicamente, porque está demasiado distante de lo que es
considerado como normal, como obvio.
El pensamiento teológico moral, que quiere quedarse en el contexto del
pensamiento y de la comprensión común de la sociedad, se encuentra así por sí
mismo obligado a compromisos que lo llevan a un distanciamiento con el
Magisterio de la Iglesia. El problema del distanciamiento llega a ser tanto más
dramático y relevante, desde el punto de vista práctico, debido a que la
Iglesia, a través de sus escuelas y de sus hospitales, abarca ella misma
importantes papeles en la sociedad. La Iglesia se encuentra así, de frente, ante
la alternativa de entenderse con los valores corrientes de la sociedad a la que
pertenece, o de permanecer fiel a sus propios valores y ponerse así en contraste
con la sociedad que sirve a través de estas instituciones. Debe escoger entre el
distanciamiento con el Magisterio o el distanciamiento con la sociedad.
Permítanme referirme, aunque sea brevemente, a tres grupos de cuestiones en las
cuales emergen estas problemáticas:
a) Sexualidad y procreación
En primer lugar está el ámbito de la moral sexual. En una sociedad en la cual
está disuelto el clásico ligamen entre sexualidad y matrimonio como forma
jurídica y religiosa de la comunidad de un hombre y de una mujer, la sexualidad
se encuentra, por así decir, sin ubicación, sin puntos de referencia. Llega a
ser, tomada en su contexto original, un problema y un poder omnipresente.
Una segunda separación, que substituye a la anterior, hace ver el problema de
manera aún más dramática: sexualidad y procreación son separadas una de otra
desde el principio, de modo tal que se puede definir la sexualidad también sin
relacionarla con la procreación; pero, luego el movimiento va también en sentido
opuesto, es decir, llega a ser posible la procreación sin la sexualidad: en la
práctica a través de la técnica.
En esta ruptura de una conexión originaria se verifica un proceso de sentido
antropológico, que hasta ahora se ha tomado muy poco en consideración. La
consecuencia concreta de todo esto es que la sexualidad no tiene ya en sí misma
ningún punto de referencia. Cada forma de sexualidad llega a ser ahora
equivalente: la homosexualidad se transforma en un derecho, y su reconocimiento
parte del programa de liberación del hombre. Aún más: la separación de la
sexualidad de los puntos de referencia moral se presenta globalmente bajo la
bandera de la liberación.
Viceversa: la fecundidad, que puede tener sentido sólo en un matrimonio fundado
sobre la fidelidad de toda una vida, se ve amenazada: la separación entre la
sexualidad y la procreación se realizan de hecho. Por lo tanto, la
anticoncepción, como rechazo de aquello que en verdad se presenta como punto de
referencia de la esencia natural de la sexualidad, llega a ser un derecho de
libertad fundamental y se desarrolla en las más diversas formas. Los métodos
químicos ya no bastan; la esterilización, como medio anticonceptivo, se difunde
siempre más. También el aborto procurado se sitúa en este contexto más amplio:
éste llega a ser un derecho de libertad.
Por otra parte, el matrimonio indisoluble no encuentra ya el apoyo social que
había recibido sustancialmente hasta ahora, y por tanto aumenta la inestabilidad
de los matrimonios.
Es diversa la capacidad de resistencia de la teología moral católica a los
diversos aspectos del problema. El ordenamiento fundamental de la sexualidad al
matrimonio y la indisolubilidad del sacramento son datos a los que en principio
todos desean permanecer más o menos fieles.
La relación, en cambio, entre sexualidad y fecundidad se deja a discusión
después del debate teológico habido entre las dos guerras, ya que, partiendo
desde el punto de vista personalista, se había subrayado la preeminencia del
amor conyugal respecto de la procreación. Los aspectos personalistas, sobre los
que ahora se discute, son importantes y están acogidos desde el Concilio. Pero
sin querer se preparó así el terreno para las opciones que se hallaban mucho más
lejanas: el personalismo fue entendido, por parte de muchos, como contrapuesto
al naturalismo: la persona fue vista en contraposición a la naturaleza. Así, en
conclusión, un exagerado personalismo puede conducir al rechazo del ordenamiento
interno de la naturaleza, y deja como único punto de referencia la sola voluntad
del hombre, sin ninguna regla o norma. En todo caso, en esta situación, el
pensamiento teológico moral se encontró enfrentado a la anticoncepción sin
verdaderos argumentos. Viceversa, se dieron así tantos motivos plausibles para
la anticoncepción, que la encíclica Humanae Vitae encontró en la teología
moral del mundo occidental un rechazo en vastos sectores de él.
La discusión sobre este problema, en especial sobre la esterilización
anticonceptiva, está por lo tanto aún ahora en pleno desarrollo. Pero también en
otros campos emergen inseguridades: las relaciones prematrimoniales, en ciertas
condiciones, son a menudo justificadas; a la masturbación se la suele presentar
como un fenómeno natural en el crecimiento del adolescente; la admisión a los
sacramentos de los divorciados vueltos a casar es con frecuencia repropuesta;
también hay en acción claros intentos de justificar la homosexualidad como un
mal menor.
b) El consecuencialismo
Hemos llegado así al segundo ámbito de los problemas que quería delinear: a la
cuestión de los principios fundamentales de la moral cristiana. La discusión
comenzó después del Concilio con el interrogante de si existían en verdad normas
de moral específicamente cristianas. Se llegó a opinar que todas las normas se
encuentran también fuera del mundo cristiano, y que la mayor parte está tomada
de otras culturas: en particular de la tradición de la filosofía estoica.
Así, este problema se planteó de manera completamente falsa. En realidad, la
moral existe siempre y sólo a través de un sujeto concreto, que la garantiza y
le confiere un significado como totalidad. No puede ser constituida por un
conjunto de conceptos suspendidos en el aire, aunque evidentemente los sujetos
singulares sociales concretos vivan en un intercambio fecundo entre ellos. A
partir de este punto falso se llega después a la idea de que la moral se ha de
construir sólo a partir de la razón, y que, por lo tanto, en este campo, también
para los cristianos, habría una plena autonomía de la razón. Con la razón
autónoma el problema siguiente fue cómo se podía llegar a una fundamentación de
los deberes morales. Ya que se había perdido la unión entre ens et bonum,
entre ser y deber ser, se tuvieron que buscar otras bases de fundamentación
moral. Se llegó así a la llamada moral teológica, o como en América se prefiere
decir, y más justamente, al “consecuencialismo”; nada es en sí bueno o malo; la
bondad de un acto depende sólo de su resultado predecible y calculado.
Ya que con facilidad se pueden demostrar los inconvenientes de tal sistema, en
el ínterin se mitigó el “consecuencialismo” con el “proporcionalismo”: el hacer
moral es, según este sistema, siempre una valoración y una confrontación entre
los bienes que están en juego. No existe el bien, sino sólo aquello que,
considerando todas las circunstancias, es mejor que otras cosas. Ciertamente la
ponderación de los bienes forma parte de las figuras fundamentales del hacer
moral. Pero si la moral queda reducida completamente al “proporcionalismo”,
entonces no existe ya más la moralidad como tal, sino sólo el cálculo del
hombre. Esto es a su vez evidentemente lógico, si el ser no contiene en sí
mismo, en cuanto realidad creada, la moral. Si esto fuera así, se plantearía de
nuevo el debate sobre Dios creador y sobre nuestra incapacidad para conocerlo.
En la disputa sobre el “consecuencialismo” y el “proporcionalismo” se trata de
algo muy fundamental. En realidad, también en las concepciones morales de la
teología de la liberación se encuentra a menudo en el fondo un proporcionalismo:
el único bien absoluto, la edificación de la sociedad justa, llega a ser la
única norma moral que justifica todo el resto. En la moral cristiana, sin
embargo, es fundamental que determinadas acciones no puedan ser jamás
justificadas, porque ellas contienen en sí mismas un rechazo a Dios Creador y
por lo tanto una negación de la dignidad del hombre.
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 3 de 3
Siguiente
Último
|
|
c) El feminismo
Como tercer punto característico del debate quisiera, en fin, hablar del
feminismo.
En primer lugar nos encontramos aquí frente a instancias muy razonables en favor
de una equiparación social de la mujer. La petición de acceso a todas las
profesiones se transforma, pues (aparentemente y de modo lógico), en el interior
de la Iglesia, en una petición de la ordenación sacerdotal de la mujer. También
este hecho puede aparecer a primera vista como una cuestión inofensiva. Puede
llegarse a pensar que se trata, quizás, simplemente de la indispensable
adecuación de la Iglesia a una situación social alcanzada de hecho, y que
anteriormente no se había realizado en ese sentido.
Pero si se considera la cosa más de cerca, emergen problemas mucho más
profundos. Sobre todo desde un punto de vista antropológico. La separación entre
sexualidad y procreación, de la cual hablamos antes, produce como consecuencia
que la sexualidad no aparezca ya más como una característica bien determinada y
una orientación de la persona humana. Que uno sea hombre o mujer ha llegado a
ser del todo indiferente: es sólo un ser humano. La sexualidad no incide más en
la antropología: ésta es una función intercambiable a gusto. En esta
perspectiva, la total paridad del hombre y la mujer es lógica, y toda la acción
de la persona humana es ahora reducida a la pura funcionalidad.
La maternidad y la paternidad son sólo un papel. Pero este fenómeno se extiende
–y es un segundo paso– a la imagen de Dios y a toda la visión de la realidad
religiosa. Ciertamente se puede decir, desde un punto de vista puramente
antológico y abstracto, que Dios es tanto madre como padre. Cierto también es
que no se puede transformar el “Padre nuestro” en un “Madre nuestra”, porque el
simbolismo escogido por Jesús es irreversible y está fundado sobre la misma
relación Dios-hombre, y aún menos se puede sustituir Cristo por otra figura.
Pero el feminismo radical no acepta el carácter ejemplar y universal de
Cristo-Padre: es decir, presupone en definitiva una religión distinta, como
aparece siempre más claramente de hecho en el debate. Así llega a ser también
siempre más claro que la Iglesia, defendiendo su sacerdocio, defiende en última
instancia la religión de la Biblia, y por tanto, la persona humana, esto es, la
integralidad del hombre en cuerpo y alma, la característica distinción entre
hombre y mujer, la irreductibilidad de la persona humana a simple funcionalidad.
En nuestra situación actual, el feminismo se podrá configurar siempre más como
la empresa de la razón, sobre todo en una sociedad puramente funcional, en la
cual el matrimonio no es más el modelo guía de la relación hombre-mujer; y en
las combinaciones más diversas de partners, la persona humana cuenta sólo
fundamentalmente como individuo y como función, pero de parte de la sociedad no
tiene presupuesto ya ningún ordenamiento originario en la relación entre hombre
y mujer.
También este tema aparece tratado, como otros más, bajo el concepto de
“liberación”: liberación de la mujer de la esclavitud del hombre; de la
esclavitud a los papeles a que está sometido un ser humano, al cual, por otra
parte, todas las vías están abiertas. En este sentido, se puede decir,
resumiendo cuanto he dicho hasta ahora, que la “liberación” es la temática clave
también de la sociedad de los ricos: liberación de la moral, liberación en
definitiva de la naturaleza del ser humano, liberación para una conducción
utópica en la cual aquello que cuenta es llegar a ser como Dios, y no la
herencia de algo anterior. En última instancia, entonces, estamos aquí frente a
una soteriología; la soteriología de una sociedad poscristiana.
2. América Latina en el contexto universal
Como segundo ámbito del pensamiento teológico, quisiera hablar de América
Latina. Naturalmente que no tengo la intención, en este sentido, de presentar un
panorama teológico como el trazado para los Estados Unidos. En realidad hemos llegado aquí a escuchar a los obispos
responsables de los problemas de la fe de todos los países de América Latina, y
a observar cómo ellos ven la situación en su tierra. Hemos llegado aquí para
tener información en el mismo lugar y para buscar juntos, en diálogo, las
soluciones.
a) La soteriología de la liberación
La palabra liberación emerge súbitamente con diversos significados culturales.
He intentado, en efecto, en la primera parte, mostrar este fenómeno en los
Estados Unidos. La misma cosa se puede aplicar también al África, donde el deseo de desarraigo de las tradiciones
occidentales se presenta como un problema de liberación en la búsqueda de una
propia identidad.
Se podría, por lo tanto, decir que el problema soteriológico ha llegado a ser el punto central del
pensamiento teológico, quizás porque aquí la teología se une con un problema del
mundo: que el hombre no está redimido; que está alienado, no libre, aparece en
todas las formas de sociedad. La experiencia de la alienación – o para usar una
expresión cristiana típica: la falta de redención – es la experiencia
fundamental de nuestra época; es la experiencia de la Humanidad que se aleja de
Dios, pero que no ha encontrado la libertad, sino solamente una esclavitud
total. Es la experiencia de una Humanidad que se ha liberado de los puntos de
referencia moral y de la consideración del más allá, y así ha comenzado a
transformarse en un infierno para sí misma.
En esto hay un elemento común a los programas secularistas: todos quieren buscar
la liberación sólo en la inmanencia. Pero este punto de partida ha conducido al
hombre a la situación actual. Que la soteriología haya llegado a ser el problema
fundamental de la Humanidad hoy día es un desafío excepcional para la Iglesia.
Este desafío constituye una ocasión favorable y, al mismo tiempo, un
peligro. El
peligro está en que nos dejemos sumergir en el j punto de vista
inmanente de los
programas de liberación secular. En lugar del Reino de Dios se habla,
entonces,
sólo del reino, y este reino llega a ser, consecuentemente, algo que se
quiere
construir con medios políticos. Las lagunas de la argumentación
política son rellenadas, de este modo, con ideas religiosas. La
religión, como la
teología, se encuentran entonces, fuera de lugar. Dicho con otras
palabras: creo
que debemos encontrar de nuevo la correcta relación entre fe y realismo.
Nuestras argumentaciones ético-sociales deben ser morales y realistas.
Deben ser
realistas en relación a las posibilidades económicas, sociales y
políticas que
estén disponibles para una superación de las situaciones injustas. Deben
ser
morales, en relación a los puntos de referencia que la fe cristiana
propone para
una acción recta. La búsqueda de una correcta relación entre realismo y
fe
conducirá también, por sí misma, a recuperar la correcta relación entre
inmanencia y trascendencia.
En una situación de necesidad particularmente urgente, la trascendencia puede a
primera vista parecer como fuera de lugar o, por último, como un obstáculo. Pero
si se la deja aparte, no desaparece simplemente: la trascendencia se transforma,
entonces, en utopía, y así la fe llega a ser verdaderamente irreal: la no
realidad viene realzada como punto de referencia para la acción. La utopía en
realidad es irreal, mientras que la trascendencia es real.
b) La autoridad de la Iglesia
Alrededor del problema soteriológico, que naturalmente no es en
absoluto
separable e la cristología, hay un segundo círculo de problemas que se
extiende
a los ámbitos culturales: la eclesiología. Ha entrado en crisis, sin
duda, en todos los continentes: con muchas diferencias en particular,
pero
también con problemas de fondo común.
Así, por ejemplo, se plantea hoy nuevamente el problema de la catolicidad de la
Iglesia y de la autoridad de su enseñanza. Aquí se sitúa también el problema de
la relación entre teología científica, interpretación del tiempo (filosofía de la historia) y enseñanza eclesial. Concurren en
este ámbito, además, los problemas de la comunidad de base, los problemas de los
nuevos ministerios, de la relación entre movimientos y estructuras eclesiales
tradicionales, de la relación entre órdenes religiosas y autoridad episcopal.
Debemos en estos días hablar entre nosotros de estos problemas concretos, y no
podremos absolutamente limitarnos solamente a la teología de la liberación. Los
problemas de la Iglesia y de la teología no pueden ser reducidos tampoco en
América del Sur a este último tema.
|
|
|
|
3. Problemas teológicos en África
Como ya dije al comienzo, hoy día África y Asia, India en particular, están
apasionadamente ocupados por el problema de la búsqueda de una correcta
inculturación del cristianismo. En este sentido estamos aquí frente al problema
de la relación entre fe e historia, entre fe y cultura. Es universalmente
notable que la fe cristiana, así como la conocemos hoy, se ha desarrollado sobre
una raíz hebraica, y posteriormente, sobre todo, en el ámbito greco-latino, a lo
cual, además, a partir del siglo VIII, se unieron considerablemente también el
elemento irlandés y el germánico. África ha recibido, por esto, un cristianismo
que se ha plasmado culturalmente en casi dos mil años hasta en las más pequeñas
formas de expresión, y que además llega a los africanos en el contexto de una
historia colonial que hoy día aparece como una historia de alienación.
Así surge de modo más decisivo la pregunta: ¿cómo puede el cristianismo llegar a
ser una expresión nuestra? ¿Cómo puede entrar en la identidad propia del
africano? ¿En qué medida su conformación cultural precedente es vinculante y en
qué medida se puede, por así decir, recomenzar desde el principio la historia
del cristianismo, y así, quizás, interpretar las religiones indígenas como una especie del Antiguo Testamento que prepara el
cristianismo?
Los problemas están planteados de manera muy clara, pero es
conveniente también
decir que la esperada teología africana, por el momento, es más un
programa que
una realidad. En una mirada más atenta se debe también decir que
muchísimo de lo
que se presenta como africano es en realidad una importación europea.
Tiene con las auténticas tradiciones africanas
mucho menos relación que con la tradición cristiana clásica. Esta, de
hecho, se
encuentra mucho más cerca de las nociones fundamentales de la Humanidad y
del patrimonio de base de la cultura religiosa humana en general, que
las construcciones tardías del pensamiento europeo,
separadas de las raíces espirituales de la Humanidad.
En todo caso, emerge en este contexto un hecho: no existe la tradición africana pura en cuanto tal. Por una parte, desde hace
tiempo, de ningún modo se puede ya transferir a una situación cultural anterior
los resultados del pensamiento europeo. Por otra parte, la tradición africana
está muy estratificada y, por lo tanto, debido a los variados estratos y a las
diversas procedencias, también es contradictoria. El problema de qué sea lo
auténticamente africano, qué se deba defender contra la falsa pretensión de
universalidad de todo lo que es europeo; y el problema, viceversa, de qué es, en
cuanto europeo, verdadero y comúnmente válido, no se puede decidir sólo de
manera empírica, sino con los criterios de valor, que no se desprenden
simplemente del material dado. Para el cristiano son, por último, las decisiones
de la fe también los criterios con los cuales juzga las diversas tradiciones,
las propias y la de los demás. La catolicidad está esencialmente en que no toma
como criterio de juicio ni el patrimonio personal ni el de otro, sino la palabra
de la fe que juzga a entrambos. Un proceso tal no puede, por lo tanto,
estrictamente hablando, realizarse de una manera apresurada, porque no es sólo
de carácter intelectual, sino también histórico: es decir, necesita de la vida y
del sufrimiento de toda la comunidad eclesial.
La búsqueda de la fisonomía africana del cristianismo incluye también en medida notable ciertas formas
institucionales. Es problemática la así llamada “Unión ecuménica de teólogos
africanos”. En uniones de tal género se puede perder fácilmente de vista el
sujeto propio de la teología, es decir, la Iglesia. Es peligroso que, en la
búsqueda de una comunidad auténtica, la más grande unidad católica se olvide, en
favor de las comunidades culturales o nacionales circunscritas. Esto es hoy día
reconocible en diversas iniciativas en diferentes partes del mundo. El carácter
católico no se excluye en esta unión de teólogos pero la pertenencia común a
aquello que es africano puede empujar a poner bajo la sombra la pertenencia
común de lo que es católico. Por otra parte, África misma es un continente de
una complejidad tal, que no se puede restringir al esquema general de la
africanidad.
No está todavía clara en su fisonomía la idea de un concilio africano, que desde
el principio se ha difundido ampliamente por la mencionada unión de teólogos. En
el ínterin ha encontrado siempre más adhesiones, con los oportunos retoques y
precisiones también de los obispos. De hecho, América Latina, con las reuniones
episcopales de Medellín y Puebla ha mostrado que el trabajo común de los obispos
de un continente puede dar una contribución sustancial a la clarificación de
problemas fundamentales y a una correcta ejecución del ministerio pastoral. Por
lo tanto, parece ciertamente posible, a partir de tales experiencias, elaborar,
mediante la idea del “concilio” africano (o mejor: de un sínodo africano), una
figura jurídica y teológica que pueda dar sentido pleno a una similar
iniciativa.
Los problemas principales, que se encuentran en el centro de la discusión, se
mueven, por lo demás, en el campo de la teología moral y de la liturgia o de la
teología de los sacramentos. El problema del paso de la poligamia a la monogamia
viene a ser discutido. Mientras los obispos y la mayoría de los teólogos están
absolutamente convencidos de que la conservación de la poligamia no conduciría a salvaguardar los auténticos
valores de la africanidad, hay algunos teólogos, sostenidos con fuerza desde
Europa, que estiman poder interpretar la poligamia como una posible forma de
matrimonio y de familia cristiana.
En este caso se trata de una discusión con grupos marginales de la
reflexión
teológica. Pero es mucho más serio el problema de la unión entre la
estipulación
sacramental del matrimonio cristiano y la estipulación del matrimonio
que se
cumple progresivamente según los usos tribales, problema sobre cual se
ha discutido de manera amplia en el sínodo dé los obispos de 1980.
También el problema
de si el culto de los antepasados puede entrar en alguna forma en la
estructura
cristiana de la fe, toma siempre más relieve. Aún se discute en qué
medida y qué
forma elemental de culto africano puede entrar en los otros sacramentos:
por
ejemplo, en la estructura del sacramento de la penitencia, pero también
en la
liturgia eucarística. En fin, también en África se ha mejorado el
problema de
los nuevos ministerios eclesiales.
4. Los sujetos del movimiento teológico
A este panorama sobre algunos de los ámbitos más importantes de discusión
contenidos en la teología actual, quisiera agregar la observación de que en este
contexto se debe también atender siempre a los elementos estructurales, en el
interior de los cuales se desarrolla la comunicación y la reflexión de la fe.
Estos sujetos estructurales de las expresiones de la fe y de la discusión
teológica han llegado a ser hoy también, en medida considerable, los puntos de
cristalización de la crisis. Entiendo con esto, ante todo, el hacer referencia a
cuatro ámbitos: la formación de los sacerdotes y más en general la enseñanza
teológica, la catequesis, la instrucción religiosa en la comunidad de
consagrados y, finalmente, la liturgia, en cuanto es la más concreta y al mismo
tiempo vinculante autoexpresión de la fe.
La formación de los sacerdotes y la enseñanza teológica están hoy día en crisis
porque la teología, como ya decía más ampliamente, corre el peligro de olvidar
su verdadero sujeto: la comunidad de vida católica en la Iglesia. Así se
fracciona en escuelas y sectores culturales: se debe crear alguna cosa a partir
de lo propio, y se va en búsqueda de aquello que es más fácil. Ya que la
teología no transmite más un modelo fundamental común de la fe, también la
catequesis está expuesta a experimentos que cambian. A menudo no se enseña más
la fe católica: se busca hacer humanamente interesante algunos elementos del
patrimonio cristiano. Así, no sólo se disgregan en una medida espantosa las
nociones religiosas fundamentales en gran parte del mundo (en particular en
Europa); también viene a faltar aquella orientación vital de fondo que crea una
educación de la fe y que hace posible la vuelta a la fe superando la crisis de
la vida. En las comunidades religiosas ha llegado a faltar el acuerdo sobre lo
que se debe verdaderamente entender por vida religiosa. Las tradiciones propias
a menudo no tienen otro valor que la de carteles indicadores, y se las pone
críticamente en discusión a partir de nuevas ideas exegéticas y de orientaciones
deducidas de las ciencias humanas. Si las congregaciones religiosas eran hasta
ahora las respuestas más visibles y más claras a la interrogación acerca de las
orientaciones que dar a una vida de fe, hoy día éstas han llegado a ser muy a
menudo un signo dramático de la crisis de la fe y de la comunicación de la fe.
En fin, la desunión de la liturgia con la rigidez rubricista hizo que fuera
arrastrada al vértigo del “haz por ti mismo”, y por lo tanto ha comenzado a
vacilar aquella imperturbabilidad por medio de la cual anteriormente se había
erigido sobre ella la regla de la fe. En todos estos campos se debe luchar
nuevamente para la recuperación de la identidad de lo que es católico.
El descubrimiento de los problemas tratados en los primeros tres puntos, nos
debe llevar a desarrollar en la práctica un esfuerzo alrededor de estos lugares
esenciales de la vida de la fe.
5. Los problemas y las tareas fundamentales comunes
En un punto conclusivo quisiera aún volver sobre la afirmación inicial, según la cual en las diversas
facetas de los problemas teológicos de diversos ámbitos culturales subyacen
problemas y elecciones comunes.
El primero y decisivo problema, globalmente hablando, es a mi parecer, el
problema mismo de Dios. A partir de tantas discusiones erradas con las ciencias
naturales así como con el encuentro con la potencia de la técnica, ha quedado al
final la impresión de que la fe en Dios creador hoy día no tiene ya contenido
concreto. Así, la teología se disuelve en soteriología; la filosofía de Hegel
ofrece los presupuestos para este éxito; la teología del proceso americano es
una de las formas con la cual el problema del ser llega a ser disuelto en el
problema del devenir y de la historia, y el problema de Dios desaparece en el
problema soteriológico.
La actual crisis de la teología es, a mi juicio, más profundamente una crisis de
la fe en Dios. No se cree más que verdaderamente Dios puede alcanzar la materia.
Pero si él no puede hacer esto, entonces, ¿qué Dios es en realidad? Si es así,
debe ser inventada una doctrina de salvación completamente nueva, que al mismo
tiempo será una sustitución de la fe en Dios.
De aquí depende otro fenómeno: el concepto de lo sobrenatural como un orden
decisivamente nuevo respecto de lo natural y, no obstante esto, no menos real,
se ha perdido en vastos sectores, en los últimos dos decenios; se le ha
condenado como una especie de dualismo. Pero con él resultado de tener que
buscar la realidad del cristianismo totalmente en lo natural, de tener que
naturalizarlo. De tal modo no sólo se ha privado la fe de la promesa original,
sino que también se ha amputado al hombre, cuya característica es propiamente
aquella de superar la naturaleza. No alcanzaremos el fondo de los problemas
concretos, si no despertamos la fe en el Dios viviente, creador del cielo y de
la tierra, y si no logramos reavivar la conciencia de vocación sobrenatural del
hombre.
Todavía un tercer problema me parece de significado fundamental: la unión entre
la Sagrada Escritura y la Iglesia se ha roto. La interpretación
histórico-crítica de la Escritura ha hecho de la Biblia, sobre todo, una
realidad independiente de la Iglesia: no se lee la Biblia a partir de la Iglesia
y con la Iglesia, sino a partir del correcto método científico y sólo a partir
de éste se puede interpretar correctamente. Cada vez con más fuerza esta independencia se ha convertido, finalmente, en
una contraposición: la fe tradicional de la Iglesia aparece como no justificada
exegéticamente; los exégetas nos ofrecen una nueva estructura del cristianismo
para la cual la Iglesia es más un obstáculo que otra cosa. Pero esta separación
ha vaciado las dos grandezas. La Iglesia, sin fundamento bíblico, es un producto
histórico casual; no es más la Iglesia de Jesucristo. En verdad ha desaparecido
en muchos sectores la fe en la función divina de la Iglesia. La Iglesia aparece
como una cornisa organizativa, que se puede replasmar según las siempre nuevas
exigencias y conocimientos. Y así puede ahora interpretarse la expresión
Ecclesia semper reformanda.
Pero también una Biblia sin la Iglesia no es más la palabra de Dios eficaz, sino
un conjunto de múltiples fuentes históricas, de las cuales se busca extraer para
el presente aquello que sea útil. Al final, el hombre se queda solo. Por lo
tanto, debe ser de nuevo planteado el problema de la interna unidad entre
Iglesia y Biblia, de la correcta lectura de la Biblia y de la existencia real de
la una, santa, católica y apostólica “Ecclesia”. Deberían ser recuperadas
aquellas respuestas fundamentales que los Padres habían encontrado en la lucha
contra el gnosticismo. Debemos redescubrir cómo el método solo no hace la
exégesis, sino también la exégesis depende de una hermenéutica elegida, y
ninguna hermenéutica es más fundamental, ningún punto de partida es más orgánico
que aquel de leer la Biblia donde ha nacido y de leerla con aquellos que la han
vivido.
Debemos redescubrir la catolicidad: esta es la verdadera tarea que tenemos
adelante, y está como fundamento de todas las demás tareas.
[1]La Revista Católica 84 (Santiago, 1984), p. 13-23.
|
|
|
|
|
|
|
©2025 - Gabitos - Todos los derechos reservados | |
|
|