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De: Atlantida (Mensaje original) |
Enviado: 12/08/2021 17:34 |
UNITATIS REDINTEGRATIO SOBRE EL ECUMENISMO
PROEMIO
1. Promover la restauración de la unidad entre
todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha
propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II, puesto que única es la
Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las comuniones
cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de
Jesucristo; todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de
modo distinto y siguen caminos diferentes, como si Cristo mismo
estuviera dividido. División que abiertamente repugna a la voluntad de
Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa
de la difusión del Evangelio por todo el mundo.
Con todo, el
Señor de los tiempos, que sabia y pacientemente prosigue su voluntad de
gracia para con nosotros los pecadores, en nuestros días ha empezado a
infundir con mayor abundancia en los cristianos separados entre sí la
compunción de espíritu y el anhelo de unión. Esta gracia ha llegado a
muchas almas dispersas por todo el mundo, e incluso entre nuestros
hermanos separados ha surgido, por el impuso del Espíritu Santo, un
movimiento dirigido a restaurar la unidad de todos los cristianos. En
este movimiento de unidad, llamado ecuménico, participan los que invocan
al Dios Trino y confiesan a Jesucristo como Señor y salvador, y esto lo
hacen no solamente por separado, sino también reunidos en asambleas en
las que conocieron el Evangelio y a las que cada grupo llama Iglesia
suya y de Dios. Casi todos, sin embargo, aunque de modo diverso,
suspiran por una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente
universal y enviada a todo el mundo, para que el mundo se convierta al
Evangelio y se salve para gloria de Dios. Considerando, pues, este
Sacrosanto Concilio con grato ánimo todos estos problemas, una vez
expuesta la doctrina sobre la Iglesia, impulsado por el deseo de
restablecer la unidad entre todos los discípulos de Cristo, quiere
proponer atodos los católicos los medios, los caminos y las formas por
las que puedan responder a este divina vocación y gracia.
CAPÍTULO I
PRINCIPIOS CATÓLICOS SOBRE EL ECUMENISMO
Unidad y unicidad de la Iglesia
2.
La caridad de Dios hacia nosotros se manifestó en que el Hijo Unigénito
de Dios fue enviado al mundo por el Padre, para que, hecho hombre,
regenerara a todo el género humano con la redención y lo redujera a la
unidad. Cristo, antes de ofrecerse a sí mismo en el ara de la cruz, como
víctima inmaculada, oró al Padre por los creyentes, diciendo: "Que
todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mi y yo en tí, para que también
ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado", e
instituyó en su Iglesia el admirable sacramento de la Eucaristía, por
medio del cual se significa y se realiza la unidad de la Iglesia. Impuso
a sus discípulos e mandato nuevo del amor mutuo y les prometió el
Espíritu Paráclito, que permanecería eternamente con ellos como Señor y
vivificador.
Una vez que el Señor Jesús fue exaltado en la cruz y
glorificado, derramó el Espíritu que había prometido, por el cual llamó
y congregó en unidad de la fe, de la esperanza y de la caridad al
pueblo del Nuevo Testamento, que es la Iglesia, como enseña el Apóstol:
"Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como habéis sido llamados en una
esperanza, la de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismos". Puesto que "todos los que habéis sido bautizados en Cristo
os habéis revestido de Cristo.... porque todos vosotros sois uno en
Cristo Jesús". El Espíritu Santo que habita en los creyentes, y llena y
gobierna toda la Iglesia, efectúa esa admirable unión de los fieles y
los congrega tan íntimamente a todos en Cristo, que El mismo es el
principio de la unidad de la Iglesia. El realiza la distribución de las
gracias y de los ministerios, enriqueciendo a la Iglesia de Jesucristo
con la variedad de dones "para la perfección consumada de los santosen
orden a la obra del ministerio y a la edificación del Cuerpo de Cristo".
Para
el establecimiento de esta su santa Iglesia en todas partes y hasta el
fin de los tiempos, confió Jesucristo al Colegio de los Doce el oficio
de enseñar, de regir y de santificar. De entre ellos destacó a Pedro,
sobre el cual determinó edificar su Iglesia, después de exigirle la
profesión de fe; a él prometió las llaves del reino de los cielos y
previa la manifestación de su amor, le confió todas las ovejas, para que
las confirmara en la fe y las apacentara en la perfecta unidad,
reservándose Jesucristo el ser El mismo para siempre la piedra
fundamental y el pastor de nuestras almas.
Jesucristo quiere que
su pueblo se desarrolle por medio de la fiel predicación del Evangelio, y
la administración de los sacramentos, y por el gobierno en el amor,
efectuado todo ello por los Apóstoles y sus sucesores, es decir, por los
Obispos con su cabeza, el sucesor de Pedro, obrando el Espíritu Santo; y
realiza su comunión en la unidad, en la profesión de una sola fe, en la
común celebración del culto divino, y en la concordia fraterna de la
familia de Dios.
Así, la Iglesia, único rebaño de Dios como un
lábaro alzado ante todos los pueblos, comunicando el Evangelio de la paz
a todo el género humano, peregrina llena de esperanza hacia la patria
celestial.
Este es el Sagrado misterio de la unidad de la Iglesia
de Cristo y por medio de Cristo, comunicando el Espíritu Santo la
variedad de sus dones, El modelo supremo y el principio de este misterio
es la unidad de un solo Dios en la Trinidad de personas: Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
Relación de los hermanos separados con la Iglesia católica
3.
En esta una y única Iglesia de Dios, ya desde los primeros tiempos, se
efectuaron algunas escisiones que el Apóstol condena con severidad, pero
en tiempos sucesivos surgieron discrepancias mayores, separándose de la
plena comunión de la Iglesia no pocas comunidades, a veces no sin
responsabilidad de ambas partes. pero los que ahora nacen y se nutren de
la fe de Jesucristo dentro de esas comunidades no pueden ser tenidos
como responsables del pecado de la separación, y la Iglesia católica los
abraza con fraterno respeto y amor; puesto que quienes creen en Cristo y
recibieron el bautismo debidamente, quedan constituidos en alguna
comunión, aunque no sea perfecta, con la Iglesia católica.
Efectivamente,
por causa de las varias discrepancias existentes entre ellos y la
Iglesia católica, ya en cuanto a la doctrina, y a veces también en
cuanto a la disciplina, ya en lo relativo a la estructura de la Iglesia,
se interponen a la plena comunión eclesiástica no pocos obstáculos, a
veces muy graves, que el movimiento ecumenista trata de superar. Sin
embargo, justificados por la fe en el bautismo, quedan incorporados a
Cristo y, por tanto, reciben el nombre de cristianos con todo derecho y
justamente son reconocidos como hermanos en el Señor por los hijos de la
Iglesia católica.
Es más: de entre el conjunto de elementos o
bienes con que la Iglesia se edifica y vive, algunos, o mejor,
muchísimos y muy importantes pueden encontrarse fuera del recinto
visible de la Iglesia católica: la Palabra de Dios escrita, la vida de
la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y algunos dones interiores
del Espíritu Santo y elementos visibles; todo esto, que proviene de
Cristo y a El conduce, pertenece por derecho a la única Iglesia de
Cristo.
Los hermanos separados practican no pocos actos de culto
de la religión cristiana, los cuales, de varias formas, según la diversa
condición de cada Iglesia o comunidad, pueden, sin duda alguna,
producir la vida de la gracia, y hay que confesar que son aptos para
dejar abierto el acceso a la comunión de la salvación.
Por
consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y comunidades separadas
tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el
misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado
servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la
misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia.
Los
hermanos separados, sin embargo, ya particularmente, ya sus comunidades
y sus iglesias, no gozan de aquella unidad que Cristo quiso dar a los
que regeneró y vivificó en un cuerpo y en una vida nueva y que
manifiestan la Sagrada Escritura y la Tradición venerable de la Iglesia.
Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es auxilio
general de la salvación, puede conseguirse la plenitud total de los
medios salvíficos. Creemos que el Señor entregó todos los bienes de la
Nueva Alianza a un solo colegio apostólico, a saber, el que preside
Pedro, para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al que
tienen que incorporarse totalmente todos los que de alguna manera
pertenecen ya al Pueblo de Dios. Pueblo que durante su peregrinación por
la tierra, aunque permanezca sujeto al pecado, crece en Cristo y es
conducido suavemente por Dios, según sus inescrutables designios, hasta
que arribe gozoso a la total plenitud de la gloria eterna en la
Jerusalén celestial.
Ecumenismo
4. Hoy, en
muchas partes del mundo, por inspiración del Espíritu Santo, se hacen
muchos intentos con la oración, la palabra y la acción para llegar a
aquella plenitud de unidad que quiere Jesucristo. Este Sacrosanto
Concilio exhorta a todos los fieles católicos a que, reconociendo los
signos de los tiempos, cooperen diligentemente en la empresa ecuménica.
Por
"movimiento ecuménico" se entiende el conjunto de actividades y de
empresas que, conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las
circunstancias de los tiempos, se suscitan y se ordenan a favorecer la
unidad de los cristianos.
Tales son, en primer lugar, todos los
intentos de eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes,
según justicia y verdad, a la condición de los hermanos separados, y
que, por tanto, pueden hacer más difíciles las mutuas relaciones en
ellos; en segundo lugar, "el diálogo" entablado entre peritos y técnicos
en reuniones de cristianos de las diversas Iglesias o comunidades, y
celebradas en espíritu religioso. En este diálogo expone cada uno, por
su parte, con toda profundidad la doctrina de su comunión, presentado
claramente los caracteres de la misma. Por medio de este diálogo, todos
adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la
doctrina y de la vida de cada comunión; en tercer lugar, las diversas
comuniones consiguen una más amplia colaboración en todas las
obligaciones exigidas por toda conciencia cristiana en orden al bien
común y, en cuanto es posible, participan en la oración unánime. Todos,
finalmente, examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo con relación a
la Iglesia y, como es debido, emprenden animosos la obra de renovación y
de reforma.
Todo esto, realizado prudente y pacientemente por
los fieles de la Iglesia católica, bajo la vigilancia de los pastores,
conduce al bien de la equidad y de la verdad, de la concordia y de la
colaboración, del amor fraterno y de la unión; para que poco a poco por
esta vía, superados todos los obstáculos que impiden la perfecta
comunión eclesiástica, todos los cristianos se congreguen en una única
celebración de la Eucaristía, en orden a la unidad de la una y única
Iglesia, a la unidad que Cristo dio a su Iglesia desde un principio, y
que creemos subsiste indefectible en la Iglesia católica de los siglos.
Es
manifiesto, sin embargo, que la obra de preparación y reconciliación
individuales de los que desean la plena comunión católica se diferencia,
por su naturaleza, de la empresa ecumenista, pero no encierra oposición
alguna, ya que ambos proceden del admirable designio de Dios.
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Primer
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2 a 4 de 4
Siguiente
Último
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Los fieles católicos han de ser, sin duda, solícitos de los hermanos
separados en la acción ecumenista, orando por ellos, hablándoles de las
cosas de la Iglesia, dando los primeros pasos hacia ellos. Pero deben
considerar también por su parte con ánimo sincero y diligente, lo que
hay que renovar y corregir en la misma familia católica, para que su
vida dé más fiel y claro testimonio de la doctrina y de las normas dadas
por Cristo a través de los Apóstoles.
Pues, aunque la Iglesia
católica posea toda la verdad revelada por Dios, y todos los medios de
la gracia, sin embargo, sus miembros no la viven consecuentemente con
todo el fervor, hasta el punto que la faz de la Iglesia resplandece
menos ante los ojos de nuestros hermanos separados y de todo el mundo,
retardándose con ello el crecimiento del reino de Dios.
Por
tanto, todos los católicos deben tender a la perfección cristiana y
esforzarse cada uno según su condición para que la Iglesia, portadora de
la humildad y de la pasión de Jesús en su cuerpo, se purifique y se
renueve de día en día, hasta que Cristo se la presente a sí mismo
gloriosa, sin mancha ni arruga.
Guardando la unidad en lo
necesario, todos en la Iglesia, cada uno según el cometido que le ha
sido dado, observen la debida libertad, tanto en las diversas formas de
vida espiritual y de disciplina como en la diversidad de ritos
litúrgicos, e incluso en la elaboración teológica de la verdad revelada;
pero en todo practiquen la caridad. Pues con este proceder manifestarán
cada día más plenamente la auténtica catolicidad y la apostolicidad de
la Iglesia.
Por otra parte, es necesario que los católicos, con
gozo, reconozcan y aprecien en su valor los tesoros verdaderamente
cristianos que, procedentes del patrimonio común, se encuentran en
nuestros hermanos separados. Es justo y saludable reconocer las riquezas
de Cristo y las virtudes en la vida de quienes dan testimonio de Cristo
y, a veces, hasta el derramamiento de su sangre, porque Dios es siempre
admirable y digno de admiración en sus obras.
Ni hay que olvidar
tampoco que todo lo que obra el Espíritu Santo en los corazones de los
hermanos separados puede conducir también a nuestra edificación. Lo que
de verdad es cristiano no puede oponerse en forma alguna a los
auténticos bienes de la fe, antes al contrario, siempre puede hacer que
se alcance más perfectamente el misterio mismo de Cristo y de la
Iglesia.
Sin embargo, las divisiones de los cristianos impiden
que la Iglesia lleve a efecto su propia plenitud de catolicidad en
aquellos hijos que, estando verdaderamente incorporados a ella por el
bautismo, están, sin embargo, separados de su plena comunión. Más aún, a
la misma Iglesia le resulta muy difícil expresar, bajo todos los
aspectos, en la realidad misma de la vida, la plenitud de la
catolicidad.
Este Sacrosanto Concilio advierte con gozo que la
participación de los fieles católicos en la acción ecumenista crece cada
día, y la recomienda a los Obispos de todo el mundo, para que la
promuevan con diligencia y la dirijan prudentemente.
CAPÍTULO II
LA PRÁCTICA DEL ECUMENISMO
La unión afecta a todos
5.
El empeño por el restablecimiento de la unión corresponde a la Iglesia
entera, afecta tanto a los fieles como a los pastores, a cada uno según
su propio valor, ya en la vida cristiana diaria, ya en las
investigaciones teológicas e históricas. Este interés manifiesta la
unión fraterna existente ya de alguna manera entre todos los cristianos,
y conduce a la plena y perfecta unidad, según la benevolencia de Dios.
La reforma de la Iglesia
6.
Puesto que toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en
el aumento de la fidelidad a su vocación, por eso, sin duda, hay un
movimiento que tiende hacia la unidad. Cristo llama a la Iglesia
peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en
cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad hasta el
punto de que si algunas cosas fueron menos cuidadosamente observadas,
bien por circunstancias especiales, bien por costumbres, o por
disciplina eclesiástica, o también por formas de exponer la doctrina
—que debe cuidadosamente distinguirse del mismo depósito de la fe—, se
restauren en el tiempo oportuno recta y debidamente.
Esta
reforma, pues, tiene una extraordinario importancia ecumenista. Muchas
de las formas de la vida de la Iglesia, por las que ya se va realizando
esta renovación —como el movimiento bíblico y litúrgico, la predicación
de la palabra de Dios y la catequesis, el apostolado de los seglares,
las nuevas formas de vida religiosa, la espiritualidad del matrimonio,
la doctrina y la actividad de la Iglesia en el campo social—, hay que
recibirlas como prendas y augurios quefelizmente presagian los futuros
progresos del ecumenismo.
La conversión del corazón
7.
El verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior. En
efecto, los deseos de la unidad surgen y maduran de la renovación del
alma, de la abnegación de sí mismo y de la efusión generosa de la
caridad. Por eso tenemos que implorar del Espíritu Santo la gracia de la
abnegación sincera, de la humildad y de la mansedumbre en nuestros
servicios y de la fraterna generosidad del alma para con los demás.
"Así, pues, os exhorto yo —dice el Apóstol a las Gentes—, preso en el
Señor, a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis
llamados, con toda humildad, mansedumbre y longanimidad, soportándoos
los unos a los otros con caridad, solícitos de conservar la unidad del
espíritu mediante el vínculo de la paz" (Ef., 4,1-3). Esta
exhortación se refiere, sobre todo, a los que han sido investidos del
orden sagrado, para continuar la misión de Cristo, que "vino no a ser
servido, sino a servir" entre nosotros.
A las faltas contra la
unidad pueden aplicarse las palabras de San Juan: " Si decimos que no
hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso, y su palabra no está en
nosotros". Humildemente, pues, pedimos perdón a Dios y a los hermanos
separados, como nosotros perdonamos a quienes nos hayan ofendido.
Recuerden
todos los fieles, que tanto mejor promoverán y realizarán la unión de
los cristianos, cuanto más se esfuercen en llevar una vida más pura,
según el Evangelio. Porque cuanto más se unan en estrecha comunión con
el Padre, con el Verbo y con el Espíritu, tanto más íntima y fácilmente
podrán acrecentar la mutua hermandad.
La oración unánime
8.
Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las
oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de
considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y con razón
puede llamarse ecumenismo espiritual.
Es frecuente entre los
católicos concurrir a la oración por la unidad de la Iglesia, que el
mismo Salvador dirigió enardecido al Padre en vísperas de su muerte:
"Que todos sean uno".
En ciertas circunstancias especiales, como
sucede cuando se ordenan oraciones "por la unidad", y en las asambleas
ecumenistas es lícito, más aún, es de desear que los católicos se unan
en la oración con los hermanos separados. Tales preces comunes son un
medio muy eficaz para impetrar la gracia de la unidad y la expresión
genuina de los vínculos con que estánunidos los católicos con los
hermanos separados: "Pues donde hay dos o tres congregados en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos".
Sin embargo, no es lícito
considerar la comunicación en las funciones sagradas como medio que
pueda usarse indiscriminadamente para restablecer la unidad de los
cristianos. Esta comunicación depende, sobre todo, de dos principios: de
la significación de la unidad de la Iglesia y de la participación en
los medios de la gracia.
La significación de la unidad prohíbe de
ordinario la comunicación. La consecución de la gracia algunas veces la
recomienda. La autoridad episcopal local ha de determinar prudentemente
el modo de obrar en concreto, atendidas las circunstancias de tiempo,
lugar y personas, a no ser que la Conferencia episcopal, a tenor de sus
propios estatutos, o la Santa Sede provean de otro modo.
El conocimiento mutuo de los hermanos
9.
Conviene conocer la disposición de ánimo de los hermanos separados.
Para ello se necesita el estudio que hay que realizar con un alma
benévola guiada por la verdad. Es preciso que los católicos, debidamente
preparados, adquieran mejor conocimiento de la doctrina y de la
historia de la vida espiritual y cultural, de la psicología religiosa y
de la cultura peculiares de los hermanos.
Para lograrlo, ayudan
mucho por ambas partes las reuniones destinadas a tratar, sobre todo,
cuestiones teológicas, donde cada uno pueda tratar a los demás de igual a
igual, con tal que los que toman parte, bajo la vigilancia de los
prelados, sean verdaderamente peritos. De tal diálogo puede incluso
esclarecerse más cuál sea la verdadera naturaleza de la Iglesia
católica. De esta forma conoceremos mejor el pensamiento de los hermanos
separados y nuestra fe aparecerá entre ellos más claramente expresada.
La formación ecumenista
10.
Es necesario que las instituciones de la sagrada teología y de las
otras disciplinas, sobre todo, históricas, se expliquen también en
sentido ecuménico, para que respondan lo más posible a la realidad.
Es
muy conveniente que los que han de ser pastores y sacerdotes se imbuyan
de la teología elaborada de esta forma, con sumo cuidado, y no
polémicamente, máxime en lo que respecta a las relaciones de los
hermanos separados para con la Iglesia católica, ya que de la formación
de los sacerdotes, sobre todo, depende la necesaria instrucción y
formaciónespiritual de los fieles y de los religiosos.
Es también
conveniente que los católicos, empeñados en obras misioneras en las
mismas tierras en que hay también otros cristianos, conozcan hoy, sobre
todo, los problemas y los frutos que surgen del ecumenismo en su
apostolado.
La forma de expresar y de exponer la doctrina de la fe
11.
En ningún caso debe ser obstáculo para el diálogo con los hermanos del
sistema de exposición de la fe católica. Es totalmente necesario que se
exponga con claridad toda la doctrina. nada es tan ajeno al ecumenismo
como el falso irenismo, que pretendiera desvirtuar la pureza de la
doctrina católica y obscurecer su genuino y verdadero sentido.
La
fe católica hay que exponerla al mismo tiempo con más profundidad y con
más rectitud, para que tanto por la forma como por las palabras pueda
ser cabalmente comprendida también por los hermanos separados.
Finalmente,
en el diálogo ecumenista los teólogos católicos, bien imbuidos de la
doctrina de la Iglesia, al tratar con los hermanos separados de
investigar los divinos misterios, deben proceder con amor a la verdad,
con caridad y con humildad. Al confrontar las doctrinas no olviden que
hay un orden o "jerarquía" de las verdades en la doctrina católica, por
ser diversa su conexión con el fundamente de la fe cristiana. De esta
forma se preparará el camino por donde todos se estimulen a proseguir
con esta fraterna emulación hacia un conocimiento más profundo y una
exposición más clara de las incalculables riquezas de Cristo (Cf. Ef., 3,8).
La cooperación con los hermanos separados
12.
Todos los cristianos deben confesar delante del mundo entero su fe en
Dios uno y trino, en el Hijo de Dios encarnado, Redentor y Señor
nuestro, y con empeño común en su mutuo aprecio den testimonio de
nuestra esperanza, que no confunde.
Como en estos tiempos se
exige una colaboración amplísima en el campo social, todos los hombres
son llamados a esta empresa común, sobre todo los que creen en Dios y
aún más singularmente todos los cristianos, por verse honrados con el
nombre de Cristo.
La cooperación de todos los cristianos expresa
vivamente la unión con la que ya están vinculados y presenta con luz más
radiante la imagen de Cristo Siervo. Esta cooperación, establecida ya
en no pocas naciones, debe ir perfeccionándose más y más, sobre todo en
las regiones desarrolladas social y técnicamente, ya en el justo aprecio
de la dignidad de la persona humana, ya procurando el bien de la paz,
ya en laaplicación social del Evangelio, ya en el progreso de las
ciencias y de las artes, con espíritu cristiano, ya en la aplicación de
cualquier género de remedio contra los infortunios de nuestros tiempos,
como son el hambre y las calamidades, el analfabetismo y la miseria, la
escasez de viviendas y la distribución injusta de las riquezas.
Por
medio de esta cooperación podrán advertir fácilmente todos los que
creen en Cristo cómo pueden conocerse mejor unos a otros, apreciando más
y cómo se allana el camino para la unidad de los cristianos.
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CAPÍTULO III
LAS IGLESIAS Y LAS COMUNIDADES ECLESIALES SEPARADAS DE LA SEDE APOSTÓLICA ROMANA
13. Nuestra atención se fija en las dos categorías principales de escisiones que afectan a la túnica inconsútil de Cristo.
Las
primeras tuvieron lugar en el Oriente, a resultas de las declaraciones
dogmáticas de los concilios de Efeso y de Calcedonia, y en tiempos
posteriores por la ruptura de la comunidad eclesiástica entre los
patriarcas orientales y la Sede Romana.
Más de cuatro siglos
después sobrevienen otras en las misma Iglesia de Occidente, como
secuela de los acontecimientos que ordinariamente se designan con el
nombre de reforma. Desde entonces, muchas comuniones nacionales o
confesionales quedaron disgregadas de la Sede Romana. Entre las que
conservan, en parte, las tradiciones y las estructuras católicas, ocupa
lugar especial la comunión anglicana.
Hay, sin embargo,
diferencias muy notables en estos diversos grupos no sólo por razón de
su origen, lugar y tiempo, sino especialmente por la naturaleza y
gravedad de los problemas pertinentes a la fe y a la estructura
eclesiástica.
Por ello, este Sacrosanto Concilio, valorando
escrupulosamente las diversas condiciones de cada uno de los grupos
cristianos, y teniendo en cuenta los vínculos existentes entre ellas, a
pesar de su división, determina proponer las siguientes consideraciones
para llevar a cabo una prudente acción ecumenista.
I. CONSIDERACIÓN PARTICULAR DE LAS IGLESIA ORIENTALES
Carácter e historia propia de los orientales
14.
Las Iglesias del Oriente y del Occidente, durante muchos siglos
siguieron su propio camino unidas en la comunión fraterna de la fe y de
la vida sacramental, siendo la Sede Romana, con el consentimiento común,
árbitro si surgía entre ellas algún disentimiento en cuenta a la fe y a
la disciplina. El Sacrosanto Concilio se complace en recordar, entre
otras cosas importantes, que existen en Oriente muchas Iglesias
particulares o locales, entre las cuales ocupan el primer lugar las
Iglesias patriarcales, y de los cuales no pocas traen origen de los
mismos Apóstoles.
Por este motivo han prevalecido y prevalece
entre los orientales el empeño y el interés de conservar aquellas
relaciones fraternas en la comunión de la fe y de la caridad, que deben
observarse entre las Iglesias locales como entre hermanas.
No
debe olvidarse tampoco que las Iglesias del Oriente tienen desde el
principio un tesoro del que tomó la Iglesia del Occidente muchas cosas
en la Liturgia, en la tradición espiritual y en el ordenamiento
jurídico. Y es de sumo interés el que los dogmas fundamentales de la fe
cristiana, el de la Trinidad, el del Hijo de Dios hecho carne de la
Virgen Madre de Dios, quedaron definidos en concilio ecuménicos
celebrados en el Oriente. Aquellas Iglesias han sufrido y sufren mucho
por la conservación de esta fe.
La herencia transmitida por los
Apóstoles fue recibida de diversas formas y maneras y, en consecuencia,
desde los orígenes mismos de la Iglesia fue explicada diversamente en
una y otra parte por la diversidad del carácter y de las condiciones de
la vida. Todo ello, a más de las causas externas, por la falta de
comprensión y de caridad, motivó las separaciones.
Por lo cual el
Sacrosanto Concilio exhorta a todos, pero especialmente a quienes han
de trabajar por restablecer la plena comunión entra las Iglesias
orientales y la Iglesia católica, que tengan las debidas consideraciones
a la especial condición de las Iglesias que nacen y se desarrollan en
el Oriente, así como a la índole de las relaciones que existían entre
ellas y la Sede Romana antes de la separación, y que seformen una
opinión recta de todo ello; observar esto cuidadosamente servirá
muchísimo para el pretendido diálogo.
La tradición litúrgica y espiritual de los orientales
15.
Todos conocen con cuánto amor los cristianos orientales celebran el
culto litúrgico, sobre todo la celebración eucarística, fuente de la
vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura, por la cual los fieles
unidos a su Obispo, teniendo acogida ante Dios Padre por su Hijo el
Verbo encarnado, muerto y glorificado en la efusión del Espíritu Santo,
consiguen la comunión con la Santísima Trinidad, hechos "partícipes de
la naturaleza divina". Consiguientemente, por la celebración de la
Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece
la Iglesia de Dios, y por la concelebración se manifiesta la comunión
entre ellas.
En este culto litúrgico los orientales ensalzan con
hermosos himnos a María, siempre Virgen, a quien el Concilio Ecuménico
de Efeso, proclamó solemnemente Santísima Madre de Dios, para que Cristo
fuera reconocido como Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las
Escrituras, y honran también a muchos santos, entre ellos a los Padres
de la Iglesia universal. Puesto que estas Iglesias, aunque separadas,
tienen verdaderos sacramentos y, sobre todo por su sucesión apostólica,
el sacerdocio y la Eucaristía, por los que se unen a nosotros con
vínculos estrechísimos, no solamente es posible, sino que se aconseja,
alguna comunicación con ellos en las funciones sagradas en
circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica.
También se encuentran en el Oriente las riquezas de aquellas tradiciones
espirituales que creó, sobre todo, el monaquismo. Allí, pues, desde los
primeros tiempos gloriosos de los santo Padres floreció la
espiritualidad monástica, que se extendió luego a los pueblos
occidentales. De ella procede, como de su fuente, la institución
religiosa de los latinos, que aún después tomó nuevo vigor en el
Oriente. Por lo cual se recomienda encarecidamente a los católicos que
acudan con mayor frecuencia a estas riquezas espirituales de los Padres
del Oriente, que levantan a todo hombre a la contemplación de lo divino.
Tengan
todos presente que el conocer, venerar, conservar y favorecer el
riquísimo patrimonio litúrgico y espiritual de los orientales es de una
gran importancia para conservar fielmente la plenitud de la tradición
cristiana y para conseguir la reconciliación de los cristianos
orientales y occidentales.
Disciplina propia de los orientales
16.
Las Iglesias del Oriente, además, desde los primeros tiempos seguían
las disciplinas propias sancionadas por los santos Padres y por los
concilios, incluso ecuménicos. No poniéndose a la unidad de la Iglesia
una cierta variedad de ritos y costumbres, sino acrecentando más bien su
hermosura y contribuyendo al más exacto cumplimiento de su misión como
antes hemos dicho, el Sacrosanto Concilio, para disipar todo temor
declara que las Iglesias orientales, conscientes de la necesaria unidad
de toda la Iglesia, tienen el derecho y la obligación de regirse según
sus propias ordenaciones, puesto que son más acomodadas a la
idiosincrasia de sus fieles y más adecuadas para promover el bien de sus
almas. No siempre, es verdad, se ha observado bien este principio
tradicional, pero su observancia es una condición previa absolutamente
necesaria para el restablecimiento de la unión.
Carácter propio de los orientales en la exposición de los misterios
17.
Lo que antes hemos dicho acerca de la legítima diversidad, nos es grato
repetirlo también de la diversa exposición de la doctrina teológica,
puesto que en el Oriente y en el Occidente se han seguido diversos pasos
y métodos en la investigación de la verdad revelada y en el
reconocimiento y exposición de lo divino. No hay que sorprenderse, pues,
de que algunos aspectos del misterio revelado a veces se hayan captado
mejor y se hayan expuesto con más claridad por unos que por otros, de
manera que hemos de declarar que las diversas fórmulas teológicas, más
bien que oponerse entre sí, se completan y perfeccionan unas a otras. En
cuanto a las auténticas tradiciones teológicas de los orientales, hay
que reconocer que radican de una modo manifiesto en la Sagrada
Escritura, se fomentan y se vigorizan con la vida litúrgica, se nutren
de la viva tradición apostólica y de las enseñanzas de los Padres
orientales y de los autores eclesiásticos hacia una recta ordenación de
la vida; más aún, tienden hacia una contemplación cabal de la verdad
cristiana. Este Sacrosanto Concilio declara que todo este patrimonio
espiritual y litúrgico, disciplinar y teológico, en sus diversas
tradiciones, pertenece a la plena catolicidad y apostolicidad de la
Iglesia, dando gracias a Dios, porque muchos orientales, hijos de la
Iglesia católica, que conservan esta herencia y ansían vivirla en su
plena pureza e integridad, viven ya en comunión perfecta con los
hermanos que practican la tradición occidental.
Conclusión
18.
Bien considerado todo lo que precede, este Sacrosanto Concilio renueva
solemnemente todo lo que han declarado los sacrosantos concilios
anteriores y los Romanos Pontífices; a saber, que para el
restablecimiento y mantenimiento de la comunión y de la unidad es
preciso "no imponer ninguna otra carga más que la necesaria" (Act.,
15,28). Desea, asimismo, vehementemente, que en adelante se dirijan
todos los esfuerzos en los varios institutos y formas de vida de la
Iglesia, sobre todo en la oración y en el diálogo fraterno acerca de la
doctrina y de las necesidades más urgentes del cargo pastoral en
nuestros días y se encaucen para lograr paulatinamente la comunión. De
igual manera recomienda a los pastores y a los fieles de la Iglesia
católica estrecha amistad con quienes pasan la vida no ya en Oriente,
sino lejos de la patria para incrementar la colaboración fraterna con
ellos con espíritu de caridad, dejando todo ánimo de controversia y de
emulación. Si llega a ponerse toda el alma en esta empresa, este
Sacrosanto Concilio espera que, derrocado todo muro que separa la
Iglesia occidental y la oriental, se hará una sola morada, cuya piedra
angular es Cristo Jesús, que hará de las dos una sola cosa.
II. LAS IGLESIAS Y COMUNIDADES ECLESIALES SEPARADAS EN OCCIDENTE
Condición propia de estas comunidades
19.
Las Iglesias y comunidades eclesiales que se disgregaron de la Sede
Apostólica Romana, bien en aquella gravísima perturbación que comenzó en
el Occidente ya a finales de la Edad Media, bien en tiempos sucesivos,
están unidas con la Iglesia católica por una afinidad de lazos y
obligaciones peculiares por haber desarrollado en los tiempos pasados
una vida cristiana multisecular en comunión eclesiástica.
Puesto
que estas Iglesias y comunidades eclesiales por la diversidad de su
origen, de su doctrina y de su vida espiritual, discrepan bastante no
solamente de nosotros, sino también entre sí, es tarea muy difícil
describirlas cumplidamente, cosa que no pretendemos hacer aquí.
Aunque
todavía no es universal el movimiento ecuménico y el deseo de armonía
con la Iglesia católica, abrigamos, no obstante, la esperanza de que
este sentimiento ecuménico y el mutuo aprecio irán imponiéndose poco a
poco en todos.
Hay que reconocer, ciertamente que entre estas
Iglesias y comunidades y la Iglesia católica hay discrepancias
esenciales no sólo de índole histórica, sociológica, psicológica y
cultural, sino, ante todo, de interpretación de la verdad revelada. Mas
para que, a pesar de estas dificultades, pueda entablarse más fácilmente
el diálogo ecuménico, en los siguientes párrafos trataremos de ofrecer
algunos puntos que pueden y deben ser fundamento y estímulo para este
diálogo.
La confesión de Cristo
20. Nuestra
atención se dirige, ante todo, a los cristianos que reconocen
públicamente a Jesucristo como Dios y Señor y Mediador único entre Dios y
los hombres, para gloria del único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Sabemos que existen graves divergencias entre la doctrina de estos
cristianos y la doctrina de la Iglesia católica aun respecto a Cristo,
Verbo de Dios encarnado, de la obra de la redención y, por consiguiente,
del misterio y ministerio de la Iglesia y de la función de María en la
obra de la salvación. Nos gozamos, sin embargo, viendo a los hermanos
separados tender hacia Cristo, como fuente y centro de la comunión
eclesiástica. Movidos por el deseo de la unión con Cristo, se sienten
impulsados a buscar más y más la unidad y también a dar testimonio de su
fe delante de todo el mundo.
Estudio de la Sagrada Escritura
21.
El amor y la veneración y casi culto a las Sagradas Escrituras conducen
a nuestros hermanos separados el estudio constante y solícito de la
Biblia, pues el Evangelio "es poder de Dios para la salud de todo el que
cree, del judío primero, pero también del griego" (Rom., 1,16).
Invocando
al Espíritu Santo, buscan en las Escrituras a Dios, que, en cierto
modo, les habla en Cristo, preanunciado por los profetas, Verbo de Dios
encarnado por nosotros. En ellas contemplan la vida de Cristo y cuanto
el divino Maestro enseñó y realizó para la salvación de los hombres,
sobre todo los misterios de su muerte y de su resurrección.
Pero
cuando los hermanos separados reconocen la autoridad divina de los
sagrados libros sienten -cada uno a su manera- diversamente de nosotros
en cuanto a la relación entre las Escrituras y la Iglesia, en la cual,
según la fe católica, el magisterio auténtico tiene un lugar especial en
orden a la exposición y predicación de la palabra de Dios escrita.
Sin
embargo, las Sagradas Escrituras son, en el diálogo mismo, instrumentos
preciosos en la mano poderosa de Dios para lograr aquella unidad que el
Salvador presenta a todos los hombres.
La vida sacramental
22.
Por el sacramento del bautismo, debidamente administrado según la
institución del Señor, y recibido con la requerida disposición del alma,
el hombre se incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso y se
regenera para el consorcio de la vida divina, según las palabras del
Apóstol: "Con El fuisteis sepultados en el bautismo, y en El, asimismo,
fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de
entre los muertos" (Col., 2,12; Rom., 6,4).
El
bautismo, por tanto, constituye un poderoso vínculo sacramental de
unidad entre todos los que con él se han regenerado. Sin embargo, el
bautismo por sí mismo es tan sólo un principio y un comienzo, porque
todo él se dirige a la consecución de la plenitud de la vida en Cristo.
Así, pues, el bautismo se ordena a la profesión íntegra de la fe, a la
plena incorporación, a los medios de salvación determinados por Cristo
y, finalmente, a la íntegra incorporación en la comunión eucarística.
Las
comunidades eclesiales separadas, aunque les falte esa unidad plena con
nosotros que dimana del bautismo, y aunque creamos que, sobre todo por
la carencia del sacramentodel orden, no han conservado la genuina e
íntegra sustancia del misterio eucarístico, sin embargo, mientras
conmemoran en la santa cena la muerte y la resurrección del Señor,
profesan que en la comunión de Cristo se representa la vida y esperan su
glorioso advenimiento. Por consiguiente, la doctrina sobre la cena del
Señor, sobre los demás sacramentos, sobre el culto y los misterios de la
Iglesia deben ser objeto de diálogo.
La vida con Cristo
23.
La vida cristiana de estos hermanos se nutre de la fe e cristo y se
robustece con la gracia del bautismo y con la palabra de Dios oída. Se
manifiesta en la oración privada, en la meditación bíblica, en la vida
de la familia cristiana, en el culto de la comunidad congregada para
alabar a Dios. Por lo demás, su culto muchas veces presenta elementos
claros de la antigua Liturgia común.
La fe por la cual se cree en
Cristo produce frutos de alabanza y de acción de gracias por los
beneficios recibidos de Dios; únesele también un vivo sentimiento de
justicia y una sincera caridad para con el prójimo. Esta fe laboriosa ha
producido no pocas instituciones para socorrer la miseria espiritual y
corporal, para perfeccionar la educación de la juventud, para hacer más
llevaderas las condiciones sociales de la vida, para establecer la paz
en el mundo.
Pero si muchos cristianos no entienden siempre el
Evangelio en su aspecto moral, en la misma manera que los católicos, ni
admiten las mismas soluciones a los problemas más complicados de la
sociedad moderna, no obstante quieren seguir, lo mismo que nosotros, la
palabra de Cristo, como fuente de virtud cristiana, y obedecer al
precepto del Apóstol: "Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo
en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por El" (Col., 3,17). De aquí puede surgir el diálogo ecuménico sobre la aplicación moral del Evangelio.
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CONCLUSIÓN
24.
Expuestas brevemente las condiciones en que se desarrolla la acción
ecuménica y los principios por los que se debe regir, dirigimos
confiadamente nuestra mirada al futuro. Este Sagrado Concilio exhorta a
los fieles a que se abstengan de toda ligereza o imprudente celo, que
podrían perjudicar al progreso de la unidad. Su acción ecuménica ha de
ser plena y sinceramente católica, es decir, fiel a la verdad recibida
de los Apóstoles y de los Padres y conforme a la fe, que siempre ha
profesado la Iglesia católica, tendiendo constantemente hacia la
plenitud con que el Señor desea que se perfeccione su Cuerpo en el
decurso de los tiempos.
Este Sagrada Concilio desea ardientemente
que los proyectos de los fieles católicos progresen en unión con los
proyectos de los hermanos separados, sin que se pongan obstáculos a los
caminos de la Providencia y sin prejuicios contra los impulsos que
puedan venir del Espíritu Santo.Además, se declara conocedor de que este
santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de
la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana.
Por eso pone toda su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia,
en el amor del Padre para con nosotros, en la virtud del Espíritu Santo.
"Y la esperanza no quedará fallida, pues el amor de Dios se ha
derramado en nuestros corazones por la virtud del Espíritu Santo, que
nos ha sido dado" (Cf.Rom., 5,5).
Todas y cada una de las
cosas contenidas en este Decreto han obtenido el beneplácito de los
Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad
apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las
aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos
que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 21 de noviembre de 1964.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica
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