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~~CATECISMO~~: SACRAMENTOS:¿ POR QUE Y PARA QUE?
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De: Atlantida (Mensaje original) |
Enviado: 18/01/2022 20:21 |
"Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo, y en definitiva, a dar culto a Dios; pero en cuando signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos de la fe. Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir con fruto la misma gracia, rendir culto a Dios y practicar la caridad" (Conc. Vaticano II. Sacrosanctum Concilium, 59) Sacramento Si buscamos en la Biblia la palabra "sacramento" no la encontraremos, por lo menos en el sentido que hoy le damos. Pero esto no quiere decir que no tengan fundamento bíblico. De hecho todos ellos fueron instituidos por Nuestro Señor Jesucristo. La palabra sacramento es de origen latino, los cristianos la usaron desde los primeros años para significar lo que se refería a los signos litúrgicos, celebraciones eclesiales y a los hechos sacros. Es decir, a los actos de culto. Pero con el correr del tiempo, esta palabra se dejó para referirse exclusivamente a los signos sagrados instituidos por Jesucristo. San Agustín, que vivió en el siglo IV, fue quien más contribuyó a la clarificación del concepto de "sacramento" y no fue hasta el siglo XII, que se fijó el número de sacramentos como siete. Los sacramentos, como hoy los presenta la Iglesia son: Actos salvadores de Cristo, que la Iglesia comunica al hombre mediante signos sensibles. ¿Y qué quiere decir "signo sensible"?. Un signo sensible es un símbolo. Y un símbolo es una expresión figurada y visible o representación sensible, de una realidad invisible. El valor de un símbolo no está en lo que él es de por sí, sino en lo que indica, en lo que representa. No son simples ceremonias. Ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del cuerpo de Cristo y a dar culto a Dios, los sacramentos no solo suponen la fe, sino que también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por eso se llaman sacramentos de la fe. Los sacramentos nos dan o aumentan la Gracia Divina. a) Decimos que son actos salvadores, porque son acciones que salvan al hombre de situaciones concretas, llenándolo de la fuerza del amor, fruto de la muerte y resurrección de Cristo. Abarcan toda la vida del hombre en sus puntos más significativos. En su nacimiento: Bautismo En su crecimiento: Confirmación En las heridas del pecado: Reconciliación En su alimentación: Eucaristía En la formación de un hogar: Matrimonio En la consagración al servicio de la comunidad: Orden Sacerdotal
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En la enfermedad: Unción de los enfermos b) Son actos salvadores de Cristo porque Él es el verdadero autor, he aquí el valor del sacramento. Es Cristo quien bautiza, perdona los pecados o comunica el Espíritu Santo. Recibir un sacramento es encontrarse personalmente con Cristo que salva. c) Son actos que la Iglesia comunica porque fueron entregados a la Iglesia por Cristo para que los administrara a los hombres. Por lo que el sacramento debe administrarse conforme a lo establecido por la Iglesia y según sus intenciones. d) Son signos sensibles, porque el hombre necesita algo material para convencerse, darse cuenta, sentir la presencia de Dios. San Pablo nos lo recuerda "Si bien no se puede ver a Dios, podemos, sin embargo desde que él hizo el mundo, contemplarlo a través de sus obras y entender por ellas que él es eterno, poderoso y que es Dios" (Rm 1,20) Jesucristo al instituir los sacramentos tuvo presente esta necesidad que tiene el hombre de llegar a lo invisible a través de lo sensible. Para realizar estos sacramentos se necesitan dos cosas: La forma: oración o palabras que se pronuncian al administrar el sacramento La materia: lo que se usa para el sacramento: el agua, el pan, el vino, el aceite, la imposición de manos, la confesión de una culpa. No es igual que aceptar una medalla o hacer algo bueno "que se acostumbra", sino que cada sacramento es un encuentro libre y personal con Cristo resucitado. Por lo tanto es necesario Tener fe Conocer lo que se comunica Quererlo recibir Es necesario estar bautizado para recibir cualquier otro sacramento. Es indispensable estar en Gracia de Dios. Sólo el Bautismo y la Reconciliación dan de por sí la Gracia, para cualquier otro sacramento es necesario arrepentirse de los pecados y confesarse antes. Algunos sacramentos se pueden recibir una sola vez en la vida porque imprimen carácter indeleble, estos son: Bautismo, Confirmación y Orden. Gracia Divina Cuando el hombre pecó se alejó de Dios y desterró de él la posibilidad de responder a su vocación que es la comunicación con su Creador para llegar a su destino que es la eternidad. Desde el primer pecado, el hombre está inclinado al mal, condenado a la concupiscencia. Dios en su infinita misericordia no podía dejar al hombre abandonado y sabiendo que con sus solas fuerzas no podría conseguir su destino eterno, envía a su Hijo, para que con su muerte y resurrección restaure la comunicación que el hombre había perdido con Dios. Jesucristo nos trae la Gracia Divina, la Gracia del Espíritu Santo, que tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y darnos la posibilidad de responder a nuestra vocación y destino. Contra la inclinación al mal que resultó del pecado, la Gracia Divina nos permite obrar el bien. Es una participación de la vida de Dios. Es un favor, un regalo, un auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios, participes de la naturaleza de la vida eterna. Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural, depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana. El hombre sólo debe estar dispuesto a que la Gracia actúe en él y seguir la voz de su conciencia, para obrar según la voluntad de Dios. † La Gracia de Dios nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: † Por el Bautismo, participamos de la gracia de Cristo † Como hijos adoptivos, podemos llamar Padre a Dios † Recibimos la vida del Espíritu Santo que infunde la caridad y que forma la Iglesia
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Sacramentales Son signos sagrados instituidos por la Iglesia creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida. Se aplican a necesidades y a situaciones menos importantes que los sacramentos, no obtienen de por sí la gracia santificante. Van en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre. Algunos sacramentales son las bendiciones o consagraciones de objetos religiosos, el uso de agua bendita o velas bendecidas, la ceniza del miércoles de cuaresma, etc. Los sacramentales proceden del sacerdocio bautismal: todo bautizado es llamado a ser una "bendición" y a bendecir. Se abusa de estos sacramentales cuando se toman como cosas mágicas y no se usan con fe, o si en la práctica se les da más importancia que a los mismos sacramentos.Los sacramentales son parte de la religiosidad popular, expresiones en formas variadas de piedad tales como la veneración a reliquias, visitas a santuarios, peregrinaciones, etc., agradables a Dios cuando ayudan a aumentar la piedad y la caridad fraterna. Estas expresiones prolongan la vida litúrgica de la Iglesia, pero no la sustituyen, por lo que conviene que estos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para que conduzcan al pueblo a la celebración y actualización del misterio pascual de Cristo. Sacramentos de Iniciación Cristiana Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación, y la Eucaristía se ponen los fundamentos de toda vida cristiana: "La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. Los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y así, por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI const. Apost. "Divinae consortium naturae”). Puestos al comienzo de la vida cristiana los sacramentos de iniciación son la condición necesaria para el pleno desarrollo de esa vida futura y marcan todo el itinerario cristiano: El Bautismo consagra en la Santísima Trinidad al nuevo cristiano, incorporándolo a la comunidad de la Iglesia. La Confirmación le capacita para obrar el bien, como criatura nueva, aumentando su relación con Dios, que se reflejan en la comunión de la Iglesia y en su servicio a los hombres. La Eucaristía actualiza la Salvación que Cristo alcanzó al hombre y le permite vivir mejor su ser cristiano hasta alcanzar la plenitud en la vida eterna
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El hecho del Bautismo El término Bautismo procede del verbo griego baptizein, que significa sumergir, lavar. El simbolismo de los efectos del agua como signo de purificación es muy común en la historia de las religiones. Sabemos que Juan Bautista daba el bautismo a todos aquellos
que aceptaban su predicación como cambio de vida.
Jesucristo enseñó a los apóstoles un bautismo diferente del conocido por los judíos. No era sólo un símbolo, sino una verdadera purificación y un llenarse del Espíritu Santo. Juan Bautista lo había anunciado: "Yo bautizo con agua, pero pronto va a venir el que es más poderoso que yo, al que yo no soy digno de soltarle los cordones de sus zapatos; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego". (Lc 3,16) El hecho más importante para interpretar el Bautismo cristiano es el Bautismo de Jesús, en el que culminan las prefiguraciones del Antiguo Testamento sobre este sacramento. Los cuatro evangelios cuentan el Bautismo que recibió Jesús (Mc 1, 9-11; Mt 3, 13-17; Lc 3, 21-22; Jn 1, 32-34) y los cuatro conceden excepcional importancia a este hecho porque representa el punto de partida y el comienzo del ministerio público de Jesús (Hch 1,22; 10,37; 1 Jn 5.6). Todos los evangelistas coinciden en narrar dos cosas: El descenso del Espíritu La proclamación divina asociada a la venida del Espíritu Santo Según el judaísmo antiguo, la comunicación del Espíritu significa la inspiración profética. La persona que recibe el Espíritu es llamada por Dios para ser su mensajero (Eclo 48,24; Dn 13,45). Por lo tanto, en el momento del bautismo, Jesús recibió del Padre la vocación y el destino que marcó y orientó su vida. La proclamación divina "Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco" (Mc 1,11; Mt 3,17; Lc 3,22) acompañó la venida del Espíritu. Estas palabras evocan el texto de Isaías que da inicio a los cantos del Siervo de Yahvé (Is 42,1); este Siervo es el hombre solidario con el pueblo pecador, al que libera y salva a través de su sufrimiento y muerte. (Is 53, 1-12). Con ocasión de su Bautismo, Jesús experimentó su vocación aceptando la misión y el destino que le llevarían a su muerte violenta. Así se explica que las dos únicas veces que Jesús utiliza el verbo bautizar (Mc 10,38; Lc 12,50) sea para referirse a su propia muerte. El bautismo para Jesús tiene un sentido concreto: es el acto y el momento en que el hombre asume conscientemente una vocación y un destino en la vida, la vocación y el destino de la solidaridad incondicional con los hombres, especialmente los más pobres, hasta llegar a la misma muerte. Juan bautizaba en vistas al juicio último de Dios; el Bautismo cristiano es la participación en la muerte y resurrección de Jesucristo; es decir, el bautizado ha muerto a una forma de existencia, para nacer a otra nueva que no acabará jamás. La Iglesia bautiza porque así realiza el mandato de Jesús resucitado y porque está llena del Espíritu Santo para comunicar la salvación a través de este sacramento.
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El Bautismo es el sacramento de la fe (Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Solo en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los cristianos. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo. Cuando se trata del Bautismo de niños, para su crecimiento en la fe es necesaria la ayuda de los padres y padrinos (CIC 1253-1255). El significado del Bautismo El Bautismo, por ser un sacramento de iniciación, tiene unos efectos de regeneración e incorporación muy especiales: "Al bautizado le son perdonados los pecados y recibe una vida nueva, se une a la muerte y resurrección de Jesucristo, participa de su misión sacerdotal, profética y real
y es incorporado a la Iglesia".
Perdona los pecados y da una vida nueva. El paso del mar Rojo fue para los israelitas el paso de la esclavitud a la libertad. Por eso el Bautismo, que vinculó a aquellos hombres al destino de Moisés (1 Cor 10,2), fue el bautismo de la liberación. Así mismo, el Bautismo cristiano comporta una experiencia de liberación: de la misma forma que el paso del mar Rojo fue para los israelitas la experiencia fundamental de su liberación, así el paso por el agua bautismal comporta para los cristianos la experiencia de su propia libertad. Por el bautismo, el cristiano se separa del destino colectivo de una humanidad fatalmente sometida a la esclavitud del pecado, liberándose del pecado original que corrompe y desgarra al hombre y al mundo. La persona que ha vivido la experiencia del Bautismo, ha vivido la experiencia de la liberación del pecado. El pecado ya no tiene dominio sobre los cristianos (1 Jn 3, 5-6) Para el bautizado no existe más ley que la del amor, a eso re refiere Pablo en Rm 13, 8- 10 y en Gal 5, 14. Luego la experiencia fundamental del creyente en el Bautismo es la experiencia del amor, no sólo del amor a Dios, sino también del amor al prójimo. Une al bautizado a la Muerte y Resurrección de Jesucristo. De la misma manera que Jesús pasó por la muerte, para llegar a una vida sin límites, igualmente el cristiano tiene que pasar por una muerte (el Bautismo), para empezar unanueva vida, la vida de la fe, la vida propia del cristiano. Esto es lo que dice san Pablo en su carta a los Romanos: "¿Ignoráis acaso que todos a quienes el bautismo ha vinculado a Cristo hemos sido vinculados a su muerte? En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección" (Rm 6, 3-5) "Morir con Cristo" significa morir al mundo, al orden establecido, como fundamento de la vida del hombre (Gal 6,14) o a los poderes del mundo que esclavizan (Col 2,20), a la esclavitud de la ley (Rom 7,6), a la vida en pecado (Rom 6,6) o a la vida para sí mismo ( 2 Cor 5, 14-15). Hace participar al bautizado de la misión sacerdotal, profética y real de Jesucristo Quien recibe el Bautismo queda revestido de Jesús el Mesías, lo que significa que la misma vida de Cristo está presente y actúa en el que ha recibido el Bautismo. El bautizado, unido a Cristo en la Iglesia, es como Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, y está llamado a dar testimonio del Señor en este mundo. El Concilio Vaticano II ha enseñado que "los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y la unción del Espíritu Santo" (LG 10; cfr. 1 Pe 2, 9-10). El Bautismo imprime en el cristiano, un sello espiritual indeleble de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación. Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado.
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Incorpora al bautizado a la Iglesia La Iglesia es la comunidad de los bautizados, pues el efecto fundamental del Bautismo es incorporar al hombre a la comunidad de la Iglesia. La Iglesia es la comunidad de los que libre y conscientemente han asumido como destino en la vida sufrir y morir por los demás, es decir, la Iglesia es la comunidad de los que viven para los demás; es así mismo, la comunidad de los que se han revestido de Cristo, reproduciendo en su vida lo que fue la vida de Jesús el Mesías. La costumbre de bautizar a los niños desde pequeños data desde los primeros siglos de la Iglesia, pues no es posible privarlos de los efectos que el sacramento produce. El hombre nace con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, por lo que necesita el nuevo nacimiento en el Bautismo para recibir la Gracia Divina.El Bautismo "El que no renace del Agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5) El Bautismo ha sido llamado "puerta de la Iglesia" expresando así su importancia singular en la comunidad cristiana. Sin embargo, podemos constatar en el ambiente de las sociedades llamadas cristianas que el Bautismo se ha convertido para muchos en un hecho de carácter sociológico que ha perdido su trascendencia eclesial. La celebración del Bautismo ¿Quién puede recibir el Bautismo y quién lo puede administrar? Todo ser humano, aún no bautizado, y sólo él, es capaz de recibir el Bautismo. El ministro ordinario del Bautismo es el obispo y el presbítero y, en la Iglesia latina, también el diácono. En caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, si tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia al bautizar y emplea la fórmula bautismal trinitaria. Celebración: El Bautismo cristiano se celebra bañando en agua al que lo recibe (bautismo por inmersión) o derramando agua por la cabeza (bautismo por infusión), mientras el ministro invoca a la Santísima Trinidad. El rito completo consta de tres momentos: Preparación: Consiste en la bendición del agua, en la renuncia de los padres y padrinos al pecado, en la profesión de fe y en una pregunta a los padres y padrinos sobre si desean que el niño sea bautizado. Ablución o bautismo: Mientras el ministro baña con agua a quien se bautiza, dice: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Ritos complementarios: Son la crismación, la vestidura blanca y la entrega de la luz. La crismación por la que el ministro unge la cabeza a cada bautizado con el santo crisma, como señal de incorporación al pueblo creyente; La vestidura blanca, signo de la nueva vida y dignidad del cristiano. La entrega de la luz de Cristo expresada por una velita cuya llama ha sido
tomada del cirio pascual.
La Confirmación El Nuevo Testamento no habla del sacramento de la Confirmación como tal. Está claro que Jesucristo lo instituyó pero no lo administró por sí mismo, puesto que era algo pensado para cuando Él se fuera. Cristo anunció la venida del Paráclito -El Espíritu Santo- una vez que Él se marchara de este mundo. La Confirmación en la economía de la Salvación En el Antiguo Testamento los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado para realizar su misión salvífica (Cfr. Is 11,2; 61,1). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo de que Él era el que debía venir, el Mesías, el Hijo de Dios. Habiendo sido concebido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da sin medida (CIC, 1286). Esta plenitud del Espíritu no debió permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo de Dios. Muchas veces Jesús prometió el envío del Espíritu, promesa que realizó primero el día de Pascua y luego de manera más manifestada en Pentecostés. Llenos del Espíritu Santo los Apóstoles comienzan a proclamar "las maravillas de Dios" (Hch 2,11), los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron bautizar recibieron a su vez el don del Espíritu Santo. (Hch 2,38). El Hecho de la Confirmación El nombre de este sacramento proviene del latín confirmatio = fortalecimiento. Sin embargo, a lo largo de la historia ha sido denominado de diversas maneras: crismación (unción de aceite perfumado y consagrado), imposición de manos, crisma. El Nuevo Testamento no habla del sacramento de la confirmación como tal. Está claro que Jesucristo lo instituyó pero no lo administró por sí mismo, puesto que era algo pensado para cuando Él se fuera. Cristo anunció la venida del Paráclito -El Espíritu Santo- una vez que Él se marchara de este mundo.De lo que sí hay clara constancia es de la administración de los Apóstoles -con la imposición de manos-. Así puede leerse en los Hechos de los Apóstoles cuando Pedro y Juan van a imponer las manos a los recién bautizados de Samaría para que reciban así el Espíritu Santo (Hch 8,14-17) y cuando Pablo bautiza e impone las manos a unas cuantas personas en Efeso, con lo que reciben el Espíritu Santo (Hch 19, 5-7). Desde los primeros tiempos de la Iglesia, cuando se administraba el Bautismo, se tenía la costumbre de que el obispo utilizara un gesto o ritual de bendición "la imposición de manos" sobre la cabeza del bautizado, así se recordaba lo que hicieron los apóstoles. Igualmente existía la costumbre de ungir con aceite en la cabeza o en el pecho a los recién bautizados, este aceite había sido previamente bendecido por el obispo. Esta costumbre se mantuvo hasta el siglo V, no existía un rito religioso separado del Bautismo, todo se realizaba en la misma celebración. Cuando se imponen los bautismos masivos de niños recién nacidos, se ve la necesidad de que los presbíteros y diáconos administren el Bautismo, mientras que la imposición de manos y la unción se retardaba para cuando el obispo pudiera. Significado de la Confirmación El Concilio Vaticano II dice: "por el sacramento de la Confirmación se vinculan (los cristianos) más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras" (Lumen Gentium, 11) Lo primero que conviene reafirmar es que el sacramento por el cual recibimos el Espíritu Santo, el Sacramento del Espíritu, es el Bautismo. Con él nacemos espiritualmente y nos hacemos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad y comenzamos a vivir una vida sobrenatural. La Confirmación es el robustecimiento de la Gracia Bautismal. Es un crecimiento espiritual, en este sacramento se van a renovar las promesas del Bautismo que otros hicieron por nosotros si es que se recibió al poco tiempo de nacer. Su fin es perfeccionar lo que el Bautismo comenzó en nosotros. Podríamos decir en cierto modo que nos bautizamos para ser confirmados. Lo que caracteriza el símbolo de la Confirmación es la imposición de manos y la unción con el crisma. Esta unción ilustra el nombre de cristiano que significa "ungido" y que tiene origen en el nombre de Cristo, al que Dios ungió con el Espíritu Santo.
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Imposición de manos: En este sentido se puede decir que en la Confirmación el obispo, en nombre de la Iglesia, bendice a los bautizados para que el Espíritu Santo los fortalezca y lleve a plenitud la gracia del Bautismo, los haga testigos de Cristo en el mundo extendiendo y defendiendo la fe con sus palabras y sus obras. Con la imposición de manos se hace la inserción plena de las personas bautizadas en la comunidad apostólica, esta inserción es una verdadera participación en el profetismo de Cristo, que los cristianos tendrán que realizar asumiendo, anunciando y confesando la fe en Cristo, testimoniando con palabras y obras, la verdad evangélica, a través del espacio y del tiempo y siendo fermento de santidad en el mundo. Unción con el Crisma: En el Antiguo Testamento tiene una significación importante el gesto de ungir a los reyes (1Sam 10,1; 16,13; 1 Re 1,39). Mediante la unción, se otorgaba al rey el poder para ejercer su función que estaba estrechamente relacionada con la defensa de la justicia. Que consistía especialmente en la defensa de los pobres y desvalidos, los huérfanos y las viudas, es decir, de los que por sí mismos no podían defenderse. Para el Nuevo Testamento. Jesús es el Ungido por excelencia. Así lo manifiesta el evangelio de Lucas al narrar el suceso acaecido en la sinagoga de Nazaret, donde se lee el texto del profeta Isaías haciendo referencia a Jesús. "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación de los cautivos a dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4, 18-19) El cristiano, al recibir la Confirmación, queda ungido y enviado para la misión de anunciar la fe, testimoniar la verdad, comprometerse en la implantación en el mundo de la justicia, la libertad y la paz, para ser fermento de santidad y edificar la iglesia por medio de sus carismas y servicios de caridad. La Confirmación, como el Bautismo, se da una sola vez en la vida, porque imprime en el alma una marca indeleble, el carácter que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu, revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo. Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre (Jn 6,27). El cristiano también está marcado con un sello, este sello marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre. Efectos de la Confirmación El mayor efecto del sacramento de la Confirmación es la efusión plena del Espíritu Santo, y sus siete dones: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Ciencia, Piedad, Fortaleza y Temor de Dios, como fue concedida a los apóstoles el día de Pentecostés. Si el Bautismo hace al cristiano Hijo de Dios, la Confirmación le enriquece con una fuerza nueva y singular del Espíritu Santo, que le hace capaz de dar testimonio de su existencia y de irradiar la fe que la presencia y acción de Dios ha creado y mantiene en él. Si el Bautismo une al cristiano con Jesucristo, la Confirmación le hace testigo del Señor en plenitud, activando y profundizando continuamente la nueva vida que reside en él. Si el Bautismo llena al cristiano con los dones del Espíritu Santo y le ha incorporado a la Iglesia, la Confirmación, le estimula para hacer fructificar en el servicio esos dones recibidos y para estar plenamente unido a toda la Iglesia en su consagración y misión. Dones del Espíritu Santo Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu, estos dones son: Sabiduría: Nos da la capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios. Iluminado por este don, el cristiano sabe ver interiormente las realidades de este mundo; nadie mejor que él es capaz de apreciar los valores auténticos de la creación, mirándolos con los mismos ojos de Dios. Ciencia: El hombre iluminado por el don de la ciencia, conoce el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Y no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida. Consejo: Este don actúa como un soplo nuevo en la conciencia, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma. El cristiano ayudado con este don, penetra en el verdadero sentido de los valores evangélicos, en especial de los que manifiesta el sermón de la montaña. Piedad: Mediante éste don, el Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. El don de la piedad orienta y alimenta la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia ayuda y perdón. Además extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón. Temor de Dios: Con este don, el Espíritu Santo infunde en el alma sobre todo el temor filial, que es el amor a Dios, el alma se preocupa entonces de no disgustar a Dios,
amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de permanecer y de crecer en la caridad.
Entendimiento: Mediante este don el Espíritu Santo, que "escruta las profundidades de Dios" (1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de esa capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios, al mismo tiempo hace también más límpida y penetrante la mirada sobre las cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que están inscritos en la creación. Fortaleza: el don de la fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios, en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez. Es decir, tenemos que invocar del Espíritu Santo el don de la fortaleza para permanecer firmes y decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: "Me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte" (2 Cor 12,10).
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¿Quién puede recibir este sacramento? Todo bautizado puede recibir el sacramento de la Confirmación. Aunque se recomienda que se reciba cuando se tenga pleno uso de razón, pues este sacramento se considera como "el sacramento de la madurez cristiana". Es necesaria una preparación previa para que el confirmado pueda asumir mejor las responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Como se ha explicado anteriormente la especial gracia de este sacramento es el fortalecimiento de la fe, aumento de la gracia santificante. Dios no puede aumentar lo que no está presente, de ahí que el que lo recibe deba hacerlo en estado de Gracia, es decir arrepentirse y confesar los pecados antes de confirmarse. Recibirla en pecado mortal sería un abuso del sacramento, un grave pecado de sacrilegio. El ministro ordinario de la Confirmación es el obispo, aunque éste puede en caso de necesidad, conceder a presbíteros la facultad de administrar el sacramento, conviene que lo confiera el mismo, sin olvidar que por esta razón la celebración de la Confirmación fue temporalmente separada del Bautismo. Los obispos son los sucesores de los apóstoles y han recibido la plenitud del sacramento del Orden. Por esta razón, la administración de este sacramento por ellos mismos pone de relieve que la Confirmación tiene como efecto unir a los que le reciben más estrechamente a la Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de dar testimonio de Cristo. (CIC, 1290) Celebración de la Confirmación En la celebración litúrgica de este sacramento concurren tres elementos que deben ser señalados: La renovación de las promesas del Bautismo, por la que el confirmando hace expresión y compromiso explícito de vivir a la manera de Cristo. La imposición de manos que el obispo hace sobre los confirmandos. El momento culminante de la Confirmación por el que el Obispo impone su mano sobre la cabeza del confirmando y le unge la frente con el santo Crisma mientras pronuncia estas palabras: "recibe por esta señal el don del Espíritu Santo" El saludo de la paz concluye el rito, significa y manifiesta la comunión eclesial con el obispo y con todos los fieles La reconciliación "Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo: A quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados, a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos" (Jn 20, 22-23) Sacramento de Penitencia y Reconciliación El nombre de este sacramento. Sacramento de conversión: Porque realiza sacramentalmente el llamado de Jesús a la conversión, y el volver hacia el Padre del que el hombre se había alejado por el pecado. Sacramento de la penitencia: porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador. Sacramento de la confesión: porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. Sacramento del perdón: porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios, está pronto a responder a la llamada del Señor "Ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,24). El sacramento de la Penitencia tiene un lugar relevante en la vida de la Iglesia. Esta es consciente de que Jesucristo le ha confiado, en los Apóstoles y en sus sucesores, el poder de perdonar los pecados. Por consiguiente, ha visto siempre en este sacramento el signo del perdón de Dios confiado a la propia Iglesia. "Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo" (Mt 16,19)El Bautismo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo nos han hecho "santos e inmaculados ante Él" (Ef 1,4), pero no eliminan la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana - la inclinación al pecado - . La lucha diaria del cristiano contra el pecado y la tentación es la conversión con miras a la santidad a la cual nos llama Dios. El Pecado La realidad del mal es algo evidente para todo aquel que no quiera estar ciego ante lo que ocurre cotidianamente. Este mal es visto por el creyente como la expresión ante lo que ocurre cotidianamente. Este mal es visto por el creyente como la expresión de la ruptura que existe entre Dios y el ser humano, esa grieta que nace del corazón de cada persona y que separa a los hombres, oprime a los débiles, olvida a los pequeños e ineficaces. Esa ruptura es a lo que llamamos pecado. El pecado conlleva tres dimensiones que están en relación continua, pero que al tiempo pueden diferenciarse: El pecado como rechazo de sí mismo. Como fractura entre lo que realmente soy y lo que estoy llamado a ser, entre lo que realizo y aquello que, en virtud de mi capacidad, podría realizar. El pecado como rechazo a los demás. Notablemente unida a la anterior, pues mis opciones por acaparar, conservar o utilizar mis cualidades y dones para mi propio beneficio y disfrute, privan a otros de posibilidades y esperanzas. El pecado como rechazo a Dios. Detrás de las dos dimensiones anteriores, más profundo que ellas mismas, está el rechazo de un Hacedor, de un Señor, del que recibo el don y la cualidad. Al afirmarme a mí mismo, niego al otro como humano, pero niego al Otro como Dios.
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Gradualidad del pecado El pecado tiene una gradualidad. No todo es igual ni toda opción compromete de igual manera a la persona. Por ello, podemos establecer tres situaciones diferentes: Pecado mortal. Es una opción libre, premeditada, consciente, que implica una ruptura radical con Dios y con los demás. Podemos encontrar, también, situaciones en las que, pese a que la acción es grave en sí misma, las circunstancias que la rodean se orientan a dibujar una realidad en la que no hay pleno consentimiento ni libertado total. Se manifiesta todo ello en la inmediata reacción de la persona para repararlo, para evitar las circunstancias que lo facilitaron, etc. Pecado venial. Que hace referencia a las faltas cotidianas, son signos de nuestra debilidad y limitación, de nuestra falta de amor a los demás y a Dios.La Conversión Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino "Hablaba de esta forma: "El plazo está vencido, el Reino de Dios se ha acercado. Tomen otro camino y crean en la Buena Nueva" (Mc 1, 15) En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores". De ello da testimonio la conversión de San Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento y , tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él. La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!". (Ap 2,5.16). San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, "en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia". Significado de este Sacramento El sacramento de la penitencia es un encuentro gozoso de reconciliación. En él intervienen siempre tres sujetos que lo configuran como sacramento: Dios, que busca, salva y renueva a la persona; la Iglesia, que hace visible en su seno el encuentro de reconciliación y la persona, que acoge en su propia vida el don de la reconciliación. La misericordia entrañable de Dios La reconciliación es, fundamentalmente una obra de Dios. Una obra en la que interviene tal como es: Un Padre que busca a sus hijos perdidos, que sale a su encuentro constantemente. Este es el significado profundo de toda la Historia de la Salvación. Un Padre que busca a sus hijos de formas diversas para otorgarles su propio hogar, su propia alegría, su propia vida. Hijo que, en su Muerte y Resurrección, manifiesta lo que es la reconciliación: un proceso de lucha contra el mal, una entrega al servicio de los demás, un camino de dolor (vía crucis) hacia una situación nueva de amor. Espíritu que es la misma vida de Dios derramada sobre los creyentes, que nos mueve a la conversión, nos transforma y nos renueva en la fe. La Iglesia, hace visible el sacramento de la Penitencia La Iglesia, familia de los que siguen a Jesús, participan de su Espíritu y se reconocen hijos del mismo Padre, se interesa por la situación de cada uno de sus miembros. No puede quedar indiferente ante el pecado de uno de sus componentes que necesariamente afecta a la comunidad entera. Todo esto se manifiesta mediante: La presencia de la Iglesia, a través de la Palabra de Dios que a todos invita a la conversión, los signos litúrgicos que para todos expresan el perdón y el servicio ministerial del sacerdote que simboliza la presencia de Cristo, la apostolicidad y el envío de Jesús. La absolución del ministro ordenado que hace presente a Cristo y a la Iglesia, no es sólo una expresión de la buena noticia del perdón de los pecados o una mera declaración de que Dios lo ha perdonado; gracias a ella, somos readmitidos a la plena comunión eclesial. El sacramento de la penitencia es un tribunal de gracia, en el que Dios, Padre misericordioso, vuelve justo al pecador por la muerte y resurrección de Jesucristo en el Espíritu Santo (CIC 1461-1467) La ayuda y acompañamiento de la comunidad particular. La intervención de la Iglesia en el proceso penitencial se concreta en el perdón mutuo y la corrección fraterna, la palabra de ánimo y la propia celebración del sacramento. El hombre al encuentro con Dios misericordioso.
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El ser humano al encuentro con Dios misericordioso Sin embargo, todo lo hasta aquí dicho no puede realizarse si el hombre no acoge el don que el Padre le ofrece: Dios no puede reconciliar a quien no quiere reconciliarse. Por eso los actos del penitente son de la máxima importancia y pueden reducirse a tres: Conversión: llamada también contrición. Puede ser perfecta, cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas y obtiene el perdón de los pecados veniales y también de los mortales, siempre que haya firme resolución de confesar tan pronto sea posible. Es imperfecta, cuando, movidos por la gracia de Dios y bajo el impulso del Espíritu Santo, brota de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. (CIC 1451-1453) Confesión de los pecados: La Iglesia reconoce que hay diferentes maneras de expresar externamente esta confesión. Todas ellas son válidas y suficientes siempre que no se trate de pecados que supongan una ruptura con Dios y la Iglesia. Cuando se trata de un pecado mortal, donde queda comprometida esta
relación la Iglesia estima la confesión oral de ese pecado.
La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la Penitencia. "En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del Decálogo, pues a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los qua han sido cometidos a la vista de todos". · "Cuando los fieles de Cristo se esfuerzan por confesar todos los pecados que recuerdan, no se puede dudar que están presentando ante la misericordia divina para su perdón todos los pecados que han cometido. Quienes actúan de otro modo y callan conscientemente algunos pecados, no están presentando ante la bondad divina nada que pueda ser perdonado por mediación del sacerdote. Porque si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina no cura lo que ignora" (Concilio de Trento "doctrina sobre el Sacramento de la Penitencia) La satisfacción: Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó. La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual. Puede constituir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar. "En el sacramento de la Penitencia, Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo, y derramó el Espíritu Santo, para el perdón de los pecados, por el ministerio de la Iglesia, perdona al cristiano los pecados cometidos después del Bautismo" Efectos de este Sacramento Nos restituye la Gracia de Dios para estar en condiciones de enfrentar la tentación y el pecado. Nos reconcilia con Dios, uniéndonos nuevamente en profunda amistad con Él y dando como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia Nos reconcilia con la Iglesia, pues el pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. Como la Iglesia es un solo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo, el pecado cometido por uno de sus miembros daña a todo el cuerpo. La reconciliación tiene un efecto vivificante, fortaleciendo al Cuerpo de Cristo por el intercambio de los bienes espirituales entre sus miembros
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Se anticipa en cierta manera el juicio al que seremos sometidos al fin de la vida terrena, pues sólo por el camino de la conversión podemos entrar en el Reino de
Dios.
Celebración Como Todos los sacramentos, la reconciliación es una acción litúrgica. Básicamente este sacramento está constituido por tres actos realizados por el penitente y por la absolución del sacerdote. Arrepentimiento o contrición, dolor del alma y un rechazo al pecado cometido con la resolución de no volver a pecar. Confesión de los pecados. Satisfacción o penitencia
La Absolución que el sacerdote da en nombre de Dios.
Indulgencias El pecado tiene una doble consecuencia. El pecado mortal nos priva de la comunión con Dios y nos hace incapaces de la vida eterna, nos hace merecedores de la pena eterna. El sacramento de la Reconciliación nos perdona el pecado mortal, pero no nos libera de la necesidad de purificación, que debemos cumplir durante la vida terrena o después de la muerte, en lo que se llama purgatorio. También necesitamos purificarnos de los pecados veniales, aun cuando estemos arrepentidos. Esta purificación libera de lo que se llama la pena temporal del pecado. Estas dos penas no deben ser concebidas como castigo de Dios, sino como una consecuencia del pecado.
Ante la presencia de Dios Padre el hombre debe llegar sin mancha alguna. El sacramento de la Reconciliación, perdona los pecados y nos libra de la pena eterna, pero no de la temporal, es decir, no nos purifica completamente, quedan en nuestra alma las huellas de los pecados cometidos y de los apegos desordenados a las cosas terrenas. La conversión que se manifiesta en un verdadero amor al prójimo, puede lograr en el hombre una total purificación. El esfuerzo del cristiano por soportar pacientemente los sufrimientos y las pruebas de la vida ayudan también a esa purificación.
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La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal de los pecados ya perdonados y cumpliendo determinadas condiciones consigue, por medio de la Iglesia, la purificación parcial o plena de las almas. Por eso se llaman indulgencias parciales o plenarias. La Iglesia otorga estas indulgencias en virtud del poder de atar y desatar que
le fue concedido por Cristo Jesús.
Las indulgencias pueden ser ganadas por los fieles para sí mismos, o pueden aplicarse por los difuntos. No pueden en cambio aplicarse a otra persona viva. Para ganar indulgencias es necesario estar en estado de gracia, tener intención de ganarla, realizar la acción estipulada por la Iglesia y tener un corazón arrepentido. Las indulgencias parciales se ganan con acciones simples y cotidianas como el deber cumplido con alegría, oraciones y obras de misericordia. Las indulgencias plenarias se ganan con ejercicios piadosos como la visita y adoración al Santísimo, el rezo del Rosario, del Vía-crucis, asistir a ejercicios espirituales en cuaresma, etc. La Iglesia continuamente informa de las ocasiones propicias para ganar indulgencias. La indulgencia es el perdón de la pena merecida por el pecado ya perdonado. Las otorga la Iglesia en virtud del poder que tiene de "atar y desatar", dado por Jesucristo. No se venden, la Iglesia las otorga al pecador arrepentido, una vez que se confesó y comulgó; que hizo el propósito de evitar el pecado y que cumple con ciertos requisitos (obras prescritas). Sirven para evitar o acortar el tiempo del purgatorio, lugar en donde se purifican las almas arrepentidas antes de entrar al Cielo. No necesitas viajar a ningún lado para obtener las indulgencias. No perdonan los pecados, ni libran a nadie del infierno. Buscan el arrepentimiento y la conversión; por tanto, apuntan a que el cristiano crezca en su vida de fe y gracia, mejorando su relación con Dios y con los hermanos Hay mucho más que decir a cerca de las indulgencias, por lo que te invitamos a que conozcas lo que la Iglesia enseña: en qué se basa para otorgarlas, quién y cómo se pueden ganar, etc.
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El tratado sobre las indulgencias se puede considerar como un complemento del referente al sacramento de la Reconciliación, por su estrecha y directa relación con el tema del pecado personal y sus consecuencias. La Confesión perdona el pecado; las indulgencias liberan de una consecuencia del pecado: la pena temporal. La Confesión es lo principal; las indulgencias, lo secundario. La doctrina de las indulgencias también tiene que ver con la realidad del misterio de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo y con la consecuente Comunión de los Santos, así como con lo que sabemos acerca del Purgatorio. Definición: Por lo general, llamamos indulgente a la persona que tiene clemencia de otra y concede fácilmente el perdón; en vez de pedir el castigo por una culpa, o exigir el pago de un adeudo, otorga la libertad y la espera o la remisión del pago. Es en el fondo el mismo concepto al referirnos en la Iglesia a Indulgencias: "Indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en lo referente a la culpa, que gana el fiel, convenientemente preparado, en ciertas y determinadas condiciones, con la ayuda de la Iglesia, que, como administradora de la redención dispensa y aplica con plena autoridad el tesoro de los méritos de Cristo y de los Santos" (Indulgentiarum doctrina N 1) Existen dos tipos o clases de indulgencias: las plenarias, que liberan al hombre plenamente de la pena temporal; y las parciales, que saldan sólo una parte de esa pena. Esto es en virtud de la disposición e intención del penitente y según lo dispuesto por la Iglesia. El pecado: Sea grave o leve, el pecado entraña siempre una desobediencia a Dios que hace al hombre culpable de la transgresión voluntaria a su Ley. En cuanto culpable, el hombre es merecedor de una pena o castigo, que será tanto mayor cuanto más grave sea la culpa en que incurrió. Así el hombre, al pecar, contrae culpas y merece penas. Si el pecado es mortal, la culpa es grave y la pena o castigo es eterna, de duración infinita; si el pecado es venial, la culpa es leve y la pena es temporal, de duración limitada. Es importante distinguir entre culpa y pena: la primera se perdona con el arrepentimiento del hombre y el Sacramento de la Reconciliación; mientras que la segunda es la consecuencia de haber ofendido a Dios, consecuencia que hay que remediar de algún modo. La pena eterna debida por los pecados mortales, se perdona junto con la culpa en el sacramento de la Reconciliación, que hace desaparecer el estado de enemistad que había entre el pecador y su Creador; más no así la pena temporal. La Iglesia enseña que por medio de la penitencia impuesta y cumplida en el sacramento de la Reconciliación, el pecador obtiene el perdón de una parte de esa pena temporal, pero queda debiendo la otra parte y para borrarla hay que seguir otros caminos. Uno de ellos es la recepción -con las debidas disposiciones- del sacramento de la Unción de Enfermos; otro sería la realización de obras que la Iglesia señala como la limosna, el ayuno y la oración; la aceptación voluntaria y humilde de los males o sufrimientos que Dios nos permite vivir aquí en la tierra y, el tercero es con las indulgencias, medio que el amor sin medida de Dios ofrece al hombre y que la Iglesia ofrece a sus hijos como última oportunidad de evitar las penas del purgatorio y acelerar la entrada en la vida eterna al dejar este mundo. La Iglesia enseña lo siguiente:
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1. Las indulgencias no liberan al hombre de ninguna culpa, ni grave ni leve ni perdonan la pena eterna. Para liberarse de la culpa y de la pena eterna, son necesarios el arrepentimiento y el Sacramento de la Reconciliación. 2. Las indulgencias liberan al hombre, en cambio, de la pena temporal. 3. Para que se produzca este efecto, se requiere siempre que antes haya sido perdonada la culpa. El purgatorio: Por purgatorio se entiende el lugar al que van las almas de los justos que en instante de la muerte están "manchadas" por pecados veniales o por penas temporales debidas por el pecado mortal ya perdonado, que aún no han sido expiadas. El Papa Pablo VI, en su Constitución Apostólica, "Doctrina sobre las Indulgencias" enseña que las penas debidas por los pecados pueden cumplirse por medio de los sufrimientos propios de la vida terrena, vividos con paciencia y esperanza; o bien después de morir, en el purgatorio. La finalidad del purgatorio es expiatoria: pretende principalmente preparar el alma para la posesión de Dios. Ahí hay dolor y gozo al mismo tiempo. Las almas que entran en el purgatorio alcanzan la certeza absoluta de que llegarán un día al Cielo, y eso es fuente de felicidad; pero, a la vez, experimentan un dolor intensísimo, consecuencia, por una parte del anhelo ardiente de ver a Dios y de la imposibilidad de lograrlo todavía, y por otra, del fuego, conocido con el nombre de "pena de sentido" que, según San Agustín, produce un sufrimiento más violento que cualquier cosa que pueda padecer el hombre en esta vida. Las indulgencias tienen por objeto, precisamente, brindar al hombre la oportunidad de liberarse, en vida, de esos terribles padecimientos. Cuerpo místico de Cristo: La Iglesia es el Cuerpo Místico cuya cabeza es Cristo, es "un solo cuerpo con un solo Espíritu" (Cf. 1Co 12,12-31). Hay entre Cristo y los cristianos un vínculo permanente de Amor, es el Espíritu Santo quien fluye a través de ese Cuerpo Místico. Este misterio es uno de los fundamentos sobre los que descansa la doctrina sobre las indulgencias. La redención efectuada por Cristo y la compensación sobreabundante que Él dio por el pecado puede ser participada por los miembros de su Cuerpo Místico. El amor que llevó a Jesús a derramar su Sangre por los hombres, es un verdadero "tesoro" que el Salvador adquirió para su Cuerpo Místico, la Iglesia, a quien constituyó depositaria y administradora del mismo. A ese "tesoro", se le suman los méritos de la bienaventurada Madre de Dios y los de todos los santos, desde el primero hasta el último. Los bienes realizados por todos ellos, benefician al resto del Cuerpo Místico, contienen una riqueza "compensadora" que se revierte sobre el mundo. La Iglesia, a través de las indulgencias, aplica a los fieles parte de los méritos infinitos del Salvador para redimirles de toda o parte de la pena temporal que debían por sus pecados. Esta doctrina se funda en la Escritura, es parte de la Tradición desde las primeras comunidades y es claramente enseñada por el Magisterio desde hace más de cinco siglos.
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1. Las indulgencias no liberan al hombre de ninguna culpa, ni grave ni leve ni perdonan la pena eterna. Para liberarse de la culpa y de la pena eterna, son necesarios el arrepentimiento y el Sacramento de la Reconciliación. 2. Las indulgencias liberan al hombre, en cambio, de la pena temporal. 3. Para que se produzca este efecto, se requiere siempre que antes haya sido perdonada la culpa. El purgatorio: Por purgatorio se entiende el lugar al que van las almas de los justos que en instante de la muerte están "manchadas" por pecados veniales o por penas temporales debidas por el pecado mortal ya perdonado, que aún no han sido expiadas. El Papa Pablo VI, en su Constitución Apostólica, "Doctrina sobre las Indulgencias" enseña que las penas debidas por los pecados pueden cumplirse por medio de los sufrimientos propios de la vida terrena, vividos con paciencia y esperanza; o bien después de morir, en el purgatorio. La finalidad del purgatorio es expiatoria: pretende principalmente preparar el alma para la posesión de Dios. Ahí hay dolor y gozo al mismo tiempo. Las almas que entran en el purgatorio alcanzan la certeza absoluta de que llegarán un día al Cielo, y eso es fuente de felicidad; pero, a la vez, experimentan un dolor intensísimo, consecuencia, por una parte del anhelo ardiente de ver a Dios y de la imposibilidad de lograrlo todavía, y por otra, del fuego, conocido con el nombre de "pena de sentido" que, según San Agustín, produce un sufrimiento más violento que cualquier cosa que pueda padecer el hombre en esta vida. Las indulgencias tienen por objeto, precisamente, brindar al hombre la oportunidad de liberarse, en vida, de esos terribles padecimientos. Cuerpo místico de Cristo: La Iglesia es el Cuerpo Místico cuya cabeza es Cristo, es "un solo cuerpo con un solo Espíritu" (Cf. 1Co 12,12-31). Hay entre Cristo y los cristianos un vínculo permanente de Amor, es el Espíritu Santo quien fluye a través de ese Cuerpo Místico. Este misterio es uno de los fundamentos sobre los que descansa la doctrina sobre las indulgencias. La redención efectuada por Cristo y la compensación sobreabundante que Él dio por el pecado puede ser participada por los miembros de su Cuerpo Místico. El amor que llevó a Jesús a derramar su Sangre por los hombres, es un verdadero "tesoro" que el Salvador adquirió para su Cuerpo Místico, la Iglesia, a quien constituyó depositaria y administradora del mismo. A ese "tesoro", se le suman los méritos de la bienaventurada Madre de Dios y los de todos los santos, desde el primero hasta el último. Los bienes realizados por todos ellos, benefician al resto del Cuerpo Místico, contienen una riqueza "compensadora" que se revierte sobre el mundo. La Iglesia, a través de las indulgencias, aplica a los fieles parte de los méritos infinitos del Salvador para redimirles de toda o parte de la pena temporal que debían por sus pecados. Esta doctrina se funda en la Escritura, es parte de la Tradición desde las primeras comunidades y es claramente enseñada por el Magisterio desde hace más de cinco siglos
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