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♪♫**LA VIDA DE LOS SANTOS**♫♪: Santa Escolástica, Virgen
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De: Atlantida (Mensaje original) |
Enviado: 18/09/2017 22:37 |
Santa Escolástica, hermana de San Benito, nació en el territorio de
Nursia, del ducado de Espoleto en Umbría, de una de las casas más nobles
de Italia. Así ella como su santo hermano fueron recibidos en el mundo
como una especie de milagroso don, con que el cielo le regalaba;
porque, habiendo vivido sus padres muchos años en matrimonio sin tener
hijos, al fin con oraciones y limosnas alcanzaron estos dos grandes
modelos de la perfección religiosa.
Criaron a Escolástica con todo aquel desvelo que se podía esperar de
una madre tan piadosa como la condesa de Nursia. Persuadida esta
virtuosísima señora que las primeras impresiones de los niños influyen
mucho en lo restante de su vida, se aplicó principalmente a inspirar
desde luego en su tierna hija aquellas grandes dictámenes de religión,
aquel gran menosprecio de todas las vanidades, aquella grande
estimación de las máximas del Evangelio, en cuyo ejercicio halló
únicamente todo su gusto y todas sus delicias.
Las santas inclinaciones de Escolástica, su devoción anticipada, su
docilidad y su modestia hicieron conocer presto a su madre que el cielo
se la había prestado no más que como depósito, y que ciertamente la
tenía el Señor escogida para esposa suya.
Con efecto, declarándose desde luego enemiga de aquellos
entretenimientos pueriles y de aquellas ligeras diversiones, que casi
nacen con los niños, no había para Escolástica otro entretenimiento de
más gusto que hacer oración a Dios y oír con suma docilidad las
prudentes y saludables instrucciones de su virtuosa madre.
Era tenida Escolástica por una de las damas más hermosas de su
tiempo. Su calidad, y los ricos bienes que había heredado con el retiro
de su hermano y con la muerte de sus padres, la hicieron ser pretendida
de los mayores señores de toda Italia; pero mucho antes había
renunciado a las lisonjeras esperanzas del mundo, consagrándose a Dios
desde su infancia con voto de perpetua castidad.
No obstante de ser de un genio vivo, espirituoso y brillante, de un
natural dulce y amigo de complacer, de un aire garboso, despejado,
capaz de arrebatarse las admiraciones y los aplausos, toda su
inclinación era al retiro. Para ella no tenían las galas particular
atractivo, las miraba con indiferencia y aun con desprecio. Se la había
imprimido altamente en el alma la importante lección que muchas veces
repetía su buena madre, conviene a saber: que los adornos postizos, por
ricos y brillantes que fuesen, no eran capaces de dar un grado de
mérito; que el mayor y más apreciable elogio de una doncella era el
poderse decir de ella con verdad que era modesta y piadosa.
Nacida con tan bellas disposiciones para la virtud, criada con
máximas tan cristianas, y nutrida en los más santos ejercicios de la
caridad y de la devoción, hacía Escolástica maravillosos progresos en el
camino del cielo, siendo en el mundo el ejemplo y admiración de las más
santas doncellas, cuando se supo en la familia el partido que había
abrazado San Benito, y las maravillas que ya se contaban de él en toda
la universal Iglesia.
A nadie edificó más ni movió tanto la generosa resolución de su
hermano como a nuestra piadosísima Escolástica, que, después de la
muerte de sus padres, vivía aún con mayor recogimiento en el retiro de
su casa. Considerando que la perfección evangélica que profesaba San
Benito, igualmente se proponía a todos los cristianos; que no era ella
menos interesada que él en trabajar eficazmente en el negocio
importante de su eterna salvación, y en tomar todas las medidas para ser
una gran santa, distribuyó sus bienes entre los pobres, y acompañada
únicamente de una criada de su confianza, partió en secreto en busca de
su hermano.
Había algunos años que San Benito, dejando el desierto de Subiaco,
después de echar por tierra los ídolos y abolir el paganismo en el monte
Casino, había fundado aquel célebre monasterio, que fue como la cuna
monástica en el Occidente, y como el seminario de aquel prodigioso
número de santos que pueblan el cielo, y son brillante inmortal honor de
la militante Iglesia.
Teniendo noticia San Benito que ya estaba cerca su santa hermana,
salió de la celda; y temiendo que traspasase los límites que había
señalado, fuera de los cuales no había permiso para entrar mujer alguna,
de cualquier condición que fuese, se adelantó a recibirla, acompañado
de algunos monjes, y habló con ella fuera de la clausura.
Fácil es de imaginar cual sería la primera conversación de aquellas
dos santas almas, prevenidas desde la cuna con las más dulces
bendiciones del cielo, y abrasadas ambas con el fuego del divino amor.
San Benito confió a su hermana parte de las gracias y de las maravillas
con que Dios le había favorecido; y Escolástica le correspondió a San
Benito declarándole los extraordinarios favores con que el Señor la
había colmado.
Mientras los dos santos hermanos se estaban dulcemente entreteniendo
con las misericordias que habían recibido del Señor, es fama que se
vieron coronados de una luz resplandeciente, y que se sintieron
penetrados de una gracia interior que obró grandes cosas en sus almas,
dándoles a conocer los intentos de la Divina Providencia, que destinaba a
uno y a otra para que trabajasen sin intermisión en la salvación y en
la perfección de las personas que determinaba confiar a su cuidado.
Durante estas celestiales operaciones declaró Santa Escolástica a su
hermano el ánimo que tenía de pasar lo restante de su vida en una
soledad no distante de la suya, suplicándole quisiese ser su padre
espiritual, y prescribirla las reglas que había de observar para el
gobierno y aprovechamiento de su alma.
Consintió en ello San Benito, porque ya el cielo le había revelado la
vocación de su hermana; y habiendo hecho fabricar una celda no lejos
del monasterio para ella y para su criada, les dio, poco más o menos,
las mismas reglas que había dispuesto para sus monjes.
La fama de la eminente santidad de esta nueva fundadora atrajo desde
luego un gran número de doncellas que, entregándose a su gobierno y al
de San Benito, se obligaron como ella a guardar la misma regla.
Se puede hacer juicio de la soledad, del fervor, y de la austera vida
de esta ilustre colonia de esposas de Jesucristo por el prodigioso
número de grandes santas que dio al cielo este admirable instituto,
siendo Santa Escolástica y sus compañeras los primeros modelos que
tuvieron en la tierra.
Ocupadas únicamente en el cuidado de agradar a Dios, olvidaron bien
presto hasta la memoria de las criaturas. Su ordinario ejercicio de día y
de noche era la oración; el silencio era perpetuo; el ayuno poco
interrumpido; celda, muebles, comida y vestido, todo respiraba pobreza
evangélica y penitencia
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Tal fue el nacimiento y el origen de aquella célebre Orden tan
dichosamente extendida, que llegó a contar hasta catorce mil
monasterios de vírgenes propagadas por todo el Occidente; habiéndose
visto con admiración tantas ilustres princesas venir a sepultar bajo la
oscuridad de un velo los más brillantes esplendores del mundo; y
viéndose cada día tantas nobilísimas doncellas, distinguidas por su
elevado nacimiento y por el conjunto de sus singulares prendas que, a
ejemplo de Santa Escolástica, prefieren la cruz de Jesucristo al
aparente lustre y engañoso fausto mundano, y a los más halagüeños
tentadores gustos de la vida.
Habiendo recibido Santa Escolástica la regla para vivir, que la dio
su hermano San Benito, todo su pensamiento y toda su ocupación en
adelante fue dar todo el lleno a la alta idea de perfección a que era
llamada. Aunque su vida hasta entonces había sido austera y penitente,
dobló sus rigores; apenas interrumpía jamás el recogimiento interior, y
su oración era continua. La tierna devoción que desde la cuna había
profesado siempre a la Reina de las vírgenes creció a lo sumo; hallando
nuevo aliento en la dulce confianza de esta amabilísima Madre, se
encendió con tanta vehemencia el fuego del amor a Dios, que apenas
podía contener los divinos ardores que la abrasaban.
Nunca hizo voto de clausura; y con todo eso, la guardó siempre con la
mayor estrechez. Sólo se reservó el derecho de ir una vez al año a
visitar a San Benito, así para darle cuenta de su comunidad y de lo
particular de su alma, como para recibir sus órdenes y aprovecharse de
sus consejos. No quería permitir San Benito que llegase hasta su
monasterio, y así salía él mismo a recibirla acompañado de algún monje a
un sitio perteneciente al mismo monasterio, y no distante de él. Allí
concurrían los dos santos como dos ciudadanos del cielo, forasteros en
la tierra, entreteniéndose únicamente en las cosas divinas, y ayudándose
recíprocamente a perfeccionarse en los caminos del Señor.
Noticiosa nuestra Santa, según todas las señas, del día de su muerte,
vino a hacer su última visita anual a su santo hermano. Después de
haber cantado los salmos y de haber conversado, como lo acostumbraban,
sobre varias materias de piedad, se despidió San Benito para restituirse
al monasterio; pero la Santa le rogó tuviese a bien detenerse hasta el
día siguiente, para lograr el consuelo de hablar más despacio sobre la
bienaventuranza de la vida eterna. Benito se lo negó resueltamente, y
entonces, bajando un poco la cabeza nuestra Escolástica y apoyándola
sobre las manos, se recogió interiormente haciendo una breve oración.
Apenas la acabó, cuando el aire, que estaba claro, sereno y despejado,
se turbó de repente. Se formó una tempestad de relámpagos y truenos,
acompañados de una lluvia tan copiosa, que no fue posible ni a Benito,
ni a los monjes que le acompañaban, salir para volverse al monasterio.
Se quejó el Santo amorosamente a su hermana; pero ella se justificó con
que lo hacía el cielo en defensa de su razón y de su causa. San
Gregorio, que refiere este suceso, representa una grande idea de la
virtud y del mérito de Santa Escolástica, resolviendo que la victoria en
aquella piadosa contestación se declaró por la que tenía un amor a
Dios más perfecto y más fuerte.
Habiéndose restituido nuestra Santa el día siguiente por la mañana
al lugar de su retiro, murió con la muerte de los justos tres días
después.
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En el instante en que expiró se hallaba solo San Benito en su
acostumbrada contemplación; y levantando los ojos, dice San Gregorio,
vio el alma de su santa hermana volar al cielo en figura de una cándida
paloma. Inundado de alegría a vista de la dicha que gozaba su amada
Escolástica, dio parte a sus discípulos, y todos rindieron al Señor
humildes y devotas gracias. Envió después algunos monjes, para que
condujesen el santo cuerpo a Monte Casino; pero fue preciso conceder a
sus hijas el justo consuelo de tributar las últimas horas a su buena
madre por espacio de tres días, después de los cuales se trasladó aquel
precioso tesoro a la iglesia del monasterio, y San Benito la hizo
enterrar en la sepultura que tenía destinada para sí. Murió Santa
Escolástica, por los años del Señor de 543, cerca de los sesenta y tres
de su edad.
Estuvo el cuerpo de la Santa en Monte Casino hasta la mitad del siglo
VII, en que, habiendo arruinado los longobardos aquel famoso
monasterio, fueron trasladadas a Mans las preciosas reliquias, donde son
honradas con extraordinaria devoción. El año de 1562 se apoderaron los
hugonotes (herejes calvinistas franceses) de la ciudad de Mans, mataron
inhumanamente a los sacerdotes, pusieron fuego a las iglesias,
profanaron los vasos sagrados, llevaron las arcas, cajas y relicarios
preciosos donde estaban colocadas las reliquias, o depositados los
cuerpos santos, después de sacar éstos y aquéllas, arrojándolas por el
suelo; y cuando iban a ejecutar lo mismo con las de Santa Escolástica
para quemarlas, se apoderó de ellos un terror pánico, que los obligó a
huir precipitadamente, sin descubrirse el motivo; lo que se atribuyó
generalmente a su poderosa y singular protección, y no contribuyó poco a
aumentar la devoción de los pueblos.
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Propósitos
1. Es la pureza una virtud tan delicada, que no puede estar expuesta
por mucho tiempo sin peligro. El retiro la guarda, la modestia la
conserva, y la frugalidad la nutre. Es aquel lirio que sólo crece en los
valles; es aquella rosa a quien defienden las espinas; es aquella
preciosa tierna flor que con un leve soplo se marchita. ¿Qué cuidados no
merece? ¿Qué precauciones no son menester tomar? ¿Quieres conservar
este tesoro? Pues no le expongas demasiado. Los grandes concursos del
mundo, las diversiones, los espectáculos profanos, son los famosos
escollos de la inocencia y de la castidad. Esta virtud nunca cría canas
en el bullicio del mundo; ni aun se deja ver en él sino para perecer.
El pudor y la circunspección son como las murallas de la pureza. La
menor brecha que se abra en ellas arruina la plaza. ¿Quieres, pues,
guardar esta preciosa y delicada virtud? Pues observa inviolablemente
las leyes siguientes. Primera: sé modesto escrupulosamente, y
jamás te dispenses en esta ley con cualquier pretexto que sea, solo o
acompañado, en particular o en público, guarda todas las reglas de la
más exacta modestia. Del bienaventurado San Luis Gonzaga se refiere que
aun desde niño fue tan extremadamente delicado en esta virtud,
especialmente cuando se vestía o desnudaba, que asistiéndole siempre
gran número de criados, ninguno de ellos le vio jamás ni aun la punta
del pie desnudo. Segunda: aunque la extravagancia de las modas
tenga el día de hoy tanto imperio sobre el espíritu y sobre el corazón
de los mundanos, guárdate bien de seguir las que pueden vulnerar la
modestia cristiana. Tercera: la desnudez de las pinturas es un veneno sutil,
que entra por los ojos y penetra hasta el corazón. No toleres en tu
casa pintura alguna indecente. Examina bien todos los retratos; registra
hoy mismo cuidadosamente todos los cuadros, y aunque sean del mayor
precio, aunque sean originales, o arrójalos al fuego, o haz cubrir
prontamente todo lo que puede ofender a la modestia. De otra manera, ni
tú puedes lícitamente retenerlos, ni dárselos a otro sin pecar. [Nota:
sobre este punto bien se puede tomar en cuenta los programas de
televisión, las películas, o videos en internet, p. ej., YouTube, que
tengan imágenes o escenas de inmodestia. Por supuesto ningún católico
debería ver, promover o subir tales videos indecentes]. Cuarta:
todo libro que trata de galanteos es pernicioso. Todas esas novelas,
todos esos cuentos, todas esas cartas, todas esas poesías, todos esos
romances amorosos, son enemigos mortales de la inocencia y de la
castidad. Mira con todo cuidado si se hallan algunos en tu casa [o
virtualmente en tu computadora o cualquier otro sitio], ora sean tuyos
ora sean ajenos, entrégalos al fuego antes que se pase este día [o
borrarlos permanentemente si se trata virtualmente]. ¡Qué crueldad tan
impía es dejar que pase a manos de otros lo que puede perderlos y
condenarlos!
2. No basta desviar de ti ni apartarte tú de todo lo que pueda
lastimar la pureza: es menester cultivar con cuidado todo lo que la
nutre, todo lo que la perfecciona. Primero: el vicio contrario a
esta virtud es el vicio ordinario de las almas orgullosas y soberbias;
sé manso, sé apacible, sé humilde, y conservarás puro el corazón. Segundo:
la castidad es una virtud tan preciosa, tan necesaria a todo género de
personas, que incesantemente se debe estar pidiendo a Dios nos la
conceda. Haz todos los días alguna oración particular para conseguirla,
como, por ejemplo, la siguiente:
“Dadme, ¡oh Señor de la pureza!, dadme gracia para conservar toda mi
vida esta preciosa virtud. Haced que arregle de suerte mi imaginación,
que tenga tan a raya mis sentidos, que me desvíe con tanto cuidado de
todas las ocasiones, que mire con tanto horror todo lo que pueda manchar
mi cuerpo y mi alma; en fin, que en este punto tenga una conciencia tan
delicada, que nada, nada pueda tiznar en mí esta virtud inestimable”.
3. Profesa una particular devoción a la Reina de las vírgenes. María
es Madre de la pureza y concede infaliblemente esta virtud a los que la
aman con ternura y la sirven con fidelidad. [Recomendamos el rezo
cotidiano del Santo Rosario
con sus 15 misterios todos los días como una perfecta devoción a la
Santísima Virgen María para alcanzar cualquier gracia que necesitemos].
Fuente: Las historias de
las vidas de los santos fueron transcritas del libro “Año cristiano o
Ejercicios devotos para todos los días del año” del padre Juan Croisset
(1656-1738) de la Compañía de Jesús; traducido al castellano por el
padre José Francisco de Isla (1703-1781) de la Compañía de Jesús.
Publicado en el siglo XIX.
Tomado de :
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De: GAMA 6 |
Enviado: 30/11/2023 01:47 |
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