Más pulidos que el mármol transparente, más blancos que los blancos vellocinos, se anudan los dos cuerpos femeninos en un grupo escultórico y ardiente.
Ancas de cebra, escorzos de serpiente, combas rotundas, senos colombinos, una lumbre los labios purpurinos, y las dos cabelleras un torrente.
En el vivo combate, los pezones que se embisten, parecen dos pitones trabados en eróticas pendencias,
y en medio de los muslos enlazados, dos rosas de capullos inviolados destilan y confunden sus esencias.
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