Cuando
los hijos son pequeños es fácil que los padres impongan sus deseos, qué
comer,
cómo vestirse incluso a qué jugar, pero los años pasan y ese dominio va
desapareciendo conforme va aflorando la personalidad y la madurez de los
hijos.
En ese momento, pueden empezar de modo inconsciente los conflictos, los
hijos
no son extensiones de los padres, pueden parecerse en algunas cosas, ya
sea
porque las han adquirido o porque son innatas en ellos pero en ningún
caso son
prolongaciones de los progenitores.