EL GORDO
La fetidez de su puro aún inunda la estancia
que del vetusto hospital, es casi puerta de entrada,
y aún su gruesa presencia parece que está de guardia.
Impregnadas por los años de su tabaco y prestancia,
las paredes de la sala, donde la muerte descansa,
aún extrañan al gordo, que ya partió hacia la nada.
Un luchador incansable en esas largas veladas,
donde solía olvidar la gula, su café y a las muchachas
cuando tocaba a un herido, a un enfermo o a algún paria.
El gordo fue un buen amigo, médico de fina casta,
estudioso todo el tiempo, investigador de causas,
amigo hasta la locura, padre, colega y comparsa.
El, bien podía pasar las horas de su velada
explicándote algún paso, una técnica o acaso
podría platicar contigo, sin fatiga ni cansancio.
Si no entendías algún paso, con amor te lo explicaba,
mas si la dulce fatiga en sus brazos te tomaba
y dejabas de estudiar, el gordo te lo cobraba.
Una noche como todas, yo lo vi atender un parto
y emocionarse en la sala, de ahí a un chico que lloraba,
dos heridos, un borracho, un anciano que jadeaba.
Y la señora desmayada que al final no tuvo nada,
discutió con el marido y a las tres de la mañana,
lo obligo a llevarla en andas, para castigar su falta.
El gordo, mi más querido maestro,
el gordo no se quejaba, y nunca, nunca maldijo
al cansancio que era el pan que reinaba en esa sala.
Y todo paso una noche de esas en que una ambulancia
quiso llegar aullando a las puertas de la sala,
el gordo abordo a un herido que absurdamente sangraba.
Y en ese trance mi amigo cayó sin decir palabra,
cayó con el pecho roto, su corazón ya no estaba,
pero yo se lo advertí hace tiempo, y el no actuaba.
El tenía tantos amores que a su corazón dañaban,
su puro, el café, el alcohol, la gula y las muchachas,
y le advertí que esos amores, un día serían su desgracia.
Y así cayó el gordo herido, su corazón ya no andaba,
cayó en su sala de urgencias, el sitio que el más amaba,
¡Y nada pudimos hacer los compañeros de guardia!
El pecho del compañero se había dormido en la nada,
la muerte hoy le ganó el juego,
ese que el siempre ganaba.
El gordo fue mi maestro, su puro mi maldición,
y en esta noche de guardia aún percibo en el aire
su presencia, el olor de su café, y su puro por desgracia.
¿Y la presencia del hombre?
Esa vivirá por siempre en esta casa de amor
que fue su hogar y su tiempo, y tantas vidas salvó.
¿Una foto sobre el muro? ¡Un homenaje simplón!
¿Su nombre en una ambulancia? ¡No!
Yo creo que el pediría a los que tienen poder
que nuestra sala de urgencias fuera ya un sitio mejor.
Que cuente con los equipos para otorgar la función
que el gordo hubiera querido, y hoy como jefe de guardia,
ahora lo pido yo.
Y el gordo seguirá vivo, mientras viva en esta casa
un corazón bien nacido, que quiera tener la gracia
de aliviar el sufrimiento, o de calmar el dolor,
o de simplemente ser así como fuera el maestro,
un ser humano sencillo dueño de un gran corazón,
medico de fina casta y enemigo del dolor.
“POEMA HOMENAJE A MI MAESTRO
DR ARMANDO HERNANDEZ BUENDIA
JEFE DE URGENCIASD DE LA CRUZ ROJA MEXICANA
UNIDAD POLANCO AÑO 1976”