EL CORREDOR
Luces rojas, alaridos largos,
sirenas agudas que alertan el campo,
polvo y gritos, dolor y espanto,
ojos que ahí apagan su luz, en quebranto.
Un reloj, una pared blanca,
extraños olores inundan la estancia,
las luces que vuelven, la conciencia clara,
y un mundo de magia de pronto me encara.
Sobre fría mesa rodeando algún cuerpo,
un grupo de seres con manos que danzan,
con voces serenas pero autoritarias,
hacen febrilmente su labor extraña.
El reloj sin prisa, lo minutos marca,
volteo hacia el cuerpo, con sus botas negras,
¿Y esos pantalones? Y en ese momento
la dama de blanco, hábil esfacela la prenda de malla.
Titilan las luces, la fuerte descarga me nubla la vista,
y ese pobre cuerpo se retuerce inerte
al potente influjo de esa maquinaria,
nuevamente el hombre aplica en el pecho
el choque que busca, encender la llama.
Ya más tarde el grupo en hombros caídos
se retiran lento, rezando algún salmo,
¡La muerte inclemente ganó la batalla!
Me acerco en silencio, y un grito de alarma
me brota sincero del fondo del alma.
¡Dios mío, es mi cuerpo! Parece imposible,
no entiendo la causa, y allá entre la bruma
de mi mente, brotan recuerdos de luces
la gente aclamaba, las motos volando sobre dura pista,
y de pronto, me pierdo en un remolino de dolor y espanto.
Y ahora, postrado sobre yerta mesa se encuentra mi cuerpo,
¿Muerto? Aún con alambres en mi frágil pecho,
y todos los sueros que antes me aplicaban,
bailan una danza tétrica y macabra ¡Señor, estoy muerto!
Y por mi memoria va como una cinta, lo malo
y lo bueno que en vida lograra, y desfilan solemnes
en mi fantasía, los buenos momentos y mil, y otras mil caras.
Me sacude el viento y de pronto, ¡Una puerta!
¡Oh Dios, es mi casa! Ahora un hombre llama, es el,
mi gran amigo de todos los tiempos,
felices corrimos todos los caminos conquistando damas;
y corriendo la moto jugamos el juego,
fuimos corredores de motos, y luego…
Mis padres cansados, con sus ojos tristes recibían estoicos
la amarga noticia que ya conocían por bocas ajenas,
y el largo velorio, donde el cruel silencio confundí ase a veces
con algún comentario o un llanto quedo.
Después, el sepelio, sobre de mi cuerpo mil flores pusieron
¡Mas yo sigo vivo! Como si estuviera dentro de mi cuerpo.
Me acerco a mi novia y le doy un beso, y solo así confirmo
que el tiempo vivido acabó mi tiempo, mi dulce Consuelo,
no ha sentido acaso la caricia grata de mi tierno beso.
Y más tarde, el destello, mil luces tan blancas
me atraen hacia el cielo, y mis ojos recorren siluetas tan bellas,
son mis familiares en recepción tierna,
y vuelven sereno el sensible momento, y luego,
me pierdo trasponiendo el tiempo,
y con forma no humana, me fundo, en el cielo.
EDUARDO