REIRSE DE SU SOMBRA
La alegría y el buen humor de José
María Escrivá, eran proverbiales. Él los consideraba como manifestaciones de
que somos hijos de Dios. Por eso no le costaba ningún trabajo hacer un
comentario jocoso y divertido de cualquier circunstancia que quizá, en otra
persona, hubiera sido motivo para la tristeza, el enfado o la queja amarga.
Como es conocido, tuvo una diabetes “mellitus” muy
intensa, con altas cifras de glucosa en sangre.
No solía hacer referencia a las graves molestias que
le causaba esta enfermedad; en cambio, no perdía oportunidad para tomársela a
chacota y, haciendo referencia a las denominaciones que algunos santos tienen
-Doctor Angélicus, Doctor Seráphicus, Doctor Subtilis, etc.- decía que, si a él
lo llevaban a los altares, tendrían que llamarle "Pater
Dulcíssimus".
El buen humor de un
hijo de Dios
“Has de
procurar que, donde estés, haya ese "buen humor" -esa alegría-, que
es fruto de la vida interior”.
El buen humor es
estabilidad en el estado de ánimo, es saber recibir los acontecimientos sin
“tragedias”, desdramatizando, colocando las personas y las cosas en su sitio y,
además, sin que falte una pizca de ironía sana, de saber reírse de uno mismo,
sin darse demasiada importancia.
El buen humor no es
algo meramente temperamental. No es un modo de ser más o menos simpático.
Es virtud -hija de
virtudes- que hace muy atractiva a la persona que lo posee:“No alcanzaremos
jamás la auténtica alegría sobrenatural y humana, el "verdadero" buen
humor, si no imitamos "de verdad" a Jesús; si no somos, como Él,
humildes”.
Para José María,
desde niño, era una actitud permanente, que fue ganando en “solera” con los
años