HISTORIA DE AMOR 2
Hay cuantas historias se esconden con miedo de que alguien las cuente a la luz del cielo, yo se que esta audiencia me tendrá paciencia, de que yo les cuente la historia de amor nacida en el tiempo, entre dos muchachos que desde la cuna, fueron destinados a jugar el juego de esta mascarada. María fue su nombre, nacida en la sierra, entre los confines del pueblo y la selva, era una chiquilla que nunca jugaba, pues en su carácter bien claro tenía, el papel que el tiempo le había concedido desde el nacimiento, hasta aquel momento en que su grácil cuerpo, belleza adquiría. Quizá fue el ambiente, tan sano y abierto, quizá fue la herencia el motivo del cambio que sufría a momentos la grácil morena, convirtiendo entonces su espigado cuerpo, en líneas sinuosas salidas de un cuento, casi a sus dieciocho pasiones causaba por donde su cuerpo, airoso paseaba. De las solteronas siempre fue la envidia, pues cada varón que tenía la suerte de admirar de frente a la linda María, monumento ardiente de pasión viviente, era trasladado a ensueños de vida de un edén perenne; ella era María, la más atrayente, la mujer más bella, la rosa más fresca que vivía en la selva. José era mulato, hijo de una negra y del mismísimo amo, pasión tan oculta como vergonzante, que acompañó al niño desde los inicios de su infancia breve; era alto en su porte, de mirar de fiera, nunca tuvo amigos y a decir de todos, impregnado estaba de un don tan soberbio, como antaño fuera el amo del pueblo. Cualquiera a su paso que lo conociera mejor lo evitaba, pues se le temía, José era violento, heredado acaso de los sufrimientos que en toda su infancia sintió en carne propia; la labor tan dura y el aire de selva, dieron al mulato sentir de pantera, y el sexto sentido que los animales tan bien mantuvieran para defenderse del medio, del hombre y la fiera. El tiempo es comparsa de los juegos raros que implanta el destino para los humanos, y en una jugada del señor destino, José con María quedaron de frente, de recelo llenos se miraban quietos, como conociendo la intención secreta que el otro guardara para un ser ajeno. Al paso del tiempo, el entendimiento y algún otro juego los abordó plenos, primero miradas que los complacían en dulce misterio, después son amigos que acudían al templo a oír la palabra y a soñar despiertos, mas tarde el destino siguió su camino, y el amor latente que hace algunos días brillara en su mente solo como un sueño, tomó forma plena y balance perfecto. Y así, enamorados cual si fuera un juego, dieron rienda suelta a todos sus anhelos; mas entre las brumas del destino incierto se escondía un cobarde, que cruel daño haría a estos dos seres y su amor de cuento, era un prominente, poseedor de haciendas, dueño de destinos y dador de milagros. Y aquella tarde María, que al templo acudía a rezar a diario, con su fe abocada en los dulces rezos del santo rosario, se topó de frente con el potentado, el cual turbiamente miró sus encantos, y en sucio deseo se quedó prendado, soñó hacerla suya, y para lograrlo bajaría la luna desde sus engarces al cielo estrellado. Pasaron los días, y el cruel potentado pensaba y pensaba planeando el asalto, la tarde era tibia, y en las arboledas a orillas del templo, callaron la aves al sentir al acecho al cobarde hacendado, María venía camino del templo, con las intenciones de rogar al cielo por el buen camino de su bien amado. Solo fue un instante el que se ocupara para consumar el brutal asalto, José que esperaba al salir a María de sus actitudes de evangelio y canto, se sentó en el atrio de donde a lo lejos, bien pudo observar al chacal que huía, habiendo quedado su instinto bien harto. Una negra nube cubrió su mirada, y corriendo hacia el sitio que se mencionara, encontró de golpe la dantesca escena, María, su dueña, su adorado encanto, estaba tendida sobre el verde musgo, con el cuello roto, debajo de un árbol, y en su cuerpo inerte las brutales huellas que dejó el pecado.Un grito salvaje le salió del pecho, y cada demonio que antaño guardara, saltaban de pronto bramando su pena, desde el fondo mismo de su amada selva, cual grácil pantera, con paso que asusta, se fue fijamente a casar a la hiena, encontró al cobarde en el fondo del templo suplicando al cura protección y techo.
Entró lentamente, cual fiera al acecho con mirar de acero enfrentó al cobarde, desnudó el machete y solo bastó un tajo, que ágil cercenara por el cuello el cuerpo; esa tarde infausta caían dos muertos, el uno, un lucero, dañado vilmente por mano de fuego, el otro, tan solo era un perro. Que llegó corriendo esa negra tarde a ocultar su miedo, tras de la sotana del cura del pueblo, salió José lentamente del templo, caminó unos pasos, abrazó a María, y saco de sus ropas el puñal de plata que tenía hace tiempo, muy dulce lo puso en la mano inerte y lo hundió en su pecho. Murió lentamente con María en sus brazos, y los dos muy sonrientes al suelo cayeron, y se hizo leyenda, y hoy los más viejos recuerdan a veces a José y María, y al cura del pueblo, que según todos cuentan, esa misma noche los unió por siempre en matrimonio eterno, para que muy juntos caminen el tiempo, al fin del misterio, al ocaso del cielo.Si cruzas un día el atrio del templo a las dieciocho horas, siempre en el momento, fija bien la vista y los verás de lejos, caminando lento, mano a mano eterna, y siempre muy juntos, camino hacia el templo.
EDUARDO