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De: QUIJOTE  (Mensaje original) Enviado: 27/12/2011 21:10


Domingo 25 de agosto de 2002 - Número 358

ANIVERSARIO | ALCàSSER NO OLVIDA

El estigma de Alcàsser

JAVIER GÓMEZ
«TURISMO» EN EL CEMENTERIO. Diez años después de un crimen que convulsionó España, todavía se acercan muchos curiosos y turistas al cementerio de Alcàsser. Hacen fotos a la estatua (en la imagen) erigida en memoria de Miriam, Desirée y Toñi, contemplan sus lápidas, rezan o dejan flores. «En verano la afluencia es siempre mayor», comenta Vicente, responsable del camposanto municipal.
«Ni lo he olvidado ni lo olvidaré nunca. Ahora, 10 años después, si paso cerca de donde encontraron sus cadáveres o veo lo sucedido con las dos chiquillas de Inglaterra, todavía se me hiela el corazón y me culpo. Me culpo sin saber por qué». Vicente no vive en Soham, ni sabe siquiera dónde está. Sus palabras, sin embargo, son iguales a las que resonarán cada día de los próximos años en el otrora idílico y hoy angustiado pueblo inglés.

Él era uno de los mejores amigos de Miriam, Desirée y Toñi. Bailó y tomó cubatas con ellas en la discoteca Coolor, de Picassent, aquella madrugada del 13 de noviembre de 1992, cuando los habitantes de Alcàsser dormían. A muchos les cuesta todavía conciliar el sueño. El espeluznante porqué ya se sabe. Tres niñas. Una desaparición.La dignidad de un país, en vilo. Su macabra curiosidad también.Intensas pesquisas. Duros presagios. Y un triste fin. Miriam García, Desirée Hernández y Toñi Gómez, 14, 14 y 15 años. Víctimas de un salvaje asesinato como lo fueron Holly Wells y Jessica Chapman, de 10 años, raptadas el pasado 4 de agosto. Y un silente y taciturno pueblo valenciano, Alcàsser, destrozado como Soham.Al miedo sobrevino el shock; a éste, la incredulidad. ¿Y después? ¿Consigue un inapreciable punto del mapa en donde todos se conocen restañar y curar sus heridas 10 años después de tan horrible crimen?

Vicente ahora tiene 28 años y un regusto de ira y ahogo cala todas sus palabras. Hace pocos días subió en su coche a dos niñas que hacían autoestop para ir a Silla (pueblo a dos kilómetros de Alcàsser): «Me pasé los cinco minutos increpándolas por inconscientes, por no darse cuenta de que igual que aquella vez fui yo, hubo una vez un Antonio Anglés». En contraste con la franqueza de Vicente, la mayoría de los coetáneos de las tres chicas garantiza de primeras haber olvidado lo ocurrido. Tras escarbar varios minutos en la conversación, despuntan los fantasmas.

Sonsoles es una de tantas niñas que compartieron clase, juegos y correrías con Miriam, Desirée y Toñi. Tiene 25 años y contaba 15 cuando la respiración del pueblo se cortó para siempre. Hoy oculta su lugar de origen cuando le presentan a alguien: «Digo que soy de Valencia. Si no, antes o después se termina hablando del tema».

Unos chiquillos de apenas 10 años correteaban por la plaza del pueblo el pasado martes. Cuando nacieron, alguien asesinó a tres paisanas que ellos no conocieron, pero todos pueden relatar lo que les ocurrió a les tres xiquetes. «Mis papás me lo dicen a veces cuando no digo dónde voy», asegura el más vivaracho. El resto asiente y completa las advertencias: «¡A mí me han dicho que no me suba en coches!», «¡a mí, que no camine solo!».

La mirada de todas las chicas del pueblo es parecida. Trasluce una calma incompleta. Como si un fantasma recorriera todavía las estrechas y desangeladas calles de esta localidad del interior valenciano donde el castellano no se escucha con asiduidad. Rosana, de 20 años, recuerda cuando, años después del asesinato, en lo que puede ser la difícil singladura que espera a los 9.000 habitantes de Soham, «los padres de amigas no querían dejarlas venir a los cumpleaños en Alcàsser». Desirée tenía nueve años por aquel entonces.Su madre espera todavía «hasta las seis, siete u ocho de la mañana» cuando ella abre la puerta para, por fin, poder dormir. Y así, todos y cada uno de los jóvenes de Alcàsser terminan narrando, casi expulsando, esa profunda muesca que uno de los crímenes que más turbaron a España ha cincelado a plomo en su vida diaria.

UN PAÍS ESTREMECIDO
La tensión de 71 días buscando a Miriam, Desirée y Toñi con la insostenible incertidumbre de si seguían vivas o no, dejó sonado al país entero. En Soham, la espera ha sido menor, 13 días. Los desenlaces, desgraciadamente, han sido similares. No se conocen aún todos los detalles de la autopsia de las pequeñas inglesas; la de las jóvenes valencianas es estremecedora. Fueron golpeadas, violadas vaginal y analmente, torturadas con un ensañamiento diabólico y asesinadas de un disparo en la cabeza.

Con las televisiones luchando por hacerse hueco, Alcàsser se convirtió en el cebo perfecto. Especiales desde la plaza de un pueblo en lágrimas, supuestos reportajes de investigación, detalles, a cual más escabroso, sobre las últimas horas de las niñas...Un antes y un después que hizo reflexionar, también en los medios, sobre los límites del sensacionalismo. Huellas indelebles en el imaginario colectivo de Alcàsser.

Varios psicólogos atienden gratuitamente durante estos días a los atormentados habitantes de Soham, que no entienden cómo uno más en su apacible comunidad, el conserje de la escuela, pudo disfrazarse por un día del criminal más abominable. En Alcàsser, José Pascual Gil, psicólogo del Ayuntamiento, no daba abasto en aquellos días con los más de 7.000 vecinos. «Recuerdo que la gente venía en tromba: las personas mayores revivían violencias sufridas de jóvenes, las niñas no podían estudiar y los padres no eran capaces de sostener el peso de decirle a su hija "hasta luego" un viernes noche».

El panorama cambia paulatinamente de color. «El pueblo lo va superando. El verdadero problema son las familias, que añaden al recuerdo el que no se haya hecho justicia», asegura este especialista, que pasa consulta en dependencias municipales.

Julio Chanza Romaguera es el alcalde de un pueblo cuyo nombre eriza el vello de cualquier español: «Alcàsser ha adormecido el recuerdo, pero queda el regusto amargo de no saber la explicación de lo ocurrido. El día a día no cambia, pero tendrá que pasar mucho tiempo para que Alcàsser no sea sólo conocido por este crimen», anhela. Y repite, como para dejarlas suspendidas en el aire de nuevo, otras dos palabras: «Mucho tiempo».

Fuentes de la policía local en Picassent reconocen que, desde aquella época, «las llamadas de alarma son frecuentes». «La psicosis pasó, pero el miedo permanece intacto, porque siempre que ocurre algo la gente lo relaciona y se acuerda», explica este responsable policial. «El autoestop, por ejemplo, ha bajado muchísimo», añade.

Durante estos días, el crimen de Soham es la comidilla de muchas conversaciones. En el café de por la mañana, haciendo la compra o en los bancos de las plazas. Pero a la vez que hablan de Jessica y Holly, están hartos de capear también ellos con la coletilla de «el pueblo de las niñas». José Pascual recuerda cómo en un autobús de Nueva York le mentaron el crimen al oír el nombre de Alcàsser. Un vecino radioaficionado se quejaba esta misma semana de escuchar la misma respuesta cada vez que dice dónde vive.

Nada en un paseo por el pueblo evoca el crimen. Ni una placa, ni una conversación. Unos trabajadores levantan en la plaza del pueblo, allí donde un día el drama se hizo teatro, un coso taurino.Alcàsser está en fiestas, como cualquier localidad de España por estas fechas. Andar cinco minutos en alguna de las direcciones supone topar de lleno con algún campo de naranjos. En pleno agosto y con una humedad sofocante, apenas algún bar reúne rastros de vida. Y de comercio.

Mientras pueblos cercanos como Silla o Picassent crecen económica y demográficamente, Alcàsser da pasos fatigosos, según algunos lugareños. El sector principal en toda la comarca es la agricultura.En los últimos 10 años, el censo se ha mantenido estable. De los 7.347 vecinos de 1992 se ha pasado a 7.562 (de ellos, 1.430 menores de 18 años y casi 1.300 mayores de 65), mientras España ha crecido un 5,08% y la Comunidad Valenciana un 7,92%. La renta per cápita se sitúa en el nivel 5 (de 1 a 10), es decir, entre 8.275 y 9.125 euros anuales.

«¡HARTOS!»
«La gente no menciona el crimen y en público no se habla más de dos minutos. Si sacas el tema, te hacen callar con una mirada», se queja una veinteañera del pueblo. «Alcàsser es una localidad cerrada en sí misma, no acostumbrada a mirar hacia fuera. Su única comunicación es un autobús con Picassent cada dos horas.Y la gente también es así, tirando a cerrada. Así que después de lo que pasó, imagínese...», explica una quiosquera. La prueba la encontramos en el bar de la Sociedad Musical, puerta con puerta con el Ayuntamiento. Si la palabra «periodista» desata las iras del propietario, «crimen» le hace levantarse de la silla y echarnos del local. «¡Estamos hartos, hartos!» es lo único que acierta a decir. A su lado, el familiar de una de las niñas calla y baja la cabeza.

«Cualquier padre está intranquilo cuando su hija se retrasa, pero aquí, después del crimen, es mucho peor. Yo tengo una hija de 18 años y hasta que no la oigo entrar por la puerta no duermo.Un cigarro, dos, un paseo... y tantos, tantos días en que lo sucedido se repite en tu cabeza». Este vecino tiene «cuarenta y tantos» años y una sinceridad pasmosa. Con un cortado en la mano, desafía la desconfianza de algún paisano suyo y desbroza esas matas de la memoria que muchos llevan una década intentando enterrar. Todavía hoy, según algunos vecinos, varios padres llegan a salir en batida a por unas hijas que se retrasan demasiado.

Por algunos pueblos cercanos circula una radiografía casi traumática de las jóvenes de Alcàsser. «Están obsesionadas con tener novios y si no, muchas no salen; sus padres quieren saberlo todo de los amigos; nunca se suben en coches de nadie; vuelven todas juntas y si no, saben con quién se queda cada una...», enumera una veinteañera de Picassent que prefiere no decir su nombre.Isabel vive en Silla y tiene amigas en Alcàsser. Como cualquier joven que se precie, no sale sin su móvil. Pero su madre no la llama a las cinco de la mañana. A sus amigas, sí las controlan sus madres. «He visto a algunas insistir a sus hijas para que desconfíen incluso de los taxistas con mala pinta».

Los trapos, en las pequeñas poblaciones, siempre se lavan en casa. Por eso en el salón de muchas viviendas como la de Amparo, que sobrepasa los 60 años, queda todavía un marco con tres fotos.Tres niñas, amigas, vecinas, hijas... Tres retratos de cómo el dolor humano cicatriza lentamente, pero la memoria no acaba nunca de cerrarse. Una chica francesa, cuyos abuelos eran del pueblo, recuerda que «hace dos años, incluso se podían ver las fotos en algunos coches».

Todo el mundo sabe que «las familias de las víctimas regañaron». Las cajeras del único supermercado recuerdan comentarios, en la cola para pagar, de «unos criticando a los otros, y luego estos otros criticando a los primeros». Unos buscaban velar a sus hijas en paz, y otros, la resolución del caso.

«CORTARLE EL CUELLO»
La ausencia de un culpable entre rejas sigue enervando a todos.Mientras los vecinos de Soham gritan contra el furgón policial que escolta a los sospechosos y amainan su ira clamando «pena de muerte», aquí nadie sabe contra quién gritar. El único encarcelado, Miguel Ricart, cómplice pero no autor material del crimen, fue condenado a 170 años de prisión. Los vecinos, descorazonados y frustrados, creen, sin embargo, que puede salir por la puerta de la prisión dentro de poco tiempo. «Lo único que sé es que he perdido a tres amigas y por el morro. Es muy raro que no sean capaces de encontrar a Anglés, un delincuente de Catarroja. Pero si lo pillan, por mí podían cortarle el cuello», se queja Vicente.

Ese aura maldita del pueblo la porta, aún más pesada, la discoteca Coolor, que desde entonces ha cambiado sucesivas veces de nombre y propietario sin perder la mancilla de aquel fatídico 13 de noviembre. Tres pubs, Strago, Pasarela y El Divino, se reparten el espacio de aquel local. El suelo de gravilla y el ramaje poco cuidado de los alrededores le dan un tinte de paraje abandonado.Los colores chillones morados y amarillos de su fachada intentan compensar el gris de 10 años de comentarios. En vano. Girando a la derecha por la carretera general, dos kilómetros entre naranjos conducen a Alcàsser. La dichosa carretera que una noche le jugó tan mala pasada a tres niñas.

Los comentarios se desataron en una España convulsionada. Al igual que sucede hoy en Soham. La inseguridad era y es la punta de lanza de un debate sin fin. Los excesos de la noche, mayores penas para los violadores o los controles sobre los pederastas son otras de las recurrentes aristas por limar. La verdad es que aquello ocurrió en Alcàsser, pero los hábitos nocturnos de los españoles son similares. Según una encuesta del Plan Nacional sobre Drogas , el 18% de los jóvenes españoles de 14 años llega a casa después de la medianoche.

Unos campos de naranjos le hacen compañía al cementerio a la salida del pueblo, donde sólo el ruido de las hojas disturba la injusta calma eterna de las tres niñas. Dentro se erige una estatua en su memoria: tres pares de manos lanzan al aire palomas sobre las que vuelan cuerpos de mujer, tres cariátides níveas, con sus cabezas grises esculpidas a imagen y semejanza de las víctimas. No hacerla hubiese sido demasiado lacerante para la memoria. Levantarla en la plaza principal, demasiado duro para el recuerdo.

EL NOVIO NO OLVIDA
Cada lápida de mármol blanco tiene labrado un pequeño ornamento: unos patines en la de Desirée, zapatillas de ballet para Miriam y un búho, como aquella figurita a la que tanto cariño tenía, en la de Toñi. Vicente, responsable del cementerio municipal, atiende a los curiosos. Hacen fotos, contemplan las tumbas, rezan, dejan un ramo y parten. En verano, la afluencia es mayor. «Aquello nos dejó cinco muertos, no tres», menciona en referencia a los dos padres ya fallecidos, mientras señala la sepultura de Antonio Hernández, el de Desirée, cuyos restos descansan al lado de los de su hija.

Suena un Vespino y llega un chico llamado Alfredo, que ayuda en verano en el camposanto. Como suele suceder en los pueblos, también tuvo relación con las víctimas. Era novio de Miriam.«Cómo no me voy a acordar. La vida sigue, pero los más cercanos todavía sufrimos. Charlamos de vez en cuando, como al ver lo de Inglaterra y pensamos: "Otra vez"». Pregunta con voz queda si se ha descubierto al asesino de Jessica y Holly y, al oír la respuesta, suspira: «Ahora dicen que Ricart puede salir a la calle. Una vergüenza... Allí por lo menos han pillado al culpable».

Esquiva la mirada como si le hiciese regates al recuerdo. Pero pasa sus días estivales en una garita, a cinco metros de las lápidas y a 10 de la estatua. Tres ramos coronan los nichos 16, 20 y 24. Las flores están frescas todavía.



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De: QUIJOTE Enviado: 02/01/2012 11:57


 
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