"Nunca salgas con un rata Todos tenemos defectos más o menos soportables. En una primera cita haremos lo imposible por disimular nuestros déficits porque si de algo se trata en un primer encuentro es de agradar al otro. La que es una cotorra se morderá la lengua para no hablar en demasía. El que come con la boca abierta hará esfuerzos denodados para parecer un señorito. Y así vamos por la vida. Pero hay defectos horripilantes que son indisimulables: ser rata es uno de ellos. No hace falta explicar que la situación económica está complicada. Es fácil justificar a un rata diciendo que “le cuesta”. No estoy hablando de cuidar el mango, que es más que válido. La ratatouilleada difícilmente esté ligada a los vaivenes del mercado. El que es rata es rata en época de vacas flacas y de vacas gordas. Rata es ese que cuando sale a comer con un grupo de amigos escanea el menú y dice: “Yo comí un raviol menos, así que pago dos pesos menos”. Rata es el que aprovecha el gentío para pedir comida como si nunca hubiera visto una milanesa en su vida. Total, su entrada, plato, postre, vino y champagne la prorratean los incautos que lo acompañan. Rata es el que anda contando las costillas a todos (menos a sí mismo) y viendo qué ventajas puede obtener de los demás. Pero en una cita no. Que Dios y la Virgen nos preserven del raterío al momento del cortejo. Recuerdo una experiencia traumática, por calificarla con suavidad. No nos conocíamos y nos encontramos “para tomar un café”. Ese fue mi consumo: una lágrima. Una lágrima, también, el desenlace del encuentro: él tomó la cuenta, la miró con detenimiento y sin que le temblara la voz, dijo: “Lo tuyo es…” Me quedé sin reacción y saqué de mi billetera el monto de la bebida más la propina. Era tal mi estupor que quedé bloqueada. En un momento de reflejos, hubiera tomado el ticket y pagado lo de él inclusive, sólo para dejarlo en evidencia. Moraleja: nunca salgas con un rata. Los defectos pueden mejorarse. La miserabilidad, difícilmente"