AL AMPARO DE UN CONJURO
La seducción ancestral de la magia
Cuando la búsqueda de seguridad económica, pasional o laboral sigue el camino del sortilegio, se toca una de las fibras más enraizadas en la cultura salvadoreña. Una mezcla de ritos africanos, católicos, amerindios y paganos que se encontraron y continúan vivos en nuestras tierras.
VERÓNICA VÁSQUEZ / FOTOS: FÉLIX AMAYA
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GEORGINA Gutiérrez es una mujer de 38 años que no le tiene miedo a la oscuridad. Tampoco cree en aparecidos o fantasmas. ¿Y los personajes de leyenda de la tradición cuscatleca? “¡Niña! Estamos en el siglo XXI”, exclama con una risotada. Los horóscopos: “Babosadas de los diarios”.
En lo que sí cree “porque a esa gente hay que tenerla de amiga y no de enemiga” es en que ciertas personas son capaces de hacer encantamientos. “De hacer el mal y de quitarlo. También de proteger”, murmura, como quien dice un chisme.
Cuando accedió a platicar sobre este tema, Georgina estaba en la acera contraria a esos puestos del mercado Central que la gente conoce como los de “los brujos del Calvario”.
Es una fila de 20 ventas que ofrecen artículos para realizar todo tipo de hechizos. Se encuentran –como en indiferencia irreverente a las cosas de Dios– a un costado de la iglesia El Calvario.
“Yo he vendido aquí del 80 para acá... 22 años”, calcula don Roberto, “sin apellido. Por don Tito me conocen todos aquí”, aclara.
Casi ajeno al caos de la 4ª calle poniente, al humo de los buses y al pregón de sus colegas que venden productos de primera necesidad, el vendedor explica con entusiasmo el uso apropiado de las velas rojas, del puro, del baño de las siete hierbas o de oraciones como la del “Tecolotío”, “la ánima sola” o “el perro negro”.
Con todo y la gran competencia que existe –porque el pabellón número cinco alberga también 20 puestos– don Tito asegura que nunca ha pasado penurias económicas. “La gente cree bastante en esto y se vende”, dice.
Esa “fe” llevó a Georgina a comprar una candela roja, grande y –valga el detalle– con forma de pene. Un puro y su oración mimeografiada en letras de color café. Un jabón de “ven a mí” y un frasquito de “miel de amor”, tras informarse de su procedencia venezolana. “Ha de ser buena”, comentó.
No hay que ser adivinos para entender sus intenciones. “¿Y cómo se llama el que la hace comprar tanta cosa?” “Eso sólo al puro se le dice, niña”, responde con aire de misterio.