Elides J. Rojas L.
Primero fue el brujo destacado en Palacio, jefe de la Dirección de Ocultismo Bolivariano, quien advirtió que 'lo que viene es muy feo'. Después, dos nigromantes cubanos, asesores del Gobierno, ratificaron la predicción del adivino criollo. Alarma. Pánico. Histeria en los pasillos de Miraflores.
El Consejo de Ministros Extraordinario convocado para revisar el negro futuro, convencidos de que no es necesario ser hechicero para saber que lo que viene es candela, pero siguiendo las nuevas políticas de Estado, aprobó unánimemente la celebración de una jornada de emergencia con los brujos revolucionarios de mayor calibre mundial, que, en trances especiales, han ayudado a enderezar entuertos a muchos gobernantes.
A las doce de la medianoche de un día mantenido en secreto se llevó a cabo el encuentro. Dos magos brasileños aportados por Lula, cuatro haitianos, seis cubanos, un iraquí y un africano, constituyeron la representación internacional. Por Venezuela, luego de una selección realizada por el Ministerio de Ciencia y Tecnología, quedaron dos practicantes de Sorte y tres de Birongo. La más dura magia negra para los más poderosos problemas.
Lo primero que hicieron, antes de ensalmar a todo el Ejecutivo, fue limpiar la zona. Enterraron los bichos raros que vio Chávez cerca del Palacio y voltearon una Virgen de Coromoto que estaba mirando feo, antes de entrarle al asunto.
De la mágica jornada, que duró hasta el amanecer, se filtraron algunas recetas:
Para que no salga un dólar de Cadivi. Una foto de Tobías Nóbrega, un billete de un dólar manoseado por Felipe Pérez, dos entradas a Disney, un boleto usado de American Airlines, una botella vacía de Royal Salute, una corbata Armani de Carlos Dorado, un mechón de pelo de Nelson Bocaranda y un zapato izquierdo Bally con un chicle derretido en la suela. Tres goticas de agua del Guaire y un puñito de arena de Carmen de Uria. Se bate todo, se le echa una volteada de ojos y se entierra frente al BCV.
Para que no haya elecciones. Diez pimentones tomados de madrugada del conuco del paseo Vargas, un cotillón electoral del 28, el 28, el 28..., un pañuelo de Eduardo Semtei, la cachucha de Lina Ron, un botón de la chaqueta roja de Diosdado, una copia de la carta de renuncia que tiene guardada Lucas Rincón y un dibujo del Ché garabateado por Willian Lara. Se mete todo en un morral de soldado y se cuelga en un árbol de Fuerte Tiuna.
Para que la gente siga creyendo. Una carta de amor de Fidel Castro de su puño y letra, tres caraotas del Plan Bolívar bañadas en sal durante una luna llena, dos eructos de Acosta Carles, una boina roja, dos dedos de aguardiente bolivariano, tres plumas de pollo de criadero vertical, dos piedras sacadas de los huecos caraqueños de Bernal y dos balas de Glock .40. Se prepara un emplasto y se lee un discurso de Chávez donde afirme que está acabando con la pobreza. Si es cantado en coro mejor.
Para que Chávez coja mínimo. Una dosis de aplausos de ministros en plena jalada de mecate tomada de ¡Aló, Presidente!, las fotos carnet de Juan Fernández, Carlos Fernández y Carlos Ortega con sus respectivos alfileres, dos gotas del tinte de pelo de Joao de Gouveia, un pedazo de piso arrancado de la plaza Francia, un toque de gasolina importada de la que huele a incendio, una bota de guerrillero colombiano con tierra pegada de Sabaneta, una media usada de 'el Chacal' y una hoja de la sentencia del tribunal que puso la plasta. Batir y echarlo al café.
Para que el país arranque. Los brujos entraron en trance. Primero una tembladera, después el desmayo colectivo. Hasta la bola de cristal explotó.
¡Ni Mandrake!
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