Dentro de las comunidades cátaras existían dos grupos claramente diferenciados. De un lado estaban los denominados perfectos, que venían a constituir la jerarquía eclesiástica, de otro, los creyentes. Se piensa que los primeros, también conocidos como ancianos, buenos cristianos o buenos hombres, solo llegaban a revelar los detalles más profundos de la doctrina cátara a los fieles más leales, a los que de algún modo podríamos llamar iniciados, a los que deseaban poder llegar a ser algún día perfectos. Estos buenos cristianos, al igual que los apóstoles, desarrollaban un trabajo físico para poder vivir y seguían un modo de vida en el que dominaba la castidad y el ascetismo
El resto, los creyentes, escuchaban las predicaciones de los perfectos y conocían los preceptos de tipo moral. Eran, en cierto modo, simpatizantes de los buenos hombres y por su parte mantenían el compromiso de acceder a que antes de morir se les otorgase el sacramento de la consolación, que habría de permitir la salvación de su alma. Gracias a este sacramento, que era el único que practicaban, el creyente era bautizado a través de un acto de imposición de manos que le trasmitía el Espíritu Santo. Con la consolación de los moribundos, cuando el creyente fallecía, el perfecto que le acompañaba en ese momento crucial guiaba su alma hacía la elevación y hacia la suprema Luz de Dios. Se trataba, en suma, de evitar que el alma del fallecido continuara presa en el bajo mundo de la materia.
La consolación era para el catarismo un sacramento único, en el que se fundían el bautismo, la penitencia, la ordenación y la extremaunción. Este bautismo por imposición de manos identificaba a la Iglesia de la pureza cátara y se fundamentaba en la propia tradición apostólica, en la que encontramos citas como, a modo de ejemplo: "Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo" (Hechos de los Apóstoles, 8,17). A través de la consolación se conseguía liberar a la población de la angustia del juicio final y de la amenaza del infierno eterno. El infierno estaba aquí, en el mundo de la materia, y a través de la consolación el alma del moribundo se elevaba en búsqueda del Supremo. Las creencias cátaras, sin duda utópicas, afirmaban que algún día todos los hombres se habrían salvado y en ese momento, en el fin de los tiempos, todas las almas habrían retornado a Dios.