¿Se va la poesía de las cosas o no la puede condensar mi vida? Ayer mirando el último crepúsculo yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.
Las ciudades hollines y venganzas, la cochinada gris de los suburbios, la oficina que encorva las espaldas, el jefe de ojos turbios.
Sangre de un arrebol sobre los cerros, sangre sobre las calles y las plazas, dolor de corazones rotos, podre de hastíos y de lágrimas.
Un río abraza el arrabal como una mano helada que tienta en las tinieblas: sobre sus aguas se avergüenzan de verse las estrellas.
Y las casas que esconden los deseos detrás de las ventanas luminosas, mientras afuera el viento lleva un poco de barro a cada rosa.
Lejos... la bruma de las olvidanzas humos espesos, tajamares rotos, y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean los bueyes y los hombres sudorosos.
Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas, mordiendo solo todas las tristezas, como si el llanto fuera una semilla y yo el único surco de la tierra.
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