MUNDOS TRANSITORIOS
234 – ¿Existen, como se ha dicho, mundos que sirven a los
Espíritus errantes como estaciones y lugares de reposo?
– Sí, hay mundos particularmente destinados a los seres
errantes y en los cuales pueden habitar temporalmente; especies de
campamentos, de campos para descansar de una prolongada
erraticidad, que siempre es algo penosa. Son posiciones intermedias
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entre los otros mundos, graduadas de acuerdo con la naturaleza de
los Espíritus que pueden ir a ellas, los cuales gozan de mayor o menor
bienestar.
– Los Espíritus que habitan esos mundos, ¿pueden dejarlos a
su antojo?
Sí, los Espíritus que están en esos mundos pueden separarse
de ellos para ir donde deben dirigirse. Imaginadlos como aves de
paso que se detienen en una isla, esperando recobrar fuerzas para
dirigirse a su destino.
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– ¿Progresan los Espíritus durante su permanencia en los mundos transitorios?
– Indudablemente, pues los que se reúnen así lo hacen con el
objetivo de instruirse y de poder obtener más fácilmente permiso para
trasladarse a mejores lugares y ascender a la posición de los elegidos.
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– ¿Los mundos transitorios están por su naturaleza especial perpetuamente destinados a los Espíritus errantes?
– No, su posición es temporal únicamente.
– ¿Están habitados al mismo tiempo por seres corporales?
– No, pues su superficie es estéril. Los que los habitan no tienen
necesidades.
– ¿Esta esterilidad es permanente o procede de su naturaleza
especial?
– No; son estériles transitoriamente.
–¿Entonces, esos mundos, deben estar desprovistos de bellezas
naturales?
– La naturaleza se traduce en las bellezas de la inmensidad,
que no son menos admirables que las que llamáis bellezas naturales.
– Puesto que el estado de esos mundos es transitorio, ¿estará
un día la Tierra en ese mismo estado?
– Ya lo estuvo.
– ¿En qué época?
– Durante su formación.
Nada es inútil en la Naturaleza: cada cosa tiene su objetivo y su destino;
nada está vacío, todo está habitado, la vida está en todas partes. Así, pues, durante
la larga serie de siglos que transcurrieron, antes de que apareciese el hombre en
la Tierra, durante aquellos lentos períodos de transición, atestiguados por las
capas geológicas, antes aun de la formación de los primeros seres orgánicos
sobre esta masa informe, en este árido caos donde los elementos estaban
confundidos, no había ausencia de vida. Seres que no tenían nuestras necesidades,
ni nuestras sensaciones físicas, encontraban refugio en él. Dios quiso que aun en
semejante estado de imperfección, sirviese para algo. ¿Quién, pues, se atreverá a
decir que, entre esos billones de mundos que circulan por la inmensidad, tiene el
privilegio de estar habitado uno solo, uno de los más pequeños, confundido con
la multitud?
Entonces, ¿cuál sería la utilidad de los otros? ¿Dios los habría hecho
solo para recrear nuestros ojos? Suposición absurda, incompatible con la sabiduría
que emana de todas sus obras, e inadmisible, cuando se considera todo aquello
que no podemos percibir. Nadie negará que en esta idea de mundos aún
inapropiados para la vida material, pero poblados, sin embargo, de seres vivientes
apropiados a semejante medio, haya algo de grande y de sublime, donde tal vez
se encuentre la solución a más de un problema.