Una vez reconocida la acción inteligente, queda por saber cuál es el origen de ésta inteligencia.
Se ha pensado que podía ser la del médium o de los asistentes que
se reflejaba como la luz o los rayos sonoros. Esto era posible: sólo
la experiencia podía decir su última palabra. Mas desde luego,
observamos que este sistema se separa ya completamente de la
idea puramente materialista; para que la inteligencia de los
asistentes pueda reproducirse por la vía indirecta, sería preciso
admitir en el hombre un principio fuera del organismo.
Si el pensamiento expresado hubiera siempre sido el de los
asistentes, la teoría de la reflexión se hubiera confirmado; ¿pero
el fenómeno, aun reducido a esta proporción, no sería acaso del
más grande interés? ¿Reflejándose el pensamiento en un cuerpo
inerte y traduciéndose por el movimiento y el ruido, no sería una
cosa muy notable? ¿No habría motivo para excitar la curiosidad
de los sabios? ¿Por qué, pues, le han desdeñado, aquellos que
agotan sus fuerzas en la investigación de una fibra nerviosa?
Sólo la experiencia, decimos nosotros, podía dar o dejar de
dar la razón a esta teoría, y no se ha dado, porque demuestra a
cada instante, y por los hechos más positivos, que el pensamiento
expresado, puede ser no sólo extraño al de los asistentes, sino que
muchas veces le es enteramente contrario; que viene a contradecir
todas las ideas preconcebidas y desbaratar todas las previsiones;
en efecto, cuando yo pienso blanco y se me responde negro, me es
difícil creer que la respuesta venga de mí. Dicha teoría se apoya
en algunos casos de identidad entre el pensamiento expresado y
en de los asistentes; ¿pero qué prueba ésto, sino que los asistentes
pueden pensar como la inteligencia que se comunica? Nadie dice
que deben ser siempre de opinión contraria. Cuando en la
conversación, el interlocutor emite un pensamiento análogo al
vuestro ¿diréis por esto que viene de vosotros? Bastan algunos
ejemplos contrarios bien acreditados, para probar que esta teoría
no puede ser absoluta. Por otra parte, ¿cómo explicar con la
reflexión del pensamiento, la escritura producida por personas
que no saben escribir, las respuestas filosóficas de la mayor
elevación obtenidas por personas no literatas, las que se dan a
preguntas mentales o en un lenguaje desconocido del médium, y
mil otros hechos que no pueden dejar duda sobre la independencia
de la inteligencia que se manifiesta? La opinión contraria solo
puede ser el resultado de una falta de observación.
Si la presencia de una inteligencia extraña está probada
moralmente por la naturaleza de las contestaciones, lo es
materialmente por el hecho de la escritura directa; esto es, de la
escritura obtenida espontáneamente, sin pluma ni lápiz, sin
contacto, y a pesar de todas las precauciones tomadas para
garantizarse de todo subterfugio. El carácter inteligente del
fenómeno, no puede ponerse en duda; luego hay otra cosa más
que una acción fluídica. Además, la espontaneidad del pensamiento
expresado fuera de toda espera, de toda cuestión propuesta, no
permite ver en ello un reflejo del de los asistentes.
El sistema del reflejo es bastante desatento en ciertos casos;
cuando en una reunión de personas decentes, sobreviene
inopinadamente una de estas comunicaciones irritantes por su
grosería, sería hacer poco favor a los asistentes el pretender que
proviene de alguno de ellos; y es probable que todos se apresurarán
a rechazarla. (Véase
El libro de los Espíritus, Introducción XVI). 44.
Sistema del alma colectiva. Es una variante del precedente. Según este sistema, sólo el alma del médium se
manifiesta, pero se identifica con la de muchos otros vivientes
presentes o ausentes, y forma un
todo colectivo reuniendo las aptitudes, la inteligencia y los conocimientos de cada uno. Aunque
la obrita en que esta teoría se expone se titule
La Luz (1), nos ha parecido de un estilo muy oscuro; confesamos haberla
comprendido poco y no hablamos de la misma sino para que se
tenga presente. Por otra parte, es, como muchas otras, una opinión
individual que ha hecho pocos prosélitos. El nombre de
Emah Tirpsé
es el que toma el autor para designar el ser colectivo que representa. Toma por epígrafe:
nada hay oculto que no deba ser conocido.
Esta proposición es evidentemente falsa, porque hay una porción de cosas que el hombre no puede ni debe saber; muy
presuntuoso sería el que pretendiese penetrar todos los secretos
de Dios.
45.
Sistema de sonambulismo. Este ha tenido más partidarios, y cuenta todavía con algunos. Como el precedente,
admite que todas las comunicaciones inteligentes tienen su origen
en el alma o Espíritu del médium; pero para explicar su aptitud y
tratar de objetos fuera de sus conocimientos, en lugar de suponer
en él un alma múltiple, atribuye esta aptitud a una sobrexcitación
momentánea de las facultades mentales, a una especie de estado
de sonambulismo o de éxtasis que exalta y desenvuelve su
inteligencia. No se puede negar, en ciertos casos, la influencia de esta causa; pero basta haber visto operar a la mayor parte de estos
médiums, para convencerse que no puede resolver todos los
hechos, y que forma la excepción y no la regla. Se podría creer
que es así, si el médium tuviese siempre el aspecto de un inspirado
o de un extático, apariencia que por otra parte podía simular
perfectamente, si quisiera hacer una farsa; pero, ¿cómo creer en
la inspiración, cuando el médium escribe como una máquina, sin
tener la menor conciencia de lo que obtiene, sin la menor emoción,
sin ocuparse de lo que hace y mirando a otra parte, riendo y
haciendo diferentes cosas? Se concibe la sobrexcitación de las
ideas, pero no se comprende que pudiese hacer escribir al que no
sabe, y aun menos cuando las comunicaciones se transmiten por
golpes, o con la ayuda de una tablita o de una cestita. Veremos en
la continuación de esta obra la parte que es preciso conceder a la
influencia de las ideas del médium; pero los hechos en que la
inteligencia extraña se revela por señales incontestables, son tan
numerosos y tan evidentes, que no pueden dejar ninguna duda. La
falta de razón en la mayor parte de los sistemas nacidos en el
origen del Espiritismo, es el haber sacado consecuencias generales
de algunos hechos aislados.
46.
Sistema pesimista, diabólico o demoníaco. – Aquí entramos en otro orden de ideas. Estando acreditada la intervención
de una inteligencia extraña, se trataba de saber cuál era la
naturaleza de esta inteligencia. El medio más sencillo era, sin duda,
el preguntárselo; pero ciertas personas no han encontrado en eso
una garantía suficiente, y sólo han querido ver en todas las
manifestaciones una obra diabólica. Según ellas, tan sólo los
demonios o el diablo pueden comunicarse. Aunque este sistema
encuentra poco eco hoy, no ha dejado de gozar de algún crédito
por algunos momentos por el carácter de aquellos que han tratado
de hacerle prevalecer. Sin embargo, haremos observar que los
partidarios del sistema demoníaco, no deben estar colocados entre
los adversarios del Espiritismo, antes al contrario. Que los seres
que se comunican sean demonios o ángeles, siempre son seres
incorpóreos; luego, admitir la manifestación de los demonios,
siempre es admitir la posibilidad de comunicarse con el mundo
invisible, o al menos con una parte de este mundo.
La creencia en la comunicación exclusiva de los demonios,
por irracional que sea, podía no parecer imposible cuando se
miraba a los Espíritus como seres creados fuera de la Humanidad;
pero desde que se sabe que los Espíritus no son otra cosa que las
almas de aquellos que han vivido, ha perdido todo su prestigio, y
se puede decir toda verosimilitud; porque se seguiría que todas
estas almas son demonios, aunque fuesen de un padre, de un hijo
o de un amigo, y que nosotros mismos muriendo, venimos a ser
demonios, doctrina poco lisonjera y poco consoladora para muchas
gentes. Será muy difícil persuadir a una madre de que el niño
querido que ha perdido, y que viene a darle, después de su muerte,
pruebas de su afecto y de su identidad, sea un dependiente de
Satanás. Es verdad que entre los Espíritus, los hay muy malos, y
que no valen más que aquellos que se llaman
demonios, por una razón muy sencilla: porque hay hombres muy malos, y que la
muerte no les hace inmediatamente mejores, la cuestión está en
saber si éstos son los únicos que puedan comunicarse. A los que
lo crean así, les dirigimos las preguntas siguientes:
1짧 ¿Hay buenos y malos Espíritus?
2짧 ¿Dios es más poderoso que los malos Espíritus, o que los
demonios, si así los queréis llamar?
3짧 Afirmar que sólo los malos se comunican, es decir que
los buenos no lo pueden; si esto es así, una de dos: esto tiene lugar
por la voluntad, o contra la voluntad de Dios. Si es contra su
voluntad, es que los malos Espíritus son más poderosos que él; si
es por su voluntad, ¿por qué en su bondad, no lo permitiría a los
buenos para contrabalancear la influencia de los otros?
4짧 ¿Qué prueba podéis dar de la impotencia de los buenos
Espíritus en comunicarse?
5짧 Cuando se nos opone la sabiduría de ciertas
comunicaciones, respondéis que el demonio toma todas las
apariencias para seducir mejor. Sabemos en efecto, que hay
Espíritus hipócritas que dan a su lenguaje un falso barniz de
sabiduría; ¿pero admitís acaso que la ignorancia pueda falsificar
el verdadero saber, y una mala naturaleza remendar la verdadera
virtud, sin dejar penetrar nada que pudiese descubrir el fraude?
6짧 Si sólo el demonio se comunica, puesto que es enemigo
de Dios y de los hombres, ¿por qué recomienda orar a Dios,
someterse a su voluntad, sufrir sin murmurar las tribulaciones de
la vida, no ambicionar honores ni riquezas, practicar la caridad y
todas las máxima de Cristo; en una palabra, hacer todo lo que es
necesario para destruir su imperio? Si es el demonio quien da
tales consejos, es preciso convenir que siendo tan astuto es poco
diestro al suministrar armas contra sí mismo. (1)
7짧 Si los Espíritus se comunican, es porque Dios lo permite;
viendo buenas y malas comunicaciones, ¿no es más lógico pensar
que Dios permite unas para probarnos y otras para aconsejarnos
el bien?
8짧 ¿Qué pensarías de un padre que dejase a su hijo a merced
de los ejemplos y consejos perniciosos, que apartase de él, y le
prohibiese ver personas que pudiesen desviarle del mal? Lo que
un buen padre no haría, ¿debe creerse que Dios, que es la bondad
por excelencia, haga menos de lo que haría un hombre?
9짧 La Iglesia reconoce como auténticas ciertas
manifestaciones de la virgen y otros santos, en apariciones,
visiones, comunicaciones orales, etc.; ¿acaso esta creencia no es
(1) Esta cuestión ha sido tratada en
El libro de los Espíritus (número 128 y siguientes); pero recomendamos a este objeto, como sobre todo lo que toca a la parte religiosa,
la obrita titulada: “
Carta de un católico sobre el Espiritismo”, por el doctor Grand, antiguo cónsul de Francia (casa Ledoyen, In-18; precio. Ifr.), así como la que nosotros vamos a
publicar bajo el título de: “Los contradictores del Espiritismo, al punto de vista de la religión,
de la ciencia y del materialismo”.
contraria a la doctrina de la comunicación exclusiva de los
demonios?
Creemos que ciertas personas han profesado esta teoría de
buena fe; pero también creemos que muchas lo han hecho
únicamente con el objeto de que no se ocupasen de estas cosas, a
causa de las malas comunicaciones que se exponen a recibir;
diciendo que sólo el diablo se manifiesta, han querido asustar,
como se le dice a un niño: no toques esto, porque quema. La
intención puede ser laudable, pero el fin es erróneo; porque la
sola prohibición excita la curiosidad, y el miedo al diablo retiene
a muy pocas gentes: se le quiere ver, aunque solo sea para saber
cómo está hecho, y se quedan admirados de no encontrarlo tan
negro como se creían.
¿No se podría ver también otro motivo en esta teoría
exclusiva del diablo? Creen algunas gentes que todos los que no
son de su opinión van mal; así pues, aquellos que pretenden que
todas las comunicaciones son obra del demonio, ¿acaso no estarían
dominados por el miedo de que los Espíritus no fuesen de su mismo
parecer sobre todos los puntos, principalmente sobre los que tocan
a los intereses de este mundo, más que a los del otro? No pudiendo
negar los hechos, han querido presentarlos de una manera
pavorosa; pero este medio no ha contenido más que los otros.
Cuando el miedo al ridículo es impotente, es preciso resignarse
que las cosas sigan su curso.
El musulmán que oyera a un Espíritu hablar contra ciertas
leyes del Corán, pensaría seguramente que éste era un mal Espíritu;
lo mismo sería de un judío por lo que mira a ciertas prácticas de la
ley de Moisés. En cuanto a los católicos, hemos oído afirmar a
uno que el Espíritu que se comunicaba solo podía ser el
diablo, porque se había permitido pensar de otro modo que él sobre el
poder temporal, aunque por otra parte sólo hubiese predicado la
caridad, la tolerancia, el amor al prójimo, y la abnegación de las
cosas de este mundo, máximas todas enseñadas por el Cristo.
Los Espíritus, no siendo otros que las almas de los hombres,
y los hombres no siendo perfectos, resulta de esto que hay Espíritus
igualmente imperfectos, y cuyo carácter se refleja en sus
comunicaciones. Es un hecho incontestable que los hay malos,
astutos, profundamente hipócritas, y contra los cuales es preciso
ponerse en guardia; pero, porque haya en el mundo hombres
perversos, no es una razón para huir de la sociedad. Dios nos ha
dado la razón y el juicio para apreciar a los Espíritus, así como a
los hombres. El mejor medio de precaverse contra los
inconvenientes que puede presentar la práctica del Espiritismo,
no es el prohibirle, sino el hacerle comprender. Un miedo
imaginario sólo impresiona un instante y no afecta a todo el mundo;
la realidad claramente demostrada se comprende por todos.
47.
Sistema optimista. Al lado de aquellos que no ven en estos fenómenos sino la acción de los demonios hay otros que
sólo han visto la de los buenos Espíritus; éstos han querido suponer
que estando el alma separada de la materia, ningún velo existía
para ella, y que debía tener la soberana ciencia y la soberana
sabiduría. Su ciega confianza en esta superioridad absoluta de los
seres del mundo invisible, ha sido para muchos el origen de
bastantes decepciones y han aprendido a sus costas a desconfiar
de ciertos Espíritus así como de ciertos hombres.