ACCIÓN DE LOS ESPÍRITUS
SOBRE LA MATERIA
52.
Separada la opinión materialista, como condenada a la vez por la razón y por los hechos, todo se reduce a saber si el
alma después de la muerte puede manifestarse a los vivos. La
cuestión, reducida de este modo a la más simple expresión, se
encuentra singularmente despejada. Se podría preguntar, desde
luego, por qué seres inteligentes que en cierto modo viven en
nuestro centro, aunque invisibles por su naturaleza, no podrían
atestiguar su presencia de una manera cualquiera. La simple
razón dice que para esto no hay nada absolutamente imposible y
esto es ya alguna cosa. Esta creencia tiene, por otra parte, el
asentimiento de todos los pueblos, porque se la encuentra por
todas partes y en todas las épocas; luego una intuición no podría
ser tan general, ni sobreviver a los tiempos sin apoyarse en alguna
cosa. Está, además, sancionada por el testimonio de los libros
sagrados y de los Padres de la Iglesia, y ha sido menester el
escepticismo y el materialismo de nuestro siglo para relegarla
entre las ideas supersticiosas; si estamos en error, estas
autoridades lo están igualmente.
Pero esto sólo son consideraciones morales; una causa, sobre
todo, ha contribuido a fortificar la duda en una época tan positiva
como la nuestra, en que se procura darse cuenta de todo, en que se
quiere saber el por qué y el cómo de cada cosa, y consiste en la
ignorancia de la naturaleza de los Espíritus y de los medios por
los cuales pueden manifestarse. Adquirido este conocimiento, el
hecho de las manifestaciones nada tiene de sorprendente y entra
en el orden de los hechos naturales.
53.
La idea que uno se forma de los Espíritus hace a primera vista incomprensible el fenómeno de las manifestaciones. Estas
manifestaciones no pueden tener lugar sino por la acción del
Espíritu sobre la materia; por esto los que creen que el Espíritu es
la ausencia de toda materia, se preguntan, con alguna apariencia
de razón, cómo puede obrar materialmente. Pero ahí está el error,
porque el Espíritu no es una abstracción: es un ser definido,
limitado y circunscripto. El Espíritu encarnado en el cuerpo,
constituye el alma; cuando lo deja a la muerte, no sale despojado
de toda envoltura. Todos los Espíritus nos dicen que conservan la
forma humana, y en efecto, cuando se nos aparecen es bajo la que
nosotros les conocíamos.
Observémosle atentamente en el momento en que acaban
de dejar la vida; están en un estado de turbación; todo está confuso
a su alrededor; ven su cuerpo sano o mutilado según el género de
muerte; por otra parte se ven y se sienten vivir; alguna cosa les
dice que este cuerpo le pertenece y no comprenden que estén
separados de él. Continúan viéndose bajo su forma primitiva, y
esta visión produce en algunos, durante cierto tiempo, una singular
ilusión: la de creerse aún vivos: les falta la experiencia de su nuevo
estado para convencerse de la realidad. Disipado este primer
momento de turbación, el cuerpo viene a ser para ellos un vestido
viejo, del cual se han despojado, y que no lo echan de menos; se
sienten más ligeros y como desembarazados de un peso; no
experimentan ya dolores físicos, y son muy felices en poder
elevarse, recorrer el espacio así como lo hacían diferentes veces,
viviendo en sueños. Sin embargo, a pesar de la ausencia del
cuerpo, acreditan su personalidad; tienen una forma, pero una
forma que no les molesta ni les embaraza; ellos, en fin, tienen la
conciencia de su
yo y de su individualidad. ¿Qué debemos deducir de todo esto? Que el alma no lo deja todo en la tumba, y que algo
se lleva consigo.
54.
Numerosas observaciones y hechos irrecusables de que tendremos que hablar más tarde nos han conducido a esta
consecuencia, a saber que en el hombre hay tres cosas: 1짧 el alma
o Espíritu, principio inteligente en quien reside el sentido moral;
2짧 el cuerpo material, envoltura grosera, de la que está
temporalmente revestido para el cumplimiento de ciertas miras
providenciales; y 3짧 el periespíritu, envoltura fluídica semimaterial,
sirviendo de lazo entre el alma y el cuerpo.
La muerte es la destrucción o, mejor, la desagregación de la
envoltura grosera, de aquella que el alma abandona; la otra se
separa y sigue al alma, que se encuentra de esta manera tener
siempre una envoltura; esta última, bien que fluídica, etérea,
vaporosa, invisible para nosotros en su estado normal, no por eso
deja de ser materia, aunque hasta ahora no hayamos podido cogerla
y someterla al análisis.
Esta segunda envoltura del alma o
periespíritu existe pues, durante la vida corporal; es el intermediario de todas las
sensaciones que percibe el Espíritu, aquel por el cual el Espíritu
transmite su voluntad al exterior y obra sobre los órganos. Para
servirnos de una comparación material, es de hilo eléctrico
conductor que sirve a la recepción y a la transmisión del
pensamiento; es, en fin, ese agente misterioso, inaccesible,
designado con el nombre de fluido nervioso, que tan gran papel
juega en la economía, y del que no se tiene bastante cuenta en los
fenómenos fisiológicos y patológicos. No considerando la
medicina sino el elemento material ponderable, se priva en la
apreciación de los hechos de una causa incesante de acción. Pero
no es este el lugar de examinar esta cuestión tan solo haremos
observar que el conocimiento del periespíritu es la llave de una
porción de problemas hasta ahora inexplicables.
El periespíritu no es una de esas hipótesis a las cuales se
han recurrido algunas veces en la ciencia para la explicación de
un hecho; su existencia revelada por los Espíritus, es también
resultado de observaciones, como tendremos ocasión para
demostrarlo. Por el momento y para no anticiparnos sobre los
hechos que tenemos que relatar, nos limitaremos a decir que
durante su unión con el cuerpo, o aun después de su separación, el
alma no está nunca separada de su periespíritu.
55.
Se ha dicho que el Espíritu es una llama, una chispa: ésta debe entenderse del Espíritu propiamente dicho, como
principio intelectual y moral, y al cual no se podría atribuir una
forma determinada; pero en cualquier grado que se encuentre,
está siempre revestido de una envoltura o periespíritu cuya
naturaleza se va haciendo más etérea a medida que se purifica y
se eleva en la jerarquía; de tal suerte, que para nosotros la idea de
forma es inseparable de la de espíritu, y que no concebimos la
una sin la otra. El periespíritu forma, pues, parte integrante de
hombre; pero el periespíritu solo no es el Espíritu como el cuerpo
solo no es el hombre, porque el periespíritu no piensa; es al Espíritu
lo que el cuerpo es al hombre; esto es, el agente o instrumento de
su acción.
56.
La forma del periespíritu es la forma humana y cuando nos aparece es generalmente aquella bajo la cual hemos conocido
al Espíritu en su vida. Se podría creer, según esto, que el
periespíritu, separado de todas las partes del cuerpo, se amolda de
algún modo sobre él y conserva su tipo, pero no parece que sea
así. La forma humana, con algunas diferencias de detalle y salvo
las modificaciones orgánicas necesarias para el centro en el cual
el ser está llamado a vivir, se encuentra en los habitantes de todos
los globos; al menos ésto es lo que dicen los Espíritus; es
igualmente la forma de todos los Espíritus no encarnados y que
no tienen más que el periespíritu; es aquella bajo la que en todo
tiempo se han representado los ángeles o Espíritus puros; de donde
debemos deducir que la forma humana es la forma tipo de todos
los seres humanos a cualquier grado que pertenezcan. Pero la
materia sutil del periespíritu no tiene la tenacidad ni la rigidez de
la materia compacta del cuerpo; es, si podemos expresarnos así,
flexible y expansible por esto la forma que toma, aunque calcada
sobre la del cuerpo, no es absoluta; se pliega a voluntad del
Espíritu, quien puede darle tal o cual apariencia a su gusto, mientras
que la envoltura sólida le ofrece una resistencia insuperable.
Desembarazado de esa traba que le comprimía el periespíritu se
extiende o se estrecha, se transforma, en una palabra, se presta a
todas las metamorfosis, según la voluntad que obra sobre él. A
consecuencia de esta propiedad de su envoltura fluídica, es como
el Espíritu que quiere hacerse reconocer, puede, cuando esto es
necesario, tomar la exacta apariencia que tenía en vida, hasta la
de los accidentes corporales que pueden ser signos de
reconocimiento.
Los Espíritus, como se ve, son, pues, seres semejantes a
nosotros, formando a nuestro alrededor toda una población
invisible en el estado normal; decimos en el estado normal porque,
como lo veremos, esta invisibilidad no es absoluta.