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General: La impermanencia
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De: C a m i (Mensaje original) |
Enviado: 21/10/2011 22:10 |
No hay lugar en la tierra donde la muerte no pueda encontrarnos, por
mucho que volvamos constantemente la cabeza en todas direcciones como si
nos halláramos en una tierra extraña y sospechosa. [...] Si hubiese
alguna manera de resguardarse de los golpes de la muerte, no soy yo
aquel que no lo haría. [...] Pero es una locura pensar que se pueda
conseguir eso. [...]
Los hombres vienen y van, trotan y danzan, y de la muerte ni una
palabra. Todo muy bien. Sin embargo, cuando llega la muerte, a ellos, a
sus esposas, sus hijos, sus amigos, y los sorprende desprevenidos, ¡qué
tormentas de pasión no los abruman entonces, qué llantos, qué furor, qué
desesperación! [..] Para empezar a privar a la muerte de su mayor
ventaja sobre nosotros, adoptemos una actitud del todo opuesta a la
común; privemos a la muerte de su extrañeza, frecuentémosla,
acostumbrémonos a ella; no tengamos nada más presente en nuestros
pensamientos que la muerte [...] No sabemos dónde nos espera la muerte:
así pues, esperémosla en todas partes. Practicar la muerte es practicar
la libertad. EL hombre que ha aprendido a morir ha desaprendido a ser
esclavo. MONTAIGNE’
¿Por qué es tan difícil practicar la muerte y practicar la libertad? ¿Y
por qué exactamente nos asusta tanto la muerte que nos negamos en
redondo a contemplarla? Dentro de nosotros, en lo más hondo, sabemos que
no podremos evitar eternamente enfrentarnos a la muerte. Sabemos que,
como dijo Milarepa, “aquello llamado “cadáver”, a lo que tanto tememos,
está viviendo con nosotros aquí y ahora”. Cuanto más tardamos en
afrontar la muerte, cuanto más la borramos de nuestros pensamientos,
mayores son el miedo y la inseguridad que se acumulan para acosarnos.
Cuanto más intentamos huir de ese miedo, más monstruoso se vuelve.
La muerte es, en efecto, un enorme misterio, pero de ella se pueden
decir dos cosas: es absolutamente cierto que moriremos, y es incierto
cuándo y cómo moriremos. La única certeza que tenemos, pues, es esta
incertidumbre sobre la hora, la cual nos sirve de excusa para postergar
el afrontar la muerte directamente. Somos como niños que se tapan los
ojos jugando al escondite y se figuran que nadie puede verlos.
¿Por qué vivimos en tal terror a la muerte? Porque nuestro deseo
instintivo es vivir y seguir viviendo, y la muerte es el cruel fin de
todo lo que consideramos familiar. Tenemos la sensación de que, cuando
llegue, nos veremos sumergidos en algo del todo desconocido, o que nos
convertiremos en alguien completamente distinto. Imaginamos que nos
encontraremos perdidos y confusos, en un ambiente extraño y aterrador.
Nos
imaginamos que será algo así como despertar en medio de una tormenta de
ansiedad, solos en un país extranjero, sin conocer el territorio ni el
idioma, sin dinero, sin conocer a nadie, sin pasaporte, sin amigos...
Quizá la razón más profunda de que temamos a la muerte es que ignoramos
quiénes somos. Creemos en una identidad personal, única e independiente,
pero, si nos atrevemos a examinarla, comprobamos que esta identidad
depende por completo de una interminable colección de cosas que la
sostienen: nuestro nombre, nuestra “biografía”, nuestras parejas y
familiares, el hogar, los amigos, las tarjetas de crédito... Es de este
frágil y efímero sostén de lo que depende nuestra seguridad Así que,
cuando se nos quite todo eso, ¿tendremos idea de quiénes somos en
realidad?
Sin nuestras propiedades conocidas, quedamos cara a cara con nosotros
mismos: una persona a la que no conocemos, un extraño inquietante con
quien hemos vivido siempre pero al que en el fondo nunca hemos querido
tratar. ¿Acaso no es ese el motivo de que tratemos de llenar cada
instante de ruido y actividad, por aburrida y trivial que sea, para
evitar quedarnos a solas y en silencio con ese desconocido?
¿Y no apunta eso hacia algo fundamentalmente trágico en nuestro estilo
de vida? Vivimos bajo una identidad asumida en un neurótico mundo de
cuento de hadas que no tiene más realidad que la Tortuga de Alicia en el
País de las Maravillas.
Hipnotizados por el entusiasmo de construir, hemos edificado la casa de
nuestra vida sobre cimientos de arena. Este mundo puede parecer
maravillosamente convincente hasta que la muerte nos destruye la ilusión
y nos saca de nuestro escondite. ¿Qué será entonces de nosotros si no
tenemos la menor idea de ninguna realidad más profunda?
Cuando muramos lo dejaremos todo atrás. sobre todo este cuerpo al que
tanto hemos apreciado, en el que tan ciegamente hemos confiado y al que
con tantos esfuerzos hemos procurado mantener vivo. Pero la mente no es
más fiable que el cuerpo. Fíjese unos minutos en su mente. Comprobará
que es como una pulga que no cesa de saltar de un lado a otro. Verá que
los pensamientos surgen sin ningún motivo, sin ninguna relación.
Arrastrados por el caos de cada instante, somos víctimas de la
volubilidad de nuestra mente. Si éste es el único estado consciente con
el que estamos familiarizados, confiar en nuestra mente en el momento de
la muerte es una apuesta absurda.
Sogyal Rimpoché
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C a m i . Buenos dias amiga. Gracias por tu gran labor en la página, con tan interesantes trabajos, Este de la Impermanencia, te ponen ejemplos para no temer a la muerte; es mejor que en vez de pensar e ella, sólo pensemos que para librarnos de la misma, vayamos llenando nuestra vida -que es breve-, de obras de amor, caridad, y plena disposición, para hacer siempre el bien y con ello no habrá miedo a la muerte, porque en el más allá, tendremos la mejor recompensa y viviremos eternamente felices.
Besitos al viento, para que el los lleve a su destino, donde solo se puede ir con el pensamiento. Casimiro. |
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