LA MARIPOSA BLANCA
Una tarde abrileña, notablemente hermosa,
entró rauda en mi
cuarto tan blanca mariposa
que la luz que irradiaba de sus frágiles
alas
vestía cada objeto con sus menores galas,
posándose enseguida,
con gracia y ligereza,
sobre un ramo de flores que adornaba mi
mesa.
Y no sé si fue sueño, locura o desvarío,
lo cierto es que de
pronto todo el cuarto sombrío
se alumbró con mil luces y, para mi
sorpresa,
la blanca mariposa me dijo con tristeza:
"Por mi color tan
bello, la diosa Primavera
decidió proclamarme su blanca mensajera.
Al
romper sus corolas las perfumadas flores;
al entonar sus trinos los dulces
ruiseñores;
al brillar por las tardes el sol sobre los prados;
al
repicar la lluvia su canto en los tejados,
la plata de mis alas hería la
pradera
anunciando orgullosa: ¡llegó la primavera!
Los niños en los
parques reían y cantaban
y, al mirarlos de lejos, capullos semejaban
mecidos por la brisa, que traviesa esparcía
los lejanos perfumes que
en sus ondas traía.
En los campos los novios, con palabras muy
quedas
hablaban de su dicha bajo las arboledas.
¡Era un canto a la
vida perfumado de rosas!
Pero el tiempo, implacable, cambia todas las
cosas.
Las negras ambiciones, emergiendo del lodo
fueron ganando
fuerzas, envolviéndolo todo:
el amor y la dicha, los más puros
cariños,
los prados y las flores, las risas de los niños...
Hoy todo
es egoísmo, vesania, sangre, guerra:
¿es que el amor sincero ya no existe en
La Tierra?
¿Ya no hay seres que sueñen, ya no hay nadie que ría?
Si
es así, no hace falta ya la presencia mía..."
Así dijo y, moviendo sus
alas presurosa,
¡huyó por la ventana la blanca mariposa!