--Estoy seguro que ahora sí cayó todo el peso de la injusticia sobre mí—le dijo Sonia a su madre el día que, tras ser sorprendida como inmigrante ilegal, fue acusada de tenencia de drogas aunque en mínima proporción. Alegó que jamás portó esos gramos de cocaína e incluso ventiló la posibilidad de que fuera producto del fuerte altercado que tuvo con el oficial.
--Ustedes los sudamericanos nos complican la vida—le repetía una y otra vez en tanto la llevaba a la delegación. Aunque el día estaba radiante, aquella mañana se tornó fría y el sol perdió todo color y brillantez en los meses siguientes. En un país extraño, sin recursos económicos y bajo el peso de una grave acusación, no valía la pena vivir, razonaba con frecuencia.
Su madre en Santiago de Cali clamaba por ella. Pidió oración en la iglesia y en todas las congregaciones que quisieren escuchar su angustiada versión. –Mi hija es inocente—insistía para, acto seguido, pedir oraciones en su favor.
Dios respondió. Pasaron dos meses que para la familia se tornaron una eternidad. Por fin se hizo justicia. Por supuesto, lo primero que hizo Sonia fue regresar a su ciudad para disfrutar los cálidos atardeceres y la brisa fresca que baña a los transeúntes del Puente Ortiz, la Plaza de Caycedo, las afueras de la Iglesia La Ermita y la Avenida Sexta. Al regresar las páginas de aquel incidente traumático no puede menos que reconocer el poder ilimitado de Dios.
La oración desencadena poder divino
Para muchas personas es probable que orar no sea otra cosa que un período aburrido de pedir y pedir. Sin embargo es evidente que, cuando oramos, se libera poder de Dios. La respuesta pude producirse inmediatamente o con el paso de las horas o de los días, pero inevitablemente llegará.
Para ilustrar este hecho acudiremos a revisar la persecución inmisericorde que se desató en el primer siglo de nuestra era contra los cristianos. El rey Herodes asesinó a espada a Jacobo—uno de los discípulos de Jesús—e inmediatamente quiso extender el suplicio a otros creyentes. Apresó a Pedro.
Una situación difícil. La solución escapaba de las manos de los cristianos de la época. Era tanto como enfrentarse a las disposiciones de las autoridades romanas. Ningún abogado podía ayudarles porque sencillamente no tenían derechos a los cuales apelar.
Frente a un panorama tan ensombrecido como aquél, hicieron lo que todo cristiano cuando afronta circunstancias adversas: "...así que Pedro estaba custodiado en la cárcel; pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él" (Hechos 12:5).
Perseverancia en el clamor
Hay dos hechos significativos en el versículo 5 que no podemos pasar desapercibidos. El primero es la "perseverancia". La Escritura muestra que no cesaban de interceder. Eso significa que así nada pareciera ocurrir, seguían en su tarea.
Disposición y constancia que se conjugan en un elemento de suma importancia: perseverar. Lleva a no permitir que la desesperanza nos invada cuanto todo a nuestro alrededor revela quietud, como si el estancamiento hubiese tocado a nuestras puertas.
El segundo aspecto es a quién deben dirigirse nuestras oraciones. El objetivo es que se encaminen a Dios. No podemos desviarla a imágenes o ídolos. Definitivamente no. Deben orientarse a Aquél que todo lo puede. El es nuestra fuente de poder.
Dios responde a las oraciones
Satanás siembra duda, temor y desánimo. Muchos cristianos sucumben y abandonan sus oraciones. El creyente auténtico debe proseguir, no interrumpir su clamor. Si lo hiciéramos, la respuesta no se deja esperar. Dios responde a las oraciones.